Consecuentemente, el bullicio antidemocrático de las sectarias formaciones de derecha e izquierda que gritaban fraude ha cesado. Desde sus propias perspectivas e intereses, tienen el gobierno que les conviene. Las turbias y fétidas aguas de la política nacional han recobrado la calma y su cauce.
En el primer turno, Alejandro Giammattei apenas obtuvo el apoyo y la simpatía del 7.4 % del total de los electores inscritos, la más baja votación obtenida por el finalmente electo desde que existe el mecanismo de segunda vuelta o balotaje. Una debilidad política que sus allegados y socios tratan de enmascarar con el supuesto 57.95 % de los votos válidos obtenidos en la segunda vuelta. Sin embargo, esos votos no son del todo suyos. Son los votos dados con desgano por todos los electores que por diversas y variadas razones no querían en la presidencia a Sandra Torres, agregados a su raquítico 13.89 % de la primera vuelta, que, insistimos, siendo objetivos, se traduce en el 7.4 % del total de los empadronados.
Incapaz de aceptar esa debilidad, ha decidido jugar pesado, atacando con fiereza a sus opositores, nombrando su gabinete con cuatro meses de anticipación y abriendo desde ya multitud de flancos de críticas, pues los nominados serán escrutados con lupa y es más que probable que algunos, los que menos apoyos conciten entre los nuevos aliados del presidente, no lleguen a ocupar el cargo. No es, pues, un hombre de negociación y diálogo, pues se niega equivocadamente a ser presidente de todos los guatemaltecos. Con sus primeros actos se ha declarado tácitamente el gerente administrador (¿CEO?) de los intereses de los pequeños grupos que, legal e ilegalmente, lo financiaron y consiguieron que en su cuarto intento, con partido y discurso totalmente diferente, alcanzara las deseadas mieles del poder.
Si todo parece indicar que la marca de incapacidad e improbidad dejada por Jimmy Morales será difícil de superar, los guatemaltecos de a pie no podemos ni imaginar que los próximos cuatro años serán tiempos mejores. Lo serán, tal vez, para los que ya vienen cosechando ganancias desde estos nefastos años de Jimmy Morales: los que ilegalmente le financiaron la elección y que, en consecuencia, sí defraudaron esas elecciones, siendo más que probable que esta vez repitieran esas prácticas, sabedores de que ya no habrá una Cicig que pueda desnudar sus corruptelas.
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Aquellos cinco grandes empresarios que compungidos tuvieron que aceptar en público el delito de haber financiado ilícitamente a Jimmy Morales son, sin lugar a dudas, algunos de los grandes ganadores de esta elección. Responsables directos del desastre político y económico del país, así como del predominio de la falsa moral y del engaño que ha tomado cuenta de la cultura política y económica de nuestra sociedad, son el respaldo financiero e ideológico del nuevo presidente, a quienes sin mayor vergüenza se les unieron aquellos parientes próximos que, en el auge de las denuncias de corrupción, se dijeron enemigos acérrimos de estas prácticas, pero que sin el más mínimo compromiso democrático fomentaron el odio y la maledicencia contra la candidata opositora.
Esta, incapaz de entender la dinámica política y social del país, creyó que derechizando al máximo su discurso sería aceptada por los electores más conservadores de esa tendencia. Los datos electorales muestran todo lo contrario: si en el primer turno casi cuatro de cada diez electores no se presentaron a las mesas electorales, en el segundo se quedaron en sus casas seis, que así contabilizaron el mayor abstencionismo desde que existe la segunda vuelta.
Ella, con su campaña y discurso, permitió que se quedaran en casa dos de cada diez electores, esos que en el primer turno tuvieron otras opciones, pero que no se atrevieron a hipotecar el país votando por Giammattei. En los dos segundos turnos en los que ha participado y perdido, la candidata de la UNE consiguió casi las mismas proporciones de votos. Si en 2015 obtuvo el apoyo del 16.69 % del total de los empadronados, esta vez apenas subió unas décimas y alcanzó el 16.98 %. Tiene, pues, un sólido piso, pero, con su discurso mimetizado a la derecha más rancia y conservadora, es incapaz de crecer en los sectores más progresistas.
Tendremos en los próximos años, en consecuencia, el país que hemos dejado que las élites ultraconservadoras e incapaces construyan. Sin la capacidad de construir nuevos liderazgos progresistas, estamos en claro camino a convertirnos no en otra Venezuela, pues acá los estadounidenses no necesitan de bloqueos económicos inhumanos para tener a nuestros gobernantes comiendo de sus manos. Vamos, a pasos agigantados, rumbo a ser la República Centroafricana de nuestro continente.
Tal vez aún podamos evitarlo. Todo depende de que dejemos de lado los cantos de sirena ultrarradicales y sectarios y construyamos propuestas en las que quepamos y sobrevivamos todos.
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