Seleccionada entre 338 aspirantes, este año la venezolana María Corina Machado ganó el Premio Nobel de la Paz, situándose como la décimo novena mujer en alcanzarlo a partir de que se instauró en 1901, mérito que también han recibido 93 hombres y 27 organizaciones internacionales. Es oportuno indicar que ha habido vacíos a causa de circunstancias que han impedido su realización.
Otorgado por el comité noruego nombrado por el parlamento del reino, el galardón, como los designados en física, medicina, química, economía y literatura por la Real Academia Sueca de la Ciencias, se deriva de la herencia del fabricante de armas e inventor de la dinamita, Alfredo Nobel, quien, «consternado» por el impacto bélico de su industria, dejó el 94 % de sus bienes para enaltecer la ciencia, las letras y las corrientes pacifistas.
El anuncio que trascendió el 10 de octubre, y que el 10 de diciembre tendrá la ceremonia oficial en Oslo, los otros se entregan en Estocolmo, de inmediato formó dos bandos; el que ovacionó a Machado, y el que la descalificó. Tal partición puede considerarse normal, pues toda competencia definida por votos implica posturas contrapuestas, más aún cuando prevalece el sesgo ideológico.
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Vale apuntar que, según las bases promovidas por Nobel, el premio debe darse a quien haya hecho el «mejor trabajo o la mayor cantidad de contribuciones para la fraternidad entre los países, la supresión o reducción de ejércitos, así como la participación y promoción de congresos de paz y derechos humanos en el año inmediatamente anterior». En ninguno encaja la homenajeada, como ha sido frecuente, ya que las nominaciones se producen en entornos de conflicto.
Henri Dunant, suizo fundador del Comité Internacional de la Cruz Roja; el presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, impulsor de la política del «Gran garrote»; la Oficina Internacional (Fridtjof) Nansen para los refugiados, promovida por el explorador y diplomático noruego; Martin Luther King, madre Teresa, Nelson Mandela y Rigoberta Menchú, de credenciales ampliamente conocidas; Amnistía Internacional, organización defensora de los derechos humanos; Adolfo Pérez Esquivel, argentino que enfrentó las dictaduras militares; Desmond Tutu, obispo sudafricano que luchó contra el Apartheid, son parte de la privilegiada lista de premiados.
La presea, que también incluye una millonaria cifra de dólares estadounidenses, como hoy con Machado, no ha estado exenta de polémicas por privilegiar las luces de los personajes escogidos, aunque, en algunos casos, tuvieran «muy oscuras» sombras, incluso manchadas de sangre por su asociación a guerras o represión. Sin duda, la mayor aberración histórica ha sido excluir al principal símbolo de la paz en el mundo, Mahatma Gandhi, incomprensible, ingrata y torpemente ignorado por el comité, igual que ocurrió, en el ámbito de la literatura, con Jorge Luis Borges.
Con Machado suman los oriundos de nuestro hemisferio, en el que Argentina, Colombia, Costa Rica, Guatemala, México y ahora Venezuela han logrado la distinción. Ella sorprendió, primero por obtenerlo, y segundo porque en su declaración inicial ofreció una calurosa alusión a Donald Trump, quien, por cierto, parecía encaminado a seguir los pasos de sus homólogos Roosevelt, Woodrow Wilson, Jimmy Carter y Barack Obama, aunque su esfuerzo-presión llegó tarde para frenar las hostilidades en Gaza.
Pero bien, la lideresa venezolana ha alcanzado un lugar en la historia del Nobel; obviamente, el régimen de Nicolás Maduro derrama bilis, y como está normado, habrá que esperar 50 años para saber quiénes estuvieron en la lista de 337 candidatos superados por Machado.
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