Por más de cuatro décadas, Emma Theissen Álvarez de Molina y Adriana M. Portillo-Barlow han buscado a sus retoños. Marco Antonio Molina Theissen, de 14 años, fue secuestrado por el ejército el 6 de octubre de 1981. Glenda Corina de 9 años y Rosaura (Chagüita) Margarita Portillo de 10, también fueron secuestradas por el ejército, el 11 de septiembre de 1981.
Los informes sobre graves violaciones a derechos humanos durante el terrorismo de Estado refieren que no menos de cinco mil niñas, niños y adolescentes fueron secuestrados y desaparecidos. Esta práctica de secuestro de niñez o adolescencia quedó evidenciada en el documental Finding Oscar (Buscando a Óscar), basada en la historia de los niños Óscar y Ramiro, quienes fueron secuestrados por elementos del ejército durante la masacre de Dos Erres, en Petén, a finales de 1982.
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La desaparición forzada de un ser querido es un golpe brutal para cualquier familia. La desaparición de un hijo o hija en su niñez clava, como a la imagen de la Dolorosa en Semana Santa, un puñal más en la congoja de la pérdida. El corazón de la madre de una persona desaparecida deja de latir al ritmo normal y palpita lento cuando la tristeza lo ralentiza, o cual redoblante golpea fuerte cuando la ansiedad se apodera del cuerpo. El corazón de la madre de una niña o niño desaparecido vive esa sensación elevada en su potencia.
El dolor se apodera de cada molécula de su cuerpo. Vive con cada respiración que lleva a sus pulmones. Se convierte en su sombra cotidiana y le imprime un peso enorme a sus espaldas. Y, no obstante, sus pies vuelan como alas con la esperanza que renace de la lucha que han llevado en procura del encuentro.
Las más de cuatro décadas de angustia han sido también más de cuatro décadas de búsqueda incesante. De armar el rompecabezas de la memoria para procurar justicia. De repetir una y otra y otra vez, cuanto sea necesario, cada detalle de lo acontecido. El color de los vehículos, el tono de las voces, la altura y los ademanes de los perpetradores, el sentido de las miradas y la precisión de los movimientos.
Nada se ha olvidado. Por eso, cuando en algunos de los casos llega la justicia, toca dibujar milímetro a milímetro el rostro del depredador quien pese a estar envejecido, conserva aún el perfil del verdugo. Ese que fue capaz de arrebatar un niño o una niña de los brazos de la madre. Ese que tuvo la osadía de dejarle sin el sonido de la voz o el cantar de la sonrisa.
Y aunque para ellas también han llegado las canas, el brillo de sus miradas no se apaga. Al contrario, enciende llamaradas de lucha por la justicia. Su energía se alimenta del abrazo y el cariño solidario, su dignidad convoca a seguir y buscar hasta encontrar.
Por ello, esas madres que han visto pasar más de 40 mayos sin abrazo, hoy reciben, aunque no llene el vacío, el abrazo enternecido de quienes hacemos nuestro su dolor y sus luchas. Para ellas, en especial a Doña Emma y Adriana, un dogal de claveles para abrazar su ternura y decirles: #HastaEncontrarles.
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