Al inicio del escrito aclaré su porqué: «La razón de dedicarle un artículo a su memoria está basada en que, de cuanto curas y misioneros conozco, es el único de quien puedo testificar su casi obsesiva identificación con los pueblos originarios al grado de haber vivido el día a día de las aldeas insertado en una familia antes de dedicarse a su misión evangelizadora. Así lo indica su primera estadía en Verapaz».
La experiencia nos ha demostrado (a los articulistas de opinión) que, cuando se escribe sobre las virtudes o se exaltan los atributos de alguien, el propósito que se desea alcanzar es exiguo. Mas, en esta ocasión la rosa de los vientos nos mostró un rumbo diferente. El artículo en sus primeras horas registró más de 1,400 lectores. Y sobre ello, no pocas personas se comunicaron conmigo vía chats personales encomiando la vida del fraile o lamentando su deceso (aún sin haberlo conocido). También hubo comunicación verbal, y de dichos diálogos quiero referirme a tres de manera puntual. Uno fue sostenido con un amigo no católico, otro con un psiquiatra y un tercero con un docente universitario. Los reseño a continuación.
El amigo no católico me dijo de manera textual: «Para muchas personas vivir una vida plena, anteponiendo los valores morales a cualquier circunstancia, es sinónimo de heroísmo y de ese tipo de héroes está urgida nuestra sociedad».
El psiquiatra argumentó así: «La vida de ese cura fue toda una inspiración. Es como un personaje de leyenda, de esas que terminan muy bien y que llaman a emularla. Los guatemaltecos tenemos mucha necesidad de esa clase de vena».
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Y el docente universitario me expresó: «En las comunidades educativas se palpa cada día más el hambre de conciencia plena. Una conciencia que distinga el bien del mal, una conciencia que denuncie a los antivalores que ya fueron normalizados en nuestros colectivos sociales, los ponga al tapete de la discusión y los llame por su nombre. Imagínese usted, el sacrificio, por ejemplo, ya no es parte de los aspectos prácticos de la educación». Me explicó que con la palabra sacrificio se refería a la entrega del docente más allá de las aulas para que los estudiantes se sientan impulsados a la búsqueda de su plenitud de vida.
Después de esta última plática recordé un segmento sinóptico, introductorio, del libro La danza de los íntimos deseos: siendo persona en plenitud, del jesuita Carlos Rafael Cabarrús. Reza: «“A distinguir, me paro, las voces de los ecos...”, decía el poeta Machado. Algo así es el discernimiento. Discernir es saber separar, para quedarse con lo que parece lo mejor, optar por ello y llevarlo a la práctica. Pero en estas páginas damos un paso más, hablamos de discernimiento espiritual y cristiano. Para ello tengo que conocer qué se experimenta cuando Dios me habla y cómo distingo entre tantas cosas que pasan, la voz de Dios en mí y en los acontecimientos de la vida. Y todo ello a ritmo de danza, suave, con la justa cadencia entre dos: Dios que marca el paso y tú que te dejas llevar».
Sin duda alguna, el misionero Matabuena fue una figura que con su testimonio de vida sacudió y sacó a las personas de su franja de comodidad para impelerlas a vivir en plenitud, y quien encarnó esa cadencia donde Dios marca el paso y él (el misionero), se dejó llevar para inspirar a los demás.
Necesidad de héroes, necesidad de inspiración, una válida exigencia de nuestros pueblos.
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