Desnutrición, analfabetismo, falta de oportunidades laborales, salarios raquíticos, patriarcado, racismo insultante, Estados deficitarios y corruptos, escasez de servicios básicos, más una serie de factores históricos que provienen de siglos de dominación colonial española, hacen de esta zona un lugar particularmente inseguro, violento, peligroso. En el 2020 las tasas delincuenciales descendieron debido al obligado confinamiento que trajo la pandemia de COVID-19, con toques de queda en algunos casos, pero la violencia no ha desaparecido. Si bien se redujo al inicio de esa crisis sanitaria, continuó siendo muy alta en comparación con otras zonas del mundo, incluso con países abiertamente en guerra.
No es novedad que la pobreza extrema funciona como caldo de cultivo fértil para la delincuencia. A este telón de fondo de la pobreza crónica se suman enormes movimientos migratorios desde el campo hacia las ciudades, lo que crea presiones inmanejables en las grandes concentraciones urbanas, los llamados «barrios marginales», sin servicios básicos, peligrosos, nada amigables, habitualmente en condiciones de invasores en terrenos fiscales.
En esos grandes centros urbanos es común la tajante separación entre dichos barrios precarios y los lujosos sectores ultraprotegidos de muy difícil o imposible acceso para el ciudadano común (lugares donde se encuentran mansiones con piscina y helipuertos, comparables a las mejores mansiones del mal llamado primer mundo). Caminar por las calles o viajar en transporte público se ha tornado peligroso. E igualmente inseguras y violentas son las zonas rurales: cualquier punto puede ser escenario de un robo, una violación, una agresión.
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Toda Centroamérica está hoy virtualmente en guerra. Firmados los débiles procesos de paz en años pasados ningún país conoció ni la paz ni la recuperación económica. Las guerras oficiales terminaron, sin embargo, el área siguió militarizada, violentada, plagada de armas, con pobreza crónica, todo ello acompañado por la impunidad generalizada.
La violencia es negocio para muchos; por supuesto que no para las grandes mayorías, que son quienes siguen poniendo los muertos y heridos, estén o no en guerra en términos técnicos. Pero sí para los distintos grupos de poder: élites históricamente dominantes ligadas a la agroexportación, nuevas élites vinculadas a los negocios «calientes» y, como siempre, la omnipresente embajada estadounidense.
Centroamérica atraviesa un período de violencia crítica que «justifica» la necesidad de más mano dura, más armas para combatir a este flagelo del crimen organizado desatado, más estados de sitio puntuales. Toda esta criminalidad abona, en definitiva, la idea de Estados fallidos y la consecuente necesidad de Washington de ir a salvarlos.
Hoy asistimos a una catarata mediática impresionante respecto a estos temas. La sensación transmitida por los medios de comunicación es que las mafias delincuenciales tienen de rodillas a la población. Todo ello justifica la implementación de planes salvadores. En ese sentido puede entenderse que la actual explosión de narcoactividad y crimen organizado es totalmente funcional a una estrategia de control regional, donde el mensaje mediático prepara las condiciones para posteriores intervenciones.
¿Son efectivamente las prioridades de Centroamérica la lucha contra todas estas calamidades? ¿Mejorarán las condiciones de vida de sus poblaciones por medio de iniciativas de remilitarización? Seguramente no, pero sí mejorarán los balances de las grandes empresas del norte.
La construcción de la paz como proceso sostenible e irreversible no es, hasta el momento, un hecho indubitable en la región. Terminaron los conflictos bélicos entre ejércitos y guerrillas, pero la violencia continúa. Mientras no se revise seriamente la historia, no se comiencen a mover las causas estructurales que están en la base de los enfrentamientos armados y no se haga justicia contra los responsables de los crímenes de guerra, es imposible pacificar realmente las sociedades. Existen algunos paños de agua fría, pero las heridas profundas que ocasionaron el odio y las posiciones irreconciliables no podrán desaparecer si no se abordan con seriedad esas agendas pendientes.
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