En su columna Catalejo del pasado 12 de enero, Mario Antonio Sandoval acuña el término «giammateiato», condimentado con el optimismo de que se trata de una inminente e inevitable muerte del peor presidente del período democrático. Como suele pasar en el periodismo, se caracteriza a personajes, aislados de su contexto, sin asociarlos a sus conexiones históricas. Y es que, pienso yo, que un Nerón o un Calígula, para citar tan sólo dos símbolos extremos de la oprobiosa historia del poder, no son más que instrumentos que lograron amalgamar cínicas alianzas, precisamente por su extracción, y gracias al pragmatismo de sus inspiradores, instigadores y titiriteros.
Veamos un poco de historia como maestra de la vida: el tercer año de gobierno de la presidencia neoliberal globalizada de Oscar Berger estuvo marcado por el tema Pavón y las formas violentas de depuración de tal centro carcelario. Y en el plano económico por la crisis de Bancafé, y amenazas de quiebras bancarias derivado ello del paroxismo financiero que venía teniendo un período de crecimiento económico mundial y las irresponsabilidades conexas de los reguladores bancarios, que hoy peinan canas y están jubiladitos y sentados en las más suculentas poltronas del Banco de los Trabajadores, Banrural, FHA y, por supuesto, diversos bancos del sistema. De eso bien hablaremos próximamente.
Pero volvamos al caso Pavón. De acuerdo con una encuesta de opinión, publicada por el desaparecido elPeriódico, el 14 de enero del 2007 –o sea hace 17 años– un 54 por ciento de los entrevistados externó su aprobación por la toma de Pavón, identificando a Giammattei como el estratega de los operativos.
Ya por esos tiempos el país venía «colombianizándose» aceleradamente, y las reacciones de la opinión pública –como pasa hoy en Ecuador– se inclinaban por la mano dura, el militarismo y la escalada represiva; motivaciones que encajaron también con Pérez Molina y con muchos matices del giammatteiato. En pocas palabras: son coyotes de la misma loma, para sintetizar campechanamente el complejo entramado de las ideologías que han reinado por estos lares desde 1954.
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El 13 de enero de 2007, el suplemento Gente 21, perteneciente al extinto diario Siglo Veintiuno, le hizo una entrevista a nuestro protagonista, bajo el título «Alejandro Giammattei: por mi enfermedad traté de suicidarme». En ese momento, el entrevistado ya había salido de la Dirección General de Presidios, encumbrándose como candidato presidencial, buscando una secuencia de gobiernos Arzú-Berger, que había sido interrumpida por Alfonso Portillo y el eferregismo riosmontista.
Nuestro antihéroe afirmaba que al transitar por la calle, la gente le hablaba y le lanzaba elogios, solicitándole autógrafos por doquier. Al igual que él, sus aleros Carlos «el chonte» Vielman y Edwin Sperissen eran aplaudidos bajo un clima de rechazo a los derechos humanos y de apoyo ciudadano al autoritarismo tan recurrente en la historia inmediata de este terruño.
Don Alejandro detallaba los pormenores de ese coto prohibido, en manos del crimen organizado, llamado Pavón, sentenciando que «para los que creemos en la justicia, no puede haber justicia con este tipo de cárceles, por mucho que se ofenda la Procuraduría de los Derechos Humanos».
Tal y como lo relato en este extracto de mi tesis de doctorado, Giammattei da la idea de una personalidad totalmente inestable y desquiciada (todo esto lo escribí en 2012). El entrevistado asevera que duerme tan sólo tres horas diarias y es un sensible a la enésima potencia, y que su intento de suicidio consistió en tomar 32 veces la dosis letal de Valium.
Recordemos que el gobierno de Berger fue tildado desde el principio como un «gobierno empresarial», y del cual el notable Juan Hernández Pico, S. J. escribió un libro, que se recomienda al lector, titulado «La insoportable frustración de las expectativas, la presidencia neoliberal globalizada de Oscar Berger (2004-2008)». En el mismo, Hernández subraya que el país se venía caracterizando por un declive generalizado, independientemente de quién llegara al poder luego del período bergeista. Señalaba así, altos niveles de confrontación política, conflictividad social, precariedad económica, violencia y criminalidad.
Se trataba, además, de una cooptación casi total del poder distrital por las cacicazgos y grupos de poder criminal, señala Hernández. Recordemos que la primera candidatura de nuestro antihéroe Giammattei surge de una estructura de partidos empresariales denominada Gran Alianza Nacional (Gana), surgida luego de la descomposición del Partido de Avanzada Nacional, liderado por Leonel López Rodas, recordado hoy por su famosa frase «el 14 a las 14:00».
¿Se trata entonces del fin del giammatteiato? Vemos que no, y es que los actores malos, movidos por titiriteros cínicos e interesados, están a la orden del día. La Gana se hizo en dos monazos. Los partidos franquicia de personajes como Jorge Briz o Ricardo Castillo Sinibaldi se seguirán fabricando, como soplar y hacer botellas, con licencia de conquista de territorios y de privilegios, hasta que no se comience a promover un cambio radical en la educación cívica del guatemalteco común y corriente. Tan solo escudriña uno la extracción distrital de los partidos representados en el congreso, o de las alcaldías, para efectuar una reflexión profunda, y forjar la vista hacia el horizonte apostando hacia un modelo educativo integral, tal y como en sus recomendaciones lo plantearon los integrantes de la Comisión de Esclarecimiento Histórico.
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