La tecnocracia del dinero muy bien torea a la clase política con un discursillo de superoptimismo que raya en la indiferencia a los lados críticos de la vida material del pueblo. Muy bien nos lo dicen grandes pensadores como Voltaire, que la insistencia en vociferar que «todo está bien» puede ser una ideología que raya en la intolerancia. Veamos entonces.
El informe que se comenta suele ser una maraña de cifras y de palabras muy técnicas que desorientan incluso a un lector acucioso. Y resulta ser una repetición de abundantes informes que se entregan a la Junta Monetaria, que debiera ser un órgano principalmente conformado por buenos sabedores de los rigurosos temas de las teorías del dinero, pero que en Guatemala resulta ser un órgano muy folclórico, sin mayor discusión que domine y dirija a los tecnócratas muy bien pagados de tal recinto.
¿Qué enigmas encierra tal información que debiera llamar la atención del gran público y, principalmente, de la clase política? Resulta ser este un tema que gracias a la inquietud de algunos diputados de Junta Directiva del Congreso expondremos en unos días en tal conglomerado.
Cuando tan distinguidos caballeros del Banco de Guatemala, hombres de negro en su mayoría, hablan de «resiliencia del consumo privado» y aplauden que la gente gaste –atribuyéndole a las remesas un buen impulso en tal comportamiento–, habría que advertir que esto tiene sus bemoles.
Un país que consume mucho y que no ahorra ni produce bienes internamente es un país condenado a una crisis económica en el futuro. El consumo tiene un alto peso dentro de la composición del Producto Interno Bruto, al punto que ello constriñe la inversión (y el ahorro, por supuesto).
Los técnicos que le escribieron a don González Ricci hacen, además, una alegoría de los dólares que fluyen como maná del cielo, y aplauden que el país tenga un superávit en la gran cuenta externa que mide lo que importamos, exportamos y, en adición, las transferencias en dinero que mandan nuestros sufridos migrantes.
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Como los dólares fluyen, a ello le llaman «estabilidad macroeconómica», reflejada por un tipo de cambio que no se ha movido en veinte años. ¿Es eso normal? Por supuesto que no. El tipo de cambio es una variable muy sensible al incremento de precios y a las tasas de interés. Ese fenómeno atrae comerciantes importadores y desincentiva a gente que produce internamente, buscando excelencia para exportar. El país se llena de gente que distribuye bienes chinos, coreanos y demás, y castiga a ingenieros, innovadores y empresarios productivos. Por algo las universidades se la pasan lucrando con carreras contables, jurídicas y otras parecidas. Y desprecian las matemáticas, la ciencia y la tecnología. Esta es la hora que nadie le da importancia a qué funcionario nombran en el Instituto de la Ciencia y la Tecnología, pero les perturba quién se ocupa de cargos fútiles, inservibles y muy bien pagados. Y la culpa es de la política económica del país.
Es conveniente que el tipo de cambio se vaya devaluando moderadamente para darle acomodo a los exportadores. Cuando se consolidaron las políticas que hoy aún predominan se nos prometió una reconversión productiva gracias a movimientos de variables acordes con la dinámica del «mercado», apostando por verdaderos mercados libres, sanos de fuerzas monopólicas. ¡Hoy ni siquiera una ley antimonopolio tenemos!
El problema más anormal que tiene nuestro aparato económico reside en un tremendo déficit entre lo que se exporta y lo que se importa, siendo lo segundo mucho más dinámico que lo primero, con el agravante que no salimos de exportaciones agrícolas y livianas industriales, principalmente a Centroamérica.
Volviendo al tema del ahorro, siguen siendo exorbitantes las cargas al crédito de consumo, mientras que las retribuciones bancarias al ahorro son de vergüenza. Bancos como Banrural se alimentan de acreditaciones en cuenta de trabajadores, municipalidades y demás, gracias a las innovaciones de las tesorerías modernas, principalmente las del sector público; sin embargo, cuando se pregunta lo que se le paga a los ahorrantes, eso es sencillamente motivo de vergüenza.
El sistema financiero sigue careciendo de adecuados instrumentos de ahorro. Los bancos sencillamente nos expolian –a los ahorrantes– y los bajos sueldos hacen caer en onerosos créditos tarjeteros que llegan a la usura: si usted debía unos 10,000 quetzales en una tarjeta de crédito, y por alguna razón se atrasa, el banco lo castiga con tasas que llegan a más del 40% anual, y lo castiga de tal forma que, hasta que usted le pague los 10,000 quetzales de junto, no dejará de cobrarle esa tasa astronómica. Eso sencillamente es usura. Valgan aquí tan sólo algunos buenos comentarios para iniciar una conversación de sobremesa.
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