Los derechos humanos intangibles son aquellos que se consideran irrenunciables y adscritos a la naturaleza humana, como el derecho a la vida y a la integridad personal; a no ser sometido a desaparición forzada, torturas, tratos crueles o degradantes; al reconocimiento de la personalidad jurídica; la prohibición de la esclavitud, la servidumbre y la trata de personas; y la equidad de género. Una nación autónoma podría adoptar las leyes y prácticas que le sean tradicionales, siempre y cuando no se violen los derechos humanos intangibles.
Guatemala tiene 22 pueblos de ascendencia maya, además de garinagu, xinkas y mestizos. Al final del periodo posclásico la mayoría de las grandes ciudades estado de las planicies desaparecieron, quedando solo tres, entre ellas Mayapán, que también desapareció a causa de sus luchas internas. Los descendientes de los mayas se esparcieron por los valles inter montanos de la Sierra Madre y gracias al aislamiento topográfico fueron desarrollando cada cual su propia cultura, tradiciones e idioma.
Después de más de 500 años de conquista y colonización, estos pueblos han conservado muchas de estas tradiciones, prácticas culturales e idiomas. Bajo la presión de la aculturación forzada y la ladinización, algunos líderes y autoridades de los pueblos se han dado cuenta de que, para sobrevivir como culturas, deben tener algún grado de autonomía, incluyendo control sobre sus territorios, lo cual los llevaría a convertirse en naciones autónomas.
Para que los pueblos indígenas tuvieran control sobre sus territorios sagrados y económicos, alguien más tendría que cederlo, lo cual no sería un proceso libre de conflictos. El estado criollo ladino que gobierna Guatemala tiene una serie de organizaciones a su disposición, tales como el ejército, la policía nacional y otras policías. Además, hay organizaciones privadas que también se opondrían a cesiones territoriales a pueblos indígenas.
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Por estas y otras asimetrías de poder, una ruta pacífica y consensuada hacia un estado plurinacional parecería ser lo más factible. Los pueblos indígenas dieron una muestra de su accionar durante la llamada Protesta de los 106 días. «Desde el 2 de octubre hasta el 15 de enero, las autoridades indígenas montaron un plantón frente a las instalaciones de la fiscalía general en la ciudad de Guatemala. De igual forma, se produjeron múltiples plantones pacíficos en diversas carreteras del país, con la intención de exigir la renuncia de la fiscal general y el desmantelamiento del golpe de Estado». (El Blog de Pueblos). Esta protesta propició la llegada de Bernardo Arévalo a la presidencia.
En una reflexión posterior, el secretario de Los 48 Cantones de Totonicapán dijo: «Estábamos luchando contra un sistema que tiene por costumbre utilizar tácticas militares. Entonces nos vimos obligados a utilizar nuestras propias tácticas. ¿Y cuáles son? El respeto a la vida, el derecho de los demás». (Rolando Castro).
El pensamiento maya se originó en una de las zonas de mayor riqueza natural del mundo: el área de El Mirador y las cuencas de los ríos Usumacinta y Pasión. Esto lo imbuyó de una mentalidad de agradecimiento y respeto a la naturaleza, la cual se extendió a las familias, a las demás personas y a las comunidades. Esta mentalidad es la mayor fuente de unidad conceptual entre los pueblos mayas, aunque no siempre se reconozca en forma explícita.
Durante la Protesta de los 106 días, la unidad de los pueblos k’iche’, kaqchikel, q’eqchi’, copón, ixil y xinka se fue dando de manera espontánea, en seguimiento a la iniciativa de los 48 Cantones. Se dice que el Departamento de Estado de los Estados Unidos apoyó, desde sus inicios y de todas las formas posibles, la candidatura de Arévalo, por lo que no sería extraño que también hubiera influenciado la Protesta de los 106 días, aunque no haya sido en forma directa. No se puede esperar que esto mismo ocurra en el proceso de la creación de un estado plurinacional, por lo que cabe plantear nuevos conceptos de unidad.
Los pueblos indígenas no tienen el referente de un estado supranacional que los pueda integrar a todos. Su identidad se circunscribe, en cada caso, a cada pueblo. Por lo tanto, no se puede exigir una unidad supranacional, cuando los pueblos mismos carecen de este referente como algo arraigado en sus culturas.
La unidad de los pueblos indígenas debe, por lo tanto, darse entre pueblos que se consideran soberanos. Sería una integración parecida a la que se dio entre los países centroamericanos a partir de 1960 y que ha seguido evolucionando, con altibajos, hasta la fecha. La unidad de los pueblos se podría dar a través de una especie de Secretaría Indígena para el Estado Plurinacional, cuyos miembros serían pares, actuando en forma consensuada.
Exigir unidad monolítica entre pueblos soberanos asume, de manera inconsciente que «todos los indios son iguales». Además de infructuosa, esta uniformización tiene connotaciones racistas. El camino hacia un estado plurinacional conlleva un concepto de unidad que toma en cuenta la diversidad de los pueblos que lo integran.
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