Durante toda mi vida he reflexionado constantemente sobre la realidad guatemalteca, debido a que este es el país donde he nacido y vivido la mayor parte de mi vida. Desde que era pequeño, siempre soñé con otra Guatemala, lo cual empezó cuando era simpatizante del equipo de fútbol de Guatemala: yo era uno de los muchos que soñaba con que nuestro país tuviera un desempeño memorable en tantos encuentros internacionales en los que siempre «jugábamos como nunca, pero perdíamos como siempre». Los ansiados laureles de la victoria muy pocas veces han acompañado a la azul y blanco.
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Cuando crecí, participé por primera vez en las elecciones de 1985, cuando Guatemala retornaba al camino democrático. Fui uno de quienes, entusiasmado por la promesa de cambio, elegí ingenuamente al candidato de la Democracia Cristiana, quien lejos de representar un cambio real, pasó con más pena que gloria su período presidencial. Posteriormente, me emocioné un par de veces más con candidatos similares al de la DC, para darme cuenta posteriormente de que el cambio nunca llegó. Si pudiéramos hacer una comparación con el fútbol, es la misma historia: pensamos que ahora sí habría un cambio, para darnos cuenta de que al final, todo sigue igual.
Buscando respuestas a esta sistemática tendencia a «ahogarnos en la orilla», estudié primero sociología y luego ciencia política. Durante años, me he dedicado a observar los fenómenos sociales y políticos de nuestra sociedad, y la lista de pendientes indudablemente es muy larga. Por eso, hoy quisiera reflexionar sobre un doloroso pendiente que me ha tocado vivir en carne propia: la marcada ausencia de políticas públicas para proteger la dignidad de los adultos mayores.
El cuidado de los ancianos en Guatemala es sumamente oneroso y difícil. Esto debido a la falta de programas de invalidez, vejez y supervivencia, pues, aunque no hay datos exactos, se estima que más del 60 % de adultos mayores no reciben ningún tipo de apoyo financiero o pensión. Todo agravado por el hecho de que los servicios médicos y las medicinas cuestan un ojo de la cara.
Justo por esa deficiencia, cuidar adultos mayores es extremadamente difícil y costoso, por lo que la solución para muchas familias simplemente es la de abandonar a su suerte a los ancianos. En el 2022, la PGN reportó más de dos mil casos de ancianos que habían sufrido abandono, situación de calle, agresión y/o violencia, maltrato o negligencia solamente en el departamento de Guatemala. Asimismo, en un reportaje del programa Con Criterio elaborado por Henry Bin en 2021, se consigna la conclusión de Siomara Tribouillier, una experta en el tema que concluye dramáticamente: «Envejecer en Guatemala es lo peor que le puede pasar a una persona».
La búsqueda de información al respecto en internet confirma aquella conclusión: no existen políticas públicas ni medidas institucionales suficientes del Estado de Guatemala para proveer de forma continuada y constante la atención de los adultos mayores. Por ejemplo, Carolina Gamazo afirma en un reportaje para Plaza Pública de 2018 que la desnutrición fue responsable de la muerte de 9,261 personas mayores de 60 años entre 2008 y 2014.
Lamentablemente, esta tendencia no es única para Guatemala. En el mundo, los estudios demuestran que el abandono y el maltrato de ancianos es un mal creciente, según reporta un estudio de la OMS del 2017. Esto nos debe alertar de la necesidad urgente de establecer medidas para atender la dignidad y derechos de los adultos mayores. Al final es otra deuda que esta sociedad tiene para garantizar los derechos y la dignidad de sus habitantes, quienes siguen anhelando un cambio que, simplemente, no llega.
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