Con el auge de plataformas como Letterboxd y Goodreads, actividades recreativas como leer o ver una película se han convertido en una competencia.
Letterboxd nació en 2011 como una red social para cinéfilos. Y, en 2024, alcanzó un nuevo pico de popularidad: más de 14 millones de usuarios activos, principalmente, entre los 16 y 24 años. En 2020, apenas eran 1.8 millones.
Goodreads, por su parte, fue fundada en 2006, con la intención de recrear esa sensación de ojear las estanterías de tus amigos para descubrir nuevas lecturas. Un espacio para reseñar, recomendar y debatir libros.
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Ambas plataformas surgieron para fomentar el amor por el cine y la literatura. Pero, con el tiempo, los motivos para utilizarlas han cambiado. Hoy ya no basta con ver o leer una historia. Ahora hay que documentar y medirlo. Esta tendencia ha transformado el entretenimiento en una competencia silenciosa. En su reporte anual más reciente, «Year in Review», Letterboxd registró más de 96 millones de reseñas para alrededor de 701 millones de películas. Para mí, esos números demuestran que, para muchos, el cine se ha convertido en un maratón sin línea de meta.
Goodreads presenta un fenómeno similar. Con 150 millones de usuarios activos y su popular Desafío de Lectura, miles de lectores se proponen metas como si entrenaran para las Olimpiadas Literarias. En 2024, más de nueve millones participaron y alcanzaron una meta colectiva de 356 millones de libros leídos.
La propia aplicación describe el reto como «la clase de educación física para nerds de los libros». Pero ¿en qué momento leer dejó de ser una actividad placentera y se convirtió en una competencia casi olímpica?
A mi parecer, ambas aplicaciones son víctimas de la gamificación. Una técnica para instalar hábitos a través de metas y recompensas divertidas, que se ha observado en otras plataformas, como Duolingo.
En Letterboxd, varios usuarios sienten la necesidad de registrar películas que detestaron, o de escribir reseñas con tono académico. Como si Rotten Tomatoes estuviera contratando ahí. Detrás de todo esto hay un mismo objetivo: conseguir más «me gusta», más seguidores, y consolidarse como críticos respetados.
Pero, en esta alza hacia la grandeza digital, ¿dónde queda el simple placer de apreciar historias?
En el terreno literario, Goodreads tampoco se salva. En redes, personas han admitido que eligen libros cortos o escuchan audiolibros a 1.5x de velocidad para leer más rápido y registrar más números. Reducen la experiencia a acumular trofeos inexistentes.
Para mí, esto es lamentable considerando los beneficios neurológicos que tiene la lectura.
En 2010, los doctores Marcel Just y Tim Keller, de Carnegie Mellon, descubrieron que leer a diario durante seis meses mejora la memoria y la atención. Otro estudio, realizado por los psicólogos Margaret L. Kern y Howard S. Friedman, concluyó que los niños que leen con regularidad desarrollan mejores habilidades lingüísticas, y mayor inteligencia social y emocional.
Y, aun así, algunas personas leen como si Goodreads entregara un premio por terminar el mayor número de libros en 365 días. Pero nadie reparte medallas o estatuillas brillantes. Ni siquiera una estrella dorada en la frente.
La autora estadounidense Jael Richardson resumió este fenómeno diciendo que, para algunas personas, los libros son «deporte o son tareas».
No tengo nada en contra de Goodreads y Letterboxd. Me encanta espiar los perfiles de mis conocidos para obtener recomendaciones. Mi conflicto es con la obsesión de convertir estas aplicaciones en pedestales intelectuales. Donde lo más importante no son tus gustos, sino cómo quieres ser percibido.
¿Eliges tus películas favoritas porque te encantan o porque te hacen parecer una persona más sofisticada? Con la gamificación, el cine y la literatura se han convertido en logros medibles. Y muchos moldean su consumo para complacer a una masa sin rostro.
No hay nada de malo en disfrutar un libro de romance o un blockbuster de superhéroes. ´Por más que los críticos de Internet lo consideren un pecado capital.
No tengo nada en contra de quienes ven 300 películas al año, o leen 200 libros. Lo que sí me disgusta es que esa cantidad se haya convertido en equivalente de superioridad moral e intelectual. Como si leer menos libros o ver menos películas te diera una categoría inferior.
Ni Letterboxd ni Goodreads son el problema. Ambas aplicaciones conectan a personas con pasiones compartidas y permiten descubrir joyas ocultas. Pero cuando el consumo se vuelve una carrera de estadísticas, se pierde de vista por qué iniciamos en todo esto.
Leer o ver cine no se trata de impresionar ni de conseguir un gráfico colorido al final del año. Se trata de sentir y reflexionar. Reír con una película dominguera o llorar a mares con un final inesperado. Ningún ranking o algoritmo puede medir eso.
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