La razón de dedicarle un artículo a su memoria está basada en que, de cuanto curas y misioneros conozco, es el único de quien puedo testificar su casi obsesiva identificación con los pueblos originarios al grado de haber vivido el día a día de las aldeas insertado en una familia antes de dedicarse a su misión evangelizadora. Así lo indica su primera estadía en Verapaz. Él nació como signado por su amor por estos pueblos y otros que reseño en los siguientes párrafos.
Nació en Barcelona, España, el 27 de noviembre de 1945. Su padre, empresario que tenía negocios en África, lo llevó allá y su infancia transcurrió en varias regiones de aquel continente. Se percibe a ojos vistas que tuvo la suficiente libertad para tomar algunas decisiones. Así, desde muy niño, decidió vivir insertado en familias africanas y no en la suya. Encarnó entonces no solo las culturas de los lugares donde vivió (incluidas las lenguas), sino también el sufrimiento y las necesidades de los países de tercer y cuarto mundo.
Ingresó a la Orden Dominica el 10 de septiembre de 1967 y fue ordenado presbítero en Salamanca el 14 de abril de 1974. Vino a la Verapaz como misionero ese mismo año. Sus primeros destinos fueron San Miguel Chicaj y Salamá. En aquel tiempo yo lo conocí personalmente. Pocos meses después se fue, por voluntad propia y aquiescencia de sus superiores, a Chahal. Allí, antes de iniciar su labor pastoral, fue aceptado por una familia con la cual compartió la cotidianeidad del lugar, los ciclos de las siembras y de las cosechas, las alegrías y los sufrimientos y todas las vicisitudes de la ruralidad, de las que poco sabemos los citadinos. Estuvo en Chahal once años y allá abrió y cimentó una ruta pastoral. A la sazón, el municipio formaba parte de la Parroquia de Cahabón.
Acompañar a los pueblos en sus sufrimientos y necesidades, en esos momentos, era muy peligroso. Los patronos de la guerra y la muerte tenían la mampuesta apuntando a cuanta persona lo hiciera porque en sus febriles y enfermizas mentes, ser solidario implicaba subversión. De esa cuenta, tuvo que salir para España en 1982 y después de un breve lapso viajó a Perú, a una región de la selva amazónica donde vivió con la comunidad al estilo de la Amazonía peruana: en armonía con el entorno, de la caza y la pesca y cultivando con técnicas que han sido trasladadas de generación en generación para garantizar la vida, pero también la sostenibilidad de la casa común.
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En orden a sus experiencias, consideró necesario aprender más de misionología. Así, fue enviado a Roma donde estudió acerca de la misión bíblica de la Iglesia y después de un año regresó a Alta Verapaz. Entre 1987 y 1990 trabajó en Telemán, en el valle del río Polochíc. Por razones que desconozco, los dominicos entregaron aquella parroquia a la Diócesis de Verapaz y Fr. Antonio Matabuena, como se le conocía, pasó a ser miembro de la nueva casa que fundaron los dominicos en Cobán. Me refiero al Centro Ak Kután “Fray Bartolomé de las Casas”. Allí estuvo hasta el año 1995 cuando volvió a Santa María Cahabón. Esta vez pernoctó allá durante diez años.
Por razones solo conocidas por él y por la Orden, al final de ese decenio fue destinado a Taiwán, donde otra vez se insertó en una familia para vivir el día a día de la ruralidad china y aprender el idioma mandarín. Ejerció su labor misional allá por siete años. Luego fue a España y a Timor Oriental, cerca de Australia. En 2015 regresó a su querido pueblo de Cahabón para no dejarlo nunca más.
Su rutina era salir de la casa parroquial los domingos por la tarde y retornar hasta el sábado siguiente por la tarde. Descansaba el tiempo que se lo permitía el quehacer parroquial el día domingo para, pocas horas después, ponerse en camino hacia otras aldeas. Y así lo sorprendió el momento de presentarse ante nuestro buen Dios.
El 3 de enero recién pasado tuve, por primera y única vez, la oportunidad de dialogar con él acerca de las causas no sabidas relacionadas con la muerte violenta de Fr. Domingo de Vico (noviembre 1555) en el territorio de Acalá (cerca del actual municipio de Chisec). Vico era el autor de la conocida Theología Indorum. Dimensioné entonces, a cabalidad, su estatura académica y su dominio de la historia con relación a la primera hora de la evangelización en Tezulutlán-Verapaz. No sé por qué, tuve la sensación de que no sería muy fácil volverlo a ver y así sucedió. Sin duda alguna, nos encontraremos en las páginas de Vico, entre la historia y la leyenda (novela histórica que he comenzado a escribir). Sin sus aportes y las contribuciones académicas de Fr. Jesús Tapuerca, la obra no tendría el avance que lleva.
Descanse en paz Fr. Antonio Javier García Matabuena, El misionero itinerante, como le llamaban (y a él le gustaba que así lo adjetivasen), sus hermanos de Orden.
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