Y, sin embargo, algo curioso pasó en los últimos años. Disfrutar de cosas populares se volvió una ofensa digna de burla. El ser basic es casi un insulto. Según Urban Dictionary, esta es una persona común, sin rasgos extraordinarios o interesantes. Y esta palabra siempre viene acompañada de otra: mainstream, anglicismo para nombrar todo lo masivo o convencional.
Pero la popularidad no es sinónimo de mediocridad. Que una canción les guste a millones no la vuelve terrible automáticamente. A veces sí lo es… pero por mala, no por famosa. Aun así, admitir que algo popular te gusta es casi como confesar que no tienes criterio propio.
Entonces, ¿cuándo se volvió admirable odiar lo que todos aman? Hoy hay personas que evitan escuchar a un artista porque «todo el mundo lo escucha», o que no ven una serie porque «ya la vio mucha gente». Como si disfrutar algo junto a otros fuera una derrota intelectual. Pero este impulso por diferenciarse no surge de la nada: tiene raíces en la psicología social.
Los psicólogos Charles Snyder y Howard Fromkin lo explicaron con su teoría de La necesidad de singularidad. Según ellos, las personas reaccionamos emocionalmente cuando descubrimos que somos demasiado parecidas a los demás. La idea de ser «uno más» nos incomoda, entonces buscamos formas de destacar. En este contexto, odiar lo popular es una estrategia de diferenciación.
El problema es que tampoco queremos ser muy diferentes. Snyder y Fromkin señalaron que existe un punto medio. Demasiada similitud nos frustra, pero la diferencia extrema nos aísla.
Y justo ahí nace la ironía. Quienes se definen por su oposición a lo «básico», terminan encontrándose entre sí y formando su propio grupo. Un club anti mainstream que funciona igual que las masas que rechazan.
[frasepzp1]
Esta tensión entre pertenecer y destacarse también fue analizada por la psicóloga Marilynn Brewer, creadora de la teoría de la Distintividad Óptima. Explica que todos tenemos dos necesidades sociales: la asimilación (sentirnos parte de un grupo) y la diferenciación (mantener nuestra identidad individual). Cuando un fenómeno cultural se vuelve enorme, algunos lo sienten como una amenaza a su sentido de individualidad.
¿La solución? Correr hacia lo alternativo, lo «auténtico», lo que no consume todo el mundo.
Pero odiar lo popular no te hace más auténtico, solo te da un nuevo uniforme. El artículo Why People Hate: The Science Behind Why We Love to Hate lo resume: muchas personas encuentran un sentido de pertenencia a través del rechazo. En su intento de escapar del grupo, terminan uniéndose a otro.
Otro fenómeno que lo explica es el Efecto de exposición simple, del psicólogo Robert Zajonc. En este, plantea que, en general, tendemos a preferir lo familiar. Pero cuando algo se vuelve demasiado presente, el efecto se revierte. Empezamos a aborrecerlo. Si una canción suena en todos los reels, eventualmente la odiarás. No porque sea mala, sino porque tu identidad siente que está siendo absorbida por la masa sin rostro.
Es tragicómico. Ese impulso por sentirnos distintos acaba siendo exactamente lo que nos hace iguales. Hay tantas personas tratando de no ser «básicas», que lo opuesto se volvió la nueva norma. Hoy, odiar lo popular es el hobby favorito de quienes desean parecer interesantes. Repitiendo el mismo discurso de superioridad.
Tampoco digo que tengamos que amar todo lo popular. Hay productos culturales sobrevalorados. Pero una cosa es no disfrutar algo por preferencias, y otra muy distinta es despreciarlo solo porque es famoso.
Si no te gusta el reguetón porque prefieres el jazz, perfecto. Pero si lo odias porque «todo el mundo lo escucha», el problema no es la música. Eres tú, buscando validación a través del desprecio.
Al final del día, odiar lo popular no te hace más «culto», más profundo ni más especial. Solo te vuelve predecible desde otro ángulo. Nadie gana un premio Nobel por ver cine en blanco y negro húngaro. Y tampoco existe ningún mandamiento cultural que prohíba disfrutar una canción de TikTok.
Así que, si los dioses del buen gusto deciden juzgarte por tus playlists o tus series favoritas, ríete. Que te condenen al infierno de lo mainstream. Al menos allá, la música está buena y la gente se divierte.
Más de este autor