En Guatemala, después de los sucesos que rompieron los vínculos que se tenían con España, ha habido dos movimientos con esas características. Una es la revolución de 1871, liderada por Miguel García Granados secundado por Justo Rufino Barrios, y la otra es la revolución de octubre de 1944, en la cual destacaron muchos líderes, entre ellos Jacobo Árbenz Guzmán, Francisco Javier Arana y Jorge Toriello Garrido.
En medio quedó el estallido social que derrocó a Manuel Estrada Cabrera (1920), mismo que no llegó a constituirse en una revolución, pero que, similar a los otros dos movimientos, fue cruento y provocó muchas muertes.
Ha de percatarse el lector que la llamada Revolución Liberal (1871) y la denominada Revolución de Octubre (1944) sucedieron después de la desvinculación de Centroamérica de España, misma que se adjetivó como Independencia de Centroamérica.
Mucho se ha escrito con relación a la independencia de Centroamérica y no son pocos los autores hispanoamericanos que privilegiaron —en los años posteriores a 1821— esta temática a la búsqueda de algo más que datos agrupados cronológicamente. Pero, durante los sesenta años siguientes se ponderaron estos y otros temas y se invisibilizaron a los pueblos originarios.
Veamos los contenidos abordados más allá de la Independencia.
1. La declaratoria de la República de Guatemala en 1847.
2. Acerca de los tratados entre Estados Unidos y Gran Bretaña incumplidos en cuanto no establecerse a manera de colonias en Centroamérica.
3. Los bretes entre liberales y conservadores cuyos rostros visibles eran Mariano Gálvez y Rafael Carrera.
4. No se diga de la resistencia de Quetzaltenango convertido en el Sexto Estado de Centroamérica.
Como podrá observar el estimado lector, en todos los anteriores no aparecen ni mencionados los pueblos originarios. Además, estas gestas posteriores a 1821 difuminaron los preludios de la Independencia —mismos que se sucedieron desde finales la Revolución Francesa en 1799 y alcanzaron a Centroamérica a principios de 1808— y donde sí hubo participación de los pueblos primigenios. Y en lo sucesivo, estos pueblos fueron los grandes ausentes en la historia, porque se les ocultó bajo diversos métodos, principalmente la exclusión. Sin embargo, allí estaban, escrutando el tiempo a la espera del momento oportuno para hacerse visibles, motu propio.
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Cabe resaltar que los grupos políticos dominantes de aquella época —y que persisten hasta la fecha—, han tenido sus propios panegiristas. Porque estos colectivos dominantes siempre se consideraron hasta con derecho de pernada. Me refiero a los llamados liberales y conservadores. Ellos necesitaban sus propios apologistas para generar su encomio personal y a la vez deshonrar a los contrarios. A manera de vergonzoso ejemplo, los liberales llamaban Gases o Bacos a los conservadores (por borrachos y serviles) y los conservadores adjetivaban de Cacos a los liberales (por interesados y tramposos) y esa repetitiva descalificación se ha mantenido, de modo diverso, a lo largo de doscientos años.
Como efecto secundario y a manera de corolario, nefastos personajes como los que dispusieron anexar Centroamérica a México después de la Emancipación, ahora son reconocidos como Próceres de la Independencia.
Sin duda alguna, era necesaria una conmoción para dar cumplimiento al apotegma que reza: «Después de un caos viene el orden». Ese axioma comenzó a cumplirse desde la primera vuelta electoral realizada el 25 de junio 2023 y está, podría decirse, a mitad de ruta. En la misma, esos pueblos originarios (invisibilizados desde 1821) encabezados por los 48 Cantones de Totonicapán, nos han enseñado cómo rescatar la dignidad de los pueblos y cómo hacerlo apegados a la legalidad, la justicia y la moral.
Gracias entonces, 48 Cantones y pueblos originarios de Guatemala. Ustedes sacaron el pecho por todos los guatemaltecos para rescatar la democracia y también nos sacaron, a los citadinos, de una abúlica franja de comodidad. Gracias por hacerse visibles y por enseñarnos a dar sin recibir, a dialogar sin negociar, a ser dignos y no serviles.
Suceda lo que suceda a partir del día 14 de enero 2024, más de cien días de resistencia para preservar la democracia los han situado ya en el proscenio que siempre tuvieron y que, durante 200 años, se les negó en la historia patria. Por esta razón propongo que a los sucesos que comenzaron el 25 de junio del año pasado y que culminaron con la toma de posesión de Bernardo Arévalo y Karin Herrera se le llame: La Revolución de los pueblos originarios. Se debería celebrar como tal cada 14 de enero porque sin ellos nada se habría logrado, y conste, los cambios de estructuras políticas, sociales, económicas y del manejo de la cosa pública ya están sucediendo.
Hasta la próxima semana, si Dios nos lo permite.
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