Un traidor llamado Daniel

Con la caída de Somoza inició el período de la llamada Revolución Sandinista, derivada del nombre del grupo que la encabezó, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). El FSLN buscaba honrar la memoria de Augusto César Sandino, considerado un héroe y un patriota nicaragüense. Daniel Ortega Saavaedra hacía parte del grupo dirigente y, con este, llegó al poder el cual sostuvo hasta que en 1990 fue derrotado en las urnas.

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Los años previos, Nicaragua estuvo inmersa en una guerra interna promovida desde el exterior. Abundan documentos oficiales que demuestran la intervención estadounidense para impulsar los grupos disidentes, armarles y sostenerles en su lucha por derrocar el intento de cambio en Nicaragua. Un cambio que buscaron por la vía armada, como en muchos países del continente, Guatemala incluída, ante el cierre absoluto de las vías democráticas y las alternativas de organización social y política disidente y progresista. La contra, como se conoció al principal grupo armado que financió Estados Unidos, dio paso a otros grupos en diversos espacios del país. Finalmente, en aras de alcanzar la paz se firmaron acuerdos que conllevaban la convocatoria a elecciones libres que en 1990, Ortega perdió contra Violeta Barrios de Chamorro.

Esa derrota no fue el final de Ortega quien se las arregló para negociar con las estructuras del neoliberalismo nicaragüense que le permiten volver a la presidencia de Nicaragua en 2007. Desde entonces, mediante control parlamentario, judicial y policial en una concentración absoluta y abusiva del poder, Ortega y su consorte Rosario Murillo gobiernan, como el derrotado Anastasio Somoza Debayle, con mano de hierro, a sangre y fuego.

Impune por la violación de su hija adoptiva y otras jóvenes que lo señalan de pederasta, Daniel Ortega se pavonea como líder progresista, revolucionario y cuasi ejemplo cuando, en realidad, a cada paso que da se desprende un trozo de podredumbre. Aunque a mucha militancia de izquierda le duela, Ortega Saavedra no es más que un traidor de los ideales del hombre que inspiró al sandinismo. Un violador, un dictador, un torturador y un ególatra que ha llevado al pueblo nicaragüense a la debacle.

Cientos de miles de nicaragüenses han debido salir al exilio. Cientos ya han perdido la nacionalidad y sufren el castigo de la apatridia y el despojo de sus bienes por el simple hecho de alzar la voz. La maquinaria estatal, los servicios de seguridad e inteligencia y el enjambre de vigilancia desplegada en el terreno son hoy por hoy, la herramienta de imposición del miedo, de gobierno mediante el terror, tal y como lo hacía Somoza.

Lo más grave ha sido el asesinato del militar retirado y disidente del reǵimen, Roberto Samcam, en Costa Rica. No hace falta hurgar muy profundo para encontrar muestras, no solo indicios, de la responsabilidad del régimen de Ortega, hoy Ortega-Murillo, en este crimen. Varias son las informaciones disponibles que ponen en evidencia el funcionamiento ilegal de estructuras clandestinas de inteligencia nicaragüense en suelo tico.

Los servicios diplomáticos de Nicaragua son hoy por hoy la máscara con la que se encubren las estructuras del servicio de inteligencia y operaciones del régimen nicaragüense en el exterior. De tal suerte que, para lo que nos corresponde, el gobierno de Bernardo Arévalo debe poner la atención muy de cerca en quiénes ostentan categoría diplomática con pasaporte nicaragüense en Guatemala. Aquí no puede y no debe tolerarse el uso de nuestro territorio para perseguir a un pueblo hermano que solo busca vivir en paz.