Hoy sabemos que, a raíz de tan pobre desempeño de Biden frente a Trump en ese infausto debate de junio, finalmente el octogenario presidente y su entorno decidieron que dejara la contienda para pasar la antorcha a su vicepresidenta, Kamala Harris. La exfiscal general y exsenadora de California se ha arremangado a toda prisa. Prueba de ello fue el exitoso debate que sostuvo hace unas semanas contra un Trump, quien no tuvo otra estrategia más que acudir a su letanía de mentiras, algunas de ellas tan sórdidas que los memes no tardaron en condenar con humor su racista ataque contra inmigrantes haitianos.
Estamos a escasas cinco semanas de las elecciones del próximo 5 de noviembre. Aunque para entonces en algunos estados muchos de los votantes ya habrán emitido un voto anticipado, no es sino hasta ese primer martes de noviembre que la mayoría de los ciudadanos emitirá su voto. Entrada la noche empezaremos a saber los resultados a boca de urna en los siete estados donde se juega «la madre de todas las batallas»: Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Georgia, Carolina del Norte, Nevada y Arizona. A estas alturas es muy difícil predecir quién ganará la presidencia. La contienda sigue muy cerrada, a pesar del óptimo desempeño de Harris en el debate; la multimillonaria campaña demócrata concentrada en estos estados, y la difusión cada vez más clara de su plan de gobierno.
En el campo demócrata hay mucha energía y expectativa. Aquí en Minnesota, donde vivo, en el casco metropolitano donde reside la mayoría de los votantes demócratas, el entusiasmo está a desbordar. Y no es sorprendente pues la administración del gobernador Tim Walz, hoy el compañero de fórmula de Harris, ha respondido a las principales demandas de bienestar de la clase media y trabajadora. Esta «economía de la oportunidad» es la que Harris y los demócratas quisieran emular a nivel nacional.
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Pese a que las multimillonarias inversiones en salud, educación, educación temprana, descanso pagado por enfermedad, vivienda, y servicios sociales fueron históricas, la realidad es que el impacto de estas medidas no será inmediato. De allí que una buena parte de los electores todavía sienten que la economía —tema primordial en estas elecciones— no funciona para ellos y es más anuente a creer la narrativa trumpista que bajo su gobierno «todo estaba mejor» que con Biden.
Por mucho que la vicepresidenta Harris represente una manera positiva de hacer política y vaya ganando terreno en las encuestas gracias a una mayor definición de su programa de gobierno, varios factores podrían hacer tortuosa su permanencia en la Casa Blanca y complicarán las posibilidades de que los demócratas mantengan el Senado y recuperen la Cámara de Representantes en el Congreso.
Uno de ellos podría ser la abstención de millares de electores jóvenes y personas de color, quienes consideran que no son representados o que no tienen mucho que ganar con su participación en las urnas. Al final, los candidatos se acercan a ellos solamente durante el ciclo electoral y estos son segmentos todavía vulnerables donde las inequidades aún pesan; ya sea a nivel de empleo y salarios, o acceso a la vivienda. Si bien Harris ha enfocado su mensaje en la libertad y los derechos reproductivos, tema que obtuvo mucha resonancia en las elecciones del 2022, la economía prima este año. Además del factor económico, está el tema geopolítico. Conforme no se resuelva la guerra israelí-palestina, y la violencia desmedida de Israel contra civiles en Gaza —y ahora Líbano— no obtenga una mayor condena de Estados Unidos, es posible que haya menos interés en buena parte del electorado.
Y si bien Harris no ha hecho de su género y etnia el leitmotiv de su campaña, recordemos que esta sociedad es en esencia racista y conservadora. A menos que los demócratas convenzan y movilicen a sus principales bases en esos siete estados (mujeres y jóvenes de color), esperemos no encontrarnos con el mismo escenario de noviembre 2016, con consecuencias aún más funestas de cara al 2025.
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