Todo este patrimonio público, formalmente utilizado para el bien común, estuvo siendo manejado por diversos personajes, desconocidos en su mayoría, con credenciales profesionales de baja cuantía. Y para citar dos ejemplos: los encargados de las carteras de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda y Desarrollo Social se presentan con estudios universitarios, sin título alguno de peso, egresados de universidades poco conocidas y sin certificación en el medio, el primero de ellos; mientras que el segundo es un estudiante del séptimo semestre de Auditoría en una cartera muy ajena de los cuadrados conocimientos que la auditoría aporta para afrontar la creatividad y sensibilidad que la protección social demanda. Sin lugar a dudas ha sido, el de Giammattei, el gobierno más desastroso y mediocre de la era democrática, lo que ya es mucho decir debido a las grandes debilidades que el ciudadano de a pie le otorga a todo el periodo que se autoproclama como «democrático».
Se ha dado ya a conocer el próximo gabinete de gobierno y los principales puestos del más alto comando. Vendrán luego los viceministros, secretarios y los mandamases de las entidades descentralizadas. La gente comienza a criticar unos y aplaudir otros de los nombramientos hechos. Se observan caras poco conocidas por el gran público, lo cual resulta ser un sello común cuando se trata de tecnócratas y burócratas, principalmente jóvenes en su mayoría. Recordemos que, desde los tiempos del gran estudioso de la burocracia, el genial Max Weber, se habla de tal actor social como uno muy discreto, encerrado en los recintos administrativos en donde la secretividad y la manifestación de emoción alguna se encuentran reservadas para momentos y estancias fuera del ojo público. La burocracia es, entonces, un actor central, un medio, un estamento que tiene tres grandes roles según los estudiosos de su actuar: servir a los intereses de la ciudadanía en general, a los de los poderosos y «de la foto», y perpetuarse a sí misma; es en este último rol por donde hay que comenzar y fortalecer la meritocracia.
[frasepzp1]
Si el nuevo gobierno quiere dejar algunos legados, y dejar obra, como bien dice la gente, debe pasar por un requisito que no suele verse ni observarse a los ojos del gran público: forjar un servicio civil moderno. La respuesta al desastre debe ser la de un ordenamiento de la función pública, y un primer requisito es que el más alto funcionariado, de acuerdo con nuestra Constitución y las leyes de la materia, sea meritocrático y profesional. Y para ello debe contar con título en universidad reconocida, ya sea por la única universidad pública o por el Consejo de la Enseñanza Privada Superior. Está claro que en un mundo globalizado se aceptan funcionarios graduados en notables y conocidas universidades internacionales, pero el nuevo servicio civil debe abrirles la puerta y buscar la ansiada reforma universitaria de la única universidad pública para su incorporación sin tanta tramitología cuasimedieval.
Esperamos que el recién nombrado secretario general de la Presidencia se haya ocupado celosamente de tales entuertos para proceder a la batería de nombramientos que tendrán ocupados a Presidente y Vicepresidenta en las primeras semanas.
Y decimos esto porque se trata de gente que, aparte de ocuparse en servir a los intereses y necesidades de la ciudadanía, representa al país en cónclaves como el SICA, la SIECA, los consejos centroamericanos de ministros, y en organismos especializados a nivel latinoamericano, iberoamericano y mundiales. Resultaría ser una vergüenza que tal o cual funcionario, al sentarse en cónclaves regionales e internacionales, reflejare un saber y entender con diferencias marcadas, en términos simbólicos y de comunicación, a las de sus homólogos de otros lares.
Más de este autor