En este contexto, la cooptación del Estado Guatemalteco y el debilitamiento del poder de la ciudadanía organizada, sucede como un círculo vicioso que ha desmejorado el camino para la construcción de la democracia participativa, comunitaria, plural. Esta cooptación se ha enraizado con mayor profundidad en el sistema de justicia, debido a una sofisticación de las redes políticas, empresariales, jurídicas, y sociales con el fin de corromper el Estado a favor de intereses sectoriales.
Esto también es evidenciado según Waxenecker (2019), cuando señala que la concentración del poder económico en pocas élites empresariales ha permitido la captura de gran parte del gasto público mediante redes clientelares y sobornos. Por todos es sabido que, con un gran capital ilícito, han financiado partidos políticos; también pagado jueces, juntas licitadoras, comisionados encargados de postular a magistrados de altas cortes, por mencionar algunos casos.
En las esferas locales, una red de actores antidemocráticos y corruptos opera en diversos departamentos y municipios. Los verdaderos artífices de esta maquinaria son diputados, clanes familiares, alcaldes y empresarios, quienes han extendido sus tentáculos hasta las comunidades, tanto urbanas como rurales, capturando su capacidad organizativa y de autogestión, y desvirtuando la legitimidad de sus autoridades.
En el actual momento de la vida nacional, resulta imposible ignorar el limbo en el que penden el sistema político y, con él, la democracia guatemalteca: una democracia distante de la pluralidad del pueblo y cada vez más subordinada a los intereses de las élites. Una democracia frágil. Pese a esta fragilidad, la continuidad institucional solo fue posible gracias a que la ciudadanía organizada puso un alto a la captura total del Estado, resistiendo desde las calles, carreteras y avenidas desde el año 2023.
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En este marco, el gobierno de Arévalo y su círculo de «consultores» no estuvo a la altura del momento histórico que esa resistencia ciudadana abrió. Perdieron la fuerza moral y política que les había otorgado una coyuntura excepcional para desmontar los actores antidemocráticos, en nombre de la legitimidad. Porque, como demuestra la realidad guatemalteca, lo legal no siempre coincide con lo legítimo ni con lo ético. En esa línea, el Ejecutivo tuvo la oportunidad de dar un paso decisivo a favor del pueblo. Sin embargo, lo más grave fue su desconfianza hacia el poder popular, hacia esa fuerza viva y re-evolucionada que hoy emana desde los territorios. El poder que sostiene la posibilidad de una democracia desde abajo, si se logra articular y ejercer.
Frente a esta adversidad, persisten reservas de esperanza en la ciudadanía. Los pueblos, comunidades y organizaciones sociales continúan articulando esfuerzos para detener el avance autoritario y promover una democracia participativa, comunitaria y plural, nacida desde la gente, y no impuesta «a palo y teatro» desde las élites políticas.
Los recursos de las diversas formas organizativas de la sociedad guatemalteca constituyen una reserva fundamental para la construcción de la democracia. Estos recursos se expresan en los territorios en su organización y organizaciones, autoridades (comunitarias, ancestrales, indígenas, otros); en sus bienes naturales: tierras comunales, reservas ecológicas, infraestructura; en su dinámica económica: mercados, cooperativas, producción; A ello se suman la autonomía municipal, las mancomunidades; como también los centros académicos, universidades, sabiduría sobre medicina, tiempo, espiritualidad. Y lo principal, propuestas concretas sobre la refundación-transformación del Estado, sistema político, gobierno y modelo de desarrollo.
Así entonces, estas redes de ciudadanía y población organizada desde los territorios, representan una apuesta por transformar el ejercicio del poder político mediante alianzas y articulaciones entre pueblos y actores sociales diversos. Como señala Waxenecker (2019), frente a la captura del Estado por redes político-económicas, la organización social y comunitaria actúa como un espacio de resistencia y renovación democrática. En esa misma línea, Warren (1998) destaca que los movimientos indígenas, han impulsado nuevas formas de participación y ciudadanía que amplían el sentido plural de la democracia en Guatemala. Esto es extenso a las formas de participación de pueblos mestizos, urbanos, rurales, entre otros, lo importante, es potencializar una identidad territorial, articularse con otros, y estar dispuestos a ejercer el poder político y construir un mejor país
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- Waxenecker, H. (2019). Guatemala: Paraíso desigual. Economía de captura y redes político-económicas. Guatemala: Fundación Heinrich Böll.
- Warren, K. B. (1998). Indigenous movements and their critics: Pan-Maya activism in Guatemala. Princeton University Press.
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