De ciudadanos a consumidores: el lado oculto del declive democrático

Los titulares de los diarios en muchas partes del mundo parecen coincidir en una tendencia preocupante: la repetición constante de un ciclo que podríamos llamar «esperanza-decepción». Este se sintetiza en el hecho de que, en cada proceso electoral, las personas buscan una opción que creen es diferente a la anterior, pero pronto descubren que las promesas de cambio de la opción ganadora, es solo una quimera. Así se produce un nuevo ciclo de desesperanza: la decepción con el ganador impulsa a los ciudadanos a buscar una opción nueva en la elección siguiente, lo cual provoca un nuevo lapso de inconformidad. Desde esa perspectiva, la queja más común en las democracias modernas es que los gobiernos no responden a las necesidades y anhelos de sus respectivas sociedades.

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En los últimos tiempos, ese ciclo esperanza-decepción ha ido cambiando drásticamente, por lo que la decepción está mutando hacia la adhesión absoluta: los ciudadanos de muchas sociedades empiezan a buscar figuras autoritarias que, paradójicamente, concentran el poder gracias a la decisión soberana de los ciudadanos, quienes felizmente entregan sus derechos y garantías a las nuevas tiranías democráticas. El mejor ejemplo de estas nuevas monarquías democráticas es Nayib Bukele, quien goza de una popularidad de más del 77 %; por su lado, el nuevo inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, goza de una aprobación del 51 % a finales de febrero de este año. En ambos casos, la popularidad de cada uno de ellos parece inmune a cualquier controversia y a cualquier crítica, debido en gran parte a que muchos ciudadanos en la actualidad se han convertido paulatinamente en simples consumidores de ilusiones, miedos y controversias.

Donald Trump, por ejemplo, construyó su victoria aprovechando la idea de la superioridad norteamericana. Prometió ser el restaurador de la noción del «destino manifiesto» con el que nació Estados Unidos, de forma que ahora está dedicado a impulsar una nueva era imperialista. Mientras que Bukele aprovechó la violencia de las pandillas como una excusa para construir la mega cárcel más grande del mundo, construcción que simboliza muy bien la veta autoritaria y dictatorial del presidente salvadoreño. Lo sorprendente en este, y en muchos otros casos alrededor del mundo, es que los ciudadanos parecen haber abandonado por completo cualquier pretensión crítica. Esto los lleva a seguir apoyando a sus gobernantes, a pesar de los serios y consistentes indicios de que están violando todas las garantías de separación de poderes, que son la esencia misma de la democracia liberal.

Estas figuras autoritarias se aprovechan de que los ciudadanos son cada vez más indiferentes a la realidad, sucumbiendo abiertamente a campañas mediáticas cuidadosamente elaboradas que han adormecido su conciencia crítica, lo que les permite reinar casi sin ninguna oposición. Lamentablemente, la democracia moderna se parece cada vez más a su homólogo griego que los pensadores como Aristóteles y Platón tanto temían: la degradación de la República hacia la democracia por el influjo de los demagogos.

En estos tiempos de crisis, recuperar la conciencia crítica de los ciudadanos parece un imperativo fundamental si queremos evitar que emerja algún «Bukele» o el «Trump» chapín en las elecciones del 2027.