Admito que ignoraba el concepto, que no es nada nuevo, pero inmediatamente me interpeló y presentí que no era particularmente extranjero a mi propia vivencia. Investigando un poco más, encontré que el término violencia lateral fue desarrollado por académicos del movimiento global de pueblos originarios, para explicar las prácticas perjudiciales y abusos que miembros de grupos históricamente excluidos u oprimidos establecen en la relación entre sus pares, el uno con el otro, como resultado de factores como la colonización, la opresión, el trauma intergeneracional y experiencias continuas de discriminación y racismo. En otras palabras, el o la oprimida, se vuelven los opresores de sí mismos y de cada uno en ese grupo.
Me cayó el veinte, como dirían los mexicanos.
Como mujer inmigrante de color, profesional, y de origen latinoamericano, ahora puedo nombrar mejor cómo de distintas formas y en distintas etapas de mi vida profesional en Estados Unidos, he sufrido violencia(s) lateral(es) en cada una de mis identidades interseccionales. No se trata solo de sobrellevar las microagresiones que provienen del grupo o de los grupos dominantes que ya de por sí son agobiantes y desestabilizadores. Además, hay que aprender a identificar, reconocer, nombrar y entender las trampas que nos ponemos a nosotros mismos dentro de nuestros propios grupos (de mujeres, de inmigrantes, de profesionales, de latinoamericanos, de minorías, etc.) porque llevamos internalizadas prácticas patriarcales, machistas, sexistas, racistas, colonizadoras y opresoras para tratar de ganar control y poder, pero sobre nuestros semejantes.
Algunos comportamientos de la violencia lateral incluyen el chisme, el hostigamiento (o bullying), y acusaciones. Dentro de ese perverso arsenal, yo incluiría también el ninguneo, esa otra herramienta para disminuir y desacreditar al otro, a la otra. Nadie mejor que Octavio Paz para describirlo. En las páginas iniciales de El laberinto de la soledad, el gran ensayista, poeta y escritor mexicano apunta un rasgo que a mi parecer es, si no universal, sí harto latinoamericano:
«Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: "¿Quién anda por ahí?" Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: “No es nadie, señor, soy yo”.
[frasepzp1]
No solo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes. No quiero decir que los ignoremos o los hagamos menos, actos deliberados y soberbios. Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno.»
Lo que he aprendido con el tiempo es que la violencia lateral busca silenciar nuestras voces, silenciar nuestras causas, silenciar y negar quienes somos. Una victoria para las fuerzas que buscan constantemente dividirnos para mantenernos subalternos. Una tragedia innecesaria para nosotros y nosotras. Heridas que cuesta sanar.
Desaprender y desentrañar estas prácticas, sobre todo las más internalizadas dados los sistemas de larga data que nos rigen, es un trabajo de larguísimo aliento. Ciertamente debieran empezar en casa, seguido por la escuela y las comunidades donde socializamos y trabajamos. Creo que también pasa por crear culturas de relacionamientos genuinos e intencionales, de autoaceptación y autoconocimiento. No basta la solidaridad a secas, urgen la intrasolidaridad y la intersolidaridad: por un lado, reconocernos como pares y si no vamos a aportar, al menos no dañar; y por el otro, tejer relaciones y alianzas donde nuestras identidades tiendan a ser interseccionales para elevarnos y dignificarnos los unos a los otros.
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