«Gastar en libros es una inversión que rinde buen interés»

Hace 25 años entró en vigor el euro como moneda oficial en 12 países, el papa Juan Pablo II visitó Israel, se estableció el Protocolo de Kioto para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y se firmó el acuerdo de paz entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Rebeldes de Colombia. En el ámbito cinematográfico se estrenaron Gladiador y X-Men, mientras que en el literario se publicó Harry Potter y el cáliz de fuego de JK Rowling.

El año con el que cayó el telón del siglo XX también dio margen para que, en medio de la tradicional conflictividad, vaivenes políticos y continuas crisis en nuestro país, se organizara la primera iniciativa para motivar la lectura. Esta idea se tradujo en la Feria Internacional del Libro en Guatemala, que comenzó bianual y a partir de 2008 tomó el ritmo de celebrarse cada 12 meses.

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No sin sobresaltos ni preocupaciones, Filgua se ha mantenido para propiciar una tradición que abre sus puertas a todas las personas que buscan entretenimiento con conocimiento. Del 1 al 13 de julio, la feria rendirá merecidos honores a la escritora, historiadora, politóloga y socióloga Marta Elena Casaús Arzú, autora de, entre otras obras, Guatemala, linaje y racismo, El lenguaje de los ismos, El libro de la vida de Alberto Masferrer y otros escritos vitalistas, Centroamérica y La metamorfosis del racismo en Guatemala.

Filgua se inspira en grandes referentes del tema, como la de Frankfurt, en Alemania; la de Madrid, en España; la de Bogotá, en Colombia; y la de Guadalajara, en México, por ejemplo.  Obviamente, aún no alcanza las dimensiones de estas, pero el cuarto de siglo transcurrido refleja que el ánimo, la disposición y el interés de sus impulsores hacen posible que las dos semanas de presencia dejen huella y alimenten la pasión por los libros.

Una de las mayores aberraciones del presente es el posicionamiento de la expresión «La gente ya no lee». Tal afirmación es tan absurda como cuando se manifiesta rechazo a la filosofía. Por supuesto, hoy las distracciones son inmensas porque el canal por el que corren, las redes sociales, funciona sin fin ni orden. Es evidente que en la actualidad hay más vértigo que concentración; por eso, entre la lluvia de videos y demás contenidos se consume tiempo, a veces desperdiciándolo.

Sin embargo, a lo largo de la historia la humanidad ha ampliado su acervo por diversos medios y, sin lugar a duda, la invención de la imprenta lo potenció a través del libro, recurso en que se basan los procesos de enseñanza. Y es que, para saber hay que leer. En esa línea, los siglos XIX y XX trajeron las mejores oportunidades para seguir las producciones de las y los exponentes de esos años y de los anteriores, incluidos los más antiguos.

Si bien la radio, la televisión y el cine le quitaron tiempo a la lectura, o, mejor dicho, pasaron a compartirlo, los libros no se han quedado sin manos que los atesoren ni ojos que los devoren, incluso se han generado fórmulas para que los asimilen personas con discapacidad visual. La realidad es que, hasta ahora, no hay mejor método para elevar la cultura general y aprender que la lectura; en ese marco, resultan sabias las palabras que encabezan este artículo.