La exoneración tendrá una vigencia de 10 años y también es extensiva a insumos agrícolas y materias primas que garanticen la producción agrícola y la seguridad alimentaria. Incluye productos como: la carne de res, carne de cerdo, carne de pollo, carne de pago, leche fluída, huevos de mesa, papas, tomates, cebollas, repollo, frijoles, naranjas, maíz, arroz y azúcar. También alimentos de animales, fertilizantes, insecticidas y herbicidas.
El Decreto indicado es también extensivo para importaciones de países con los que El Salvador no tiene tratados de libre comercio. En las discusiones se habla del desmantelamiento de la producción agrícola en el pasado; sin embargo, no queda claro cómo el instrumento de los aranceles implica reforzar el agro salvadoreño. Cabe indicar que la ley es amplia y contiene medidas para reforzar los sistemas de abastecimiento, del crédito agrícola y demás. Pero enfoquémonos en lo más efectivo e inmediato: el desmonte arancelario.
El arancel no es tan solo un impuesto más que ayuda al financiamiento del fisco. Es, ante todo, un instrumento de política comercial, que complementa los esfuerzos de todos los ámbitos productivos internos.
En el pasado reciente, en el seno de las negociaciones en la Organización Mundial de Comercio —OMC— se tenía toda una plataforma para proceder al acceso a productos a nivel mundial, bajando los aranceles. Al mismo tiempo, se contemplaba la rebaja de los subsidios agrícolas, la implementación de medidas laborales y ambientales diversas, así como otros instrumentos para mitigar la desigualdad en el comercio entre los grandes países y los pequeños.Todo ello quedó en un sueño.
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Hoy, por ejemplo, en la actual campaña republicana en los Estados Unidos de América, se sataniza la rebaja de aranceles y el traslado de empresas (deslocalización) hacia la China Continental y el sudeste asiático. El candidato vicepresidencial David Vance, fue contundente en maldecir el libre comercio con grandes potencias, especialmente China. Acompañó esta crítica con una propuesta para reconvertir la industria del acero y automotriz, entre otros sectores, de los alicaídos ambientes urbanos de la industria pesada norteamericana, en donde el desempleo y la conflictividad social es aguda.
Hay entonces, de nuevo, un ambiente de proteccionismo. Y si se tiene divisa, bien puede procederse a importar frijol, azúcar, papas y demás de otras partes, siendo que nuestros países son tan pequeños que, con abrir importaciones bien puede asegurarse el abastecimiento, por lo diez años que ofreció el presidente salvadoreño. Pero ¿de dónde se obtiene la divisa?
Si predecimos alguna escasez futura, el problema será mayor si se sigue desmantelando la producción interna, tanto en lo agrícola, como en lo industrial. Los agoreros de este modelo bien dicen que la rebaja arancelaria fortalecerá los mercados internos, porque los monopolios del pollo, los fertilizantes o las semillas son los que encarecen la vida del pueblo.
No es tan fácil ni sencillo ese discernimiento. La desprotección arancelaria es fundamental que sea gradual para que no barra con la producción nacional. Lástima grande que a nivel de la alicaída integración centroamericana esos temas ya no forman parte de la discusión y la cooperación entre países. Pero ello es un tema que debe abordarse en otra oportunidad.
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