La transición política entre el final del desgastado e impopular gobierno de Alejandro Giammattei y el inicio del aclamado y muy esperado presidente Bernardo Arévalo finalmente llegó a su fin este 14 de enero, luego de unos meses muy intensos, en los que prevalecieron la incertidumbre y la tensión sin límites, y en los que hasta el último momento se produjeron muchos hechos anómalos que descubrieron, ante los ojos de todos, la verdadera naturaleza anómica de los marcos legales, los procedimientos judiciales, el razonamiento y comportamiento de las cortes y la forma en que se legitimaron discursivamente las muchas contradicciones y anomalías en el proceder de las instituciones, pero hay algo aún más importante de la precariedad de valores con la que los actores justifican y validan sus acciones y decisiones: el discurso de los actores protagonistas de la crisis tales como el mismo Giammattei, o los fiscales Porras y Curruchiche, o de las diputadas Rivera y Jovel, demuestran que en todos estos personajes prevalece la alusión a Dios, a la verdad y al bien común, cuando la mayoría en Guatemala conocen de las perversas intenciones que persiguen y de las artimañas y engaños que protagonizaron en numerosas oportunidades.
Ahora que esta intensa, pero ilustrativa, etapa de Guatemala ha llegado a su fin, queda por delante todo un desafío por transformar la matriz institucional y legal que hemos heredado, tan llena de trampas y contradicciones que están diseñadas para garantizar el uso del imperio de la ley para impulsar intereses sectarios o personales, solo que la diferencia serían los actores dominantes, aquellos que antes estaban subordinados ahora tendrán el poder, produciendo en el futuro cercano un relevo de mando, pero no un cambio real en el diseño legal e institucional, ya que este sistema se caracteriza por adaptarse a los intereses y caprichos del jefe de turno. El desafío, entonces, es saber si el nuevo ocupante de la silla presidencial podrá resistir la tentación autoritaria que ahora enfrenta. Tendrá que decidir si aprovecha ese poder discrecional solamente para revertir el cerco legal e institucional que le han impuesto para transformar realmente la anomia reinante, o si, por el contrario, mantiene la anomia para aprovechar ese entorno adaptable a sus deseos para impulsar un panorama que se beneficie solo a su entorno familiar, profesional y político.
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Antes de llegar a ese punto crucial, hay que entender que el entorno legal e institucional solo es el reflejo de una mentalidad anómica: hace unos años, se impulsó la reforma de la Ley Orgánica del MP para proteger a la fiscal Aldana en contra del poder discrecional del entonces presidente Morales; ahora, se habla de reformar nuevamente la ley para permitir que Arévalo destituya a la fiscal Porras. Lo mismo puede decirse de la forma en que la Corte de Constitucionalidad arbitró la crisis, permitió serias anomalías jurídicas que amenazaran la transición, empezando por la dudosa forma en que el juez Orellana ordenó la suspensión del partido Semilla, y la forma en que permitió que una comisión ad hoc de la novena legislatura operacionalizara ese mandato anómalo para favorecer que el partido de gobierno pudiera presidir el inicio del nuevo período de sesiones del Congreso, entre otras muchas inconsistencias judiciales que se acumularon durante esos meses atípicos.
Esa mentalidad anómica es la que predomina en muchos guatemaltecos: casi nadie cuestiona irse contra la vía o cruzar en rojo si va tarde, tampoco se ve mal que se llame a los amigos y conocidos para pedir empleo o solicitar favores, lo cual es una muestra de que la corrupción está más arraigada de lo que parece, ya que no se trataba solamente de un grupito de personas poderosas quienes se oponían al cambio, en realidad, en lo profundo de nuestro ser, la mentalidad anómica impulsa la idea de que todo se vale con tal de alcanzar nuestros objetivos, favorecer que se impongan nuestros criterios y permitir que se cumpla nuestra voluntad. En tal sociedad no hay espacio para la concertación, la conciliación de intereses ni la inclusión de todos por igual, es la democracia de los cuates y de los aliados, por lo que en tal sociedad, no se tolera ni el disenso ni la crítica. Alentar una nueva cultura política menos voluntarista y más incluyente es, por tanto, el verdadero desafío de las nuevas autoridades del partido Semilla.
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