Buenos Aires, 1998. No recuerdo el mes. Solo sé que yo estaba en un estadio de la ciudad, celebrando, porque en poco rato iba a poder disfrutar de una de mis bandas predilectas. El estadio comenzaba a poblarse. Desde el césped miré a mi alrededor y había aproximadamente 30 000 personas. Y allí, en ese momento de algarabía, reaccioné. Imaginé que ese estadio súbitamente se quedaba vacío. Sobrevino el silencio. Rodeada de tanta gente, pude ponerles rostro, color, música y biografías a las y los 30 000 que ya no estaban. Desde aquel día, el vacío que acompaña a la palabra desaparecido me hace pronunciarla con mucho respeto.
Y vos, ¿cuándo supiste de las 45 000 personas desaparecidas en Guatemala? ¿Quién te contó? ¿Dónde lo leíste?
En 2010, en Guatemala, invité a mis estudiantes de primer año universitario a presenciar En los ojos tenía dos cabezas de pescado verde (¡vaya título largo y raro para una obra de teatro!), que abordaba el tema de la desaparición forzada en el país. Para la mayoría fue su primer acercamiento a la historia reciente y al terror de la guerra. Significó, además, reapropiarse de su historia familiar. Algunos días más tarde, uno de ellos me contó que en su familia había un tío desaparecido, pero que en la familia nadie lo nombraba. No fue sino hasta que él preguntó cuando aquel tío volvió a tener nombre, cuando su historia emergió del ostracismo. El Estado lo desapareció la primera vez. La segunda lo hizo la familia. Por miedo, por proteger al resto, por amainar el dolor.
Otra estudiante me contó que la obra la motivó a preguntarle a su abuela sobre el conflicto armado y cómo ella lo había vivido. Fue en ese momento cuando supo que en su familia había un tío guerrillero que había desaparecido y que lo único que la abuela tenía de él era una foto que había recuperado del Archivo Histórico de la Policía Nacional. Le contó dónde se escondía cuando llegaba el Ejército a hacer cateos a su casa y las mil veces que ella fue a buscarlo a los hospitales y a la morgue, hasta que comprendió que esa frase que repitió tantas veces, «vivos se los llevaron; vivos los queremos», no iba a concretarse.
Y vos, ¿ya le preguntaste a tu familia cómo vivió el conflicto? ¿Sabés si hay algún desaparecido entre tus seres queridos?
La lucha contra la práctica de la desaparición forzada es de larga data en Guatemala. Y, sí, vos no habías nacido en esos años, pero tal vez es bueno que sepás lo que hubo que luchar para reivindicar la vida y la memoria en este país.
Uno de los primeros intentos de organizarse fue a inicios de 1967, por iniciativa de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) de la San Carlos, a raíz de la desaparición de estudiantes y dirigentes de dicha casa de estudios. Se conformó el Comité de Familiares de Desaparecidos, desde donde los familiares pudieron denunciar ante la opinión pública lo ocurrido y demandarle al Estado el esclarecimiento de lo sucedido. A inicios de la década de los 70 fue asesinado el licenciado Edmundo Guerra Theilheimer, entonces director del comité, con lo cual se pretendió desarticularlo. Sin embargo, muy solapadamente se continuó en funciones en medio del terror infligido por el gobierno del general Fernando Romeo Lucas García.
El 6 de noviembre de 1978 fue secuestrado el asesor legal y líder de la AEU Antonio Ciani García. Con su secuestro y posterior desaparición, y ante la ausencia de garantías constitucionales para los familiares de las víctimas y los integrantes del comité, este deja de funcionar luego de más de una década ininterrumpida de trabajar en aras del respeto por la vida.
En 1979, a instancias de Irma Flaquer, se creó la Asociación pro Defensa de los Derechos Humanos, de corta duración a raíz del asesinato de la periodista. Ese mismo año surgió el primer intento de coordinación de acciones de numerosas organizaciones en torno al tema de los derechos humanos, todas ellas aglutinadas en el Frente Democrático contra la Represión. Su vida también fue muy efímera por los asesinatos de Manuel Colom Argueta y de Alberto Fuentes Mohr.
En 1982, algunos familiares de desaparecidos intentaron, con el apoyo de la AEU, organizarse nuevamente alrededor de lo que se llamó Cofadeg (Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Guatemala). Rápidamente el presidente de dicho comité fue desaparecido y el resto de los miembros continuamente amenazados, con lo cual quedó demostrado que en el marco del régimen de Ríos Montt no había mucho espacio político para el surgimiento de un esfuerzo de este tipo, de modo que su existencia fue muy breve.
En los primeros meses de 1984, a instancias del rector de la Universidad de San Carlos de Guatemala, el doctor Eduardo Meyer Maldonado, se impulsa una Comisión de Paz con integrantes del Gobierno y de la sociedad civil, que contó con el apoyo de la Iglesia católica, la Iglesia evangélica y la Asociación de Periodistas de Guatemala (APG). A pesar de que la comisión recibió miles de denuncias de los familiares, el Gobierno no dio respuesta a una sola de ellas, lo que provocó que uno a uno los representantes de las Iglesias, el mismo Meyer y el representante de la APG renunciaran paulatinamente. Finalmente, la comisión se disolvió a fines de mayo. Ese mismo año surgiría el Grupo de Apoyo Mutuo (GAM), conformado mayoritariamente por mujeres, que se fueron aglutinando a partir de verse las caras en los pasillos de los hospitales y en las puertas de las morgues en busca de sus esposos, hijos e hijas, que no aparecían. Se reunieron para dar la batalla política, pero también para compartir el dolor.
Posteriormente surgieron otras organizaciones como el Cieprodh (Centro para la Investigación, el Estudio y la Promoción de los Derechos Humanos), el CERJ (Consejo de Comunidades Étnicas Runujuel Junam), la Conavigua (Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala) y, más tarde, la Famdegua (Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos de Guatemala), entre otras.
El 21 de junio de 1990, cuando se conmemoraban los diez años de la captura ilegal y la posterior desaparición forzada de 28 dirigentes sindicales, pertenecientes a la Central Nacional de Trabajadores, se decidió que, a partir de ese año, cada 21 de junio sería tomado como un día especial para demandar el cese de la práctica de la desaparición forzada y su esclarecimiento, así como el juicio y castigo a los responsables.
En enero de 1981, Julio Cortázar decía que había «que asumir de frente y sin tapujos esa realidad que muchos pretenden dar ya por terminada. Hay que mantener en un obstinado presente, con toda su sangre y su ignominia, algo que ya se está queriendo hacer entrar en el cómodo país del olvido. Hay que seguir considerando como vivos a los que acaso ya no lo están, pero que tenemos la obligación de reclamar, uno por uno, hasta que la respuesta muestre finalmente la verdad que hoy se pretende escamotear».
Sus palabras siguen estando vigentes. ¿Vos qué creés? ¿Aceptamos el desafío?
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