El gobierno militar de Kjell Eugenio Laúgerud García quedó pasmado inicialmente y tardó varios días en reaccionar. La estatal Universidad de San Carlos de Guatemala (USAC), por el contrario, se movilizó casi de inmediato. La sede central en la Ciudad Universitaria se convirtió en centro neural de las coordinaciones para brigadas conformadas por grupos multidisciplinarios de docentes y estudiantes. Estas brigadas salieron por turnos a las localidades afectadas para brindar auxilio médico y técnico.
Casi en simultáneo, otra organización emergió de las entrañas mismas de la sociedad. Cual colonias de hormigas o colmenas, los pueblos y barrios populares de la ciudad capital parieron la solidaridad ciudadana. Empezaron por descombrar para encontrar sobrevivientes o recuperar los cuerpos sin vida de quienes la perdieron por el terremoto.
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A la despedida de los seres queridos fallecidos, la vela comunitaria y el acompañamiento a los duelos generados le sobrevino el despertar del shock y la descomunal tarea por delante. Llegó entonces el cuido colectivo para la procura de alimentos y de agua, así como de insumos básicos para sobrevivir y la organización para protegerse de la depredación delincuencial.
Como la miel que produce el panal tras el trabajo incesante de la colonia, la organización popular emergió de la jornada de solidaridad tras el terremoto. Las heróicas colonias populares de las zonas proletarias prolijaron la resiliencia ante la tragedia. Así gestaron las bases de un fuerte y sólido movimiento social y popular que a finales de los años 70 y principios de los 80 generó movilizaciones masivas en defensa de derechos.
Las cohortes de esas colmenas, larvaron gran parte de los movimientos de resistencia al golpismo contra la voluntad popular expresada en las urnas en 2023. La memoria renació de las cenizas y nutrió a los diversos grupos que en su despertar acuerparon el llamado de las autoridades ancestrales a rechazar las intenciones golpistas de Consuelo Porras y su banda.
A casi medio siglo de aquella tragedia, 49 años después para ser precisos, otro terremoto se anuncia en el horizonte con un Rubio por emisario. Al igual que el resto de países de la región, Guatemala enfrentará el impacto de la deportación masiva de connacionales. De hombres y mujeres, incluso niñas y niños, que migraron porque el país sigue sin serles propicio para el desarrollo.
Llegan y seguirán llegando al desamparo y a la incertidumbre por destino. Llegan tras vivir y enfrentar la humillación a la que el titán del norte les somete luego de hacerles vivir bajo el terror. Llegan a un país que sigue sin encontrar la ruta para ofrecerles una vida digna a todas las personas que lo habitan.
Pero llegan también a un terreno fértil para la resiliencia, a un terreno en el que la organización social y comunitaria habrá de nutrir las esperanzas de un mejor futuro, a pesar de la mala voluntad de gente como Consuelo Porras y sus amos. Como hace medio siglo, el amor comunitario y la solidaridad popular habrán de darle vida a la resiliencia contra el huracán del norte y las tempestades de acá. Solo así, el terremoto de la deportación y su cauda de terror podrá ser superado.
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