Este año no ha sido la excepción. Organizaciones campesinas se han movilizado en torno a un discurso reivindicativo que parece no haber calado en el imaginario urbano, el cual ha respondido con la indiferencia o la descalificación. En ese marco, los medios de comunicación al servicio del capital han magnificado las críticas en relación con la forma o la coherencia general, o bien en torno a la viabilidad jurídica y política de los pliegos de demandas. Poco o nada se ha discutido respecto a la situación calamitosa de esa parte de la población, que literalmente nos da de comer a diario.
Desde las élites, la reacción habitual ha sido la interposición de recursos para salvaguardar la propiedad privada y la libre circulación de mercancías. Después de eso solo hay negación y la promoción fantasiosa de al menos dos mentiras flagrantes.
La primera es que como nación «estamos avanzando», algo que se puede interpretar como: «Nosotros estamos bien con este sistema (con la corrupción incluida) y no necesitamos un Estado regulador». La migración constante, los indicadores de pobreza y las cifras de salud y de educación no parecen significar nada para quienes solo ven crecimiento y estabilidad en público y acumulación en privado.
La segunda gran mentira es dar por sentado que la solución al descontento campesino pasa por dos conceptos: represión y mercado. Es decir, que ante los bloqueos y las protestas la obligación del Estado es la represión y la persecución penal y que de la pobreza se encargará el mercado, sin importar que los monocultivos desplacen la producción de alimentos y que generen escasos y precarios empleos. Lo anterior, por mencionar solo dos factores en un complejo problema histórico.
Pienso que hay al menos cuatro señales discursivas que derechas e izquierdas deberíamos atender:
- Aparte de la lucha contra la corrupción, las protestas se están enfocando en retomar el papel central del Estado en la conducción de la economía, incluyendo la nacionalización de bienes estratégicos y la redistribución de la riqueza.
- El clamor por el trabajo pasa por el acceso a la tierra fuera del sistema finquero depauperante. Además, se está hablando con más frecuencia de una reforma agraria.
- Es posible reconocer rasgos de un eventual proyecto político plurinacional que orbita entre los discursos campesino y maya, que no son lo mismo, pero que se cruzan con frecuencia.
- Los tejidos sociales se están reconfigurando y no hay razón para pensar que las protestas vayan a disminuir. Por el contrario, el ensayo y error puede ir haciendo más efectiva la movilización y, de momento, la única vía del campesinado organizado para hacerse escuchar es paralizar las comunicaciones.
En suma, el discurso y la movilización se hacen poco a poco más radicales y coherentes mientras el sistema económico neoliberal sigue expulsando gente del país y matando de hambre a quienes se quedan. Conviene repetirlo: en ese marco, lo que se escucha de las cámaras empresariales es solo el clamor por una solución policial y judicial. La justicia social y la redistribución de la riqueza vía impuestos o salarios no aparecen por ningún lado.
¿Qué podemos esperar? Pienso que, desde las organizaciones campesinas, el discurso será cada día más claro y articulado. Asimismo, como un signo que no excluye otras iniciativas, los diputados Leocadio Juracán y Sandra Morán, de la bancada Convergencia, y Edwin Lux, de la Unidad Nacional de la Esperanza, propusieron una ley de tierras que ha recibido todo tipo de descalificaciones de quienes posiblemente no entienden el poder simbólico de la iniciativa y lo que esta puede significar políticamente en el mediano y largo plazo.
Tengo la impresión de que en las izquierdas todavía no se dimensionan el potencial del campesinado como sujeto de transformación ni la necesidad de dialogar con este para articular luchas políticas y económicas. Y en las derechas oligofrénicas parece no haber otro discurso, lo cual debería preocupar a quienes invierten en el país, ya que la única vía para abordar las problemáticas campesinas, que son problemáticas nacionales, es dejar de lado la negación y debatir con el campesinado políticas de desarrollo menos excluyentes.
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