El deporte es el único factor capaz de unir a nuestra sociedad, y el que lo consigue más seguido es el futbol, aunque a costa de después sufrir señalamientos por no coronar las expectativas.
Toda competencia atlética de alto nivel implica un desborde de esfuerzo, sacrificio y la intención de ganar, pero ya sea en una disputa individual o en equipo, cuenta mucho el adversario. En ese contexto, a las habilidades físicas se debe sumar la fortaleza mental.
Históricamente, en los grandes eventos internacionales, salvo excepciones Guatemala participa, mas no compite, y entre más se elevan las exigencias, menos oportunidades se le presentan. El drama, trauma o decepción se suscita con el balompié que durante un siglo no ha podido entrar en el selecto círculo mundialista.
Por supuesto, ya van dos citas en la que la categoría sub-20 y el futsala viene clasificando con frecuencia a los torneos del orbe; sin embargo, la deuda es la división mayor del futbol tradicional que cada cuatro años comienza con ilusión y termina con frustración sin poder clasificar.
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Irónicamente, y a pesar de derrota tras derrota, el máximo circuito del balompié nacional es el privilegiado. Políticos y empresas destinan grandes recursos financieros para cubrir las nóminas, los medios de comunicación dedican los espacios principales para reportar el día-día de los certámenes locales y la afición acude con pasión a los recintos donde se celebran los partidos.
Una de las postales relevantes del futbol es que los uniformes han dejado de ser símbolo de identidad y estética para dar paso a una imagen propia de un cartel publicitario con una nutrida lista de patrocinadores en los que no faltan la municipalidad respectiva, una entidad bancaria y una de las firmas multiplataforma, es decir, dinero puro contante y sonante.
Lejos, muy lejos quedan las otras disciplinas que solo se parecen al futbol en el deterioro de sus instalaciones o en las carencias de la infraestructura. En general, la mayor dificultad en el deporte guatemalteco es que los recursos no llegan para una mejor preparación en todas las líneas, de manera que la falta de espacios para desarrollar y potenciar habilidades es materia pendiente.
Hoy, vivimos días de ensueño generados por la conquista de dos medallas olímpicas en París. Gracias al oro de Adriana Ruano y al bronce de Jean Pierre Brol, ambos en tiro, Guatemala llegó a tres preseas en la historia de esas justas, pues se sumaron a la plata de Erick Barrondo en la marcha durante Londres 2012. Con ellos, nuestro país completó el podio.
Del nudo en la garganta al grito de victoria enmarcado por las lágrimas de felicidad que propiciaron Brol y Ruano, ahora llevamos días de escuchar que con su nombre se identificarán calles, plazas o escenarios, es decir, de casi ser desconocidos pasarían a ser referentes de ubicación de determinados puntos de la ciudad, como ocurrió con Barrondo al rebautizar un complejo deportivo.
Ojalá que la lista de patrocinadores que adornan las camisolas y pantalonetas de los equipos de la liga mayor de futbol también se luzcan en los uniformes de tiro, boxeo, patinaje, esgrima, bádminton, atletismo, judo, natación y demás disciplinas en cada municipio y departamento donde se practiquen; solo de esa manera habrá coherencia y no simple oportunismo al salir en la foto de la victoria. Un dato de interés: en Guatemala son 47 las federaciones deportivas.
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