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Mayulí Nicol acude al cementerio de Momostenango para adornar la tumba de su esposo, el escritor y poeta, Humberto Ak’abal, el 15 de marzo de 2024 en Momostenango, Totonicapán.

«En este país pequeño todo queda lejos»: el tiempo que le robaron a Humberto Ak’abal

Tipo de Nota: 
Reportaje
Palabras clave

«En este país pequeño todo queda lejos»: el tiempo que le robaron a Humberto Ak’abal

Ilustración: Edwin Bercián
Ilustración: Gabriel Serrano
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El poeta originario de Momostenango, Totonicapán, falleció en enero de 2019 como una víctima más de las precariedades de los servicios de salud pública. Su esposa y familia relataron sus últimos días y, al mismo tiempo, retrataron un sistema asistencial desconectado entre sí.

Cuando era chiquito, escribió en uno de sus poemas, notaba que octubre le quedaba lejos. Era el mes de su cumpleaños y «sentía que no llegaba». Cuando creció, «parecía que a la vuelta esperan uno detrás de otro. Y yo corro para que octubre no me alcance». Aquel día, la ambulancia apuró el paso para intentar llegar a otro octubre. No llegó.

Y no lo hizo porque su transporte de emergencia salió desde la capital y le tomó cuatro horas llegar a Totonicapán, para luego repetir el mismo trayecto hasta el Hospital General San Juan de Dios; no llegó porque en el hospital departamental no tenían el equipo médico para atenderlo; no llegó porque en el centro de salud no lo ingresaron al sistema.

Después de recorrer horas interminables, la ambulancia se detuvo. El destino final era un lugar que, a pesar de las luces del gran rótulo que lucía su nombre, pintaba un ambiente más bien sombrío. Era casi medianoche cuando la camilla ingresó al San Juan de Dios. El paciente estaba en estado crítico y sus últimos rayos de esperanza se apagaban...

Esta es la historia de lo ocurrido horas antes del 29 de enero de 2019, en cuya madrugada murió el poeta Humberto Ak’abal. Pero también es la historia de un sistema de salud pública desconectado.

Del canto de las aves al ocaso

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Con excepción del bachillerato, Humberto vivió en Momostenango, Totonicapán. Creció en la casa de los abuelos, aunque poco a poco en el mismo terreno sus padres construyeron su casa. Ahí reina la calma y la naturaleza acoge a cualquiera que la visite. Él pasó su vida contemplando todo lo que tenía a su alrededor y lo reflejó en su admiración por los pájaros que plasmó en sus poemas. Realmente el canto de las aves resuena tanto como si estuviera amaneciendo todo el día.

Doña Esteban de Ak’abal, su madre, una anciana a quien a sus 92 años se le hace difícil articular las palabras que quiere decir, no dudó ni un segundo en compartir los recuerdos con él. Aseguró que por las dificultades de salud que tuvo de niño, se volvieron muy cercanos. Por eso Humberto, junto con su esposa Mayulí, decidieron establecer su hogar al lado de ella.

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Entre flores y una fuente en el patio central se puede ver el estudio de Humberto en un segundo nivel. «Este era su santuario», comentó su esposa. Y aunque no cabe un libro más, el aire que se respira dentro resulta inspirador. El escritorio apenas se ve entre tantos estantes de madera. La mayoría están llenos de libros, pero el que se encuentra justo atrás de su silla guarda una colección de más de 200 discos compactos. «Escuchaba de todo», apuntó su esposa entre sonrisas.

Las paredes casi no se ven, tapizadas de cuadros. Algunos, pintados por su esposa, otros se los regalaron y el resto los compró. Aunque la madera tiende a oscurecer, las libreras dejan de opacar por la ventana colocada frente a su escritorio, la que da justo al Paclom, el cerro sagrado de Momostenango.

Humberto dejó de sentarse allí hace algunos años, pero todo está tan intacto que parece que aún pasa las horas escribiendo en su computadora.

Su esposa contó que él resistió situaciones difíciles en su vida, como la poliomielitis que padeció de pequeño, aunque con esfuerzo propio y dedicación de su madre, aprendió a caminar.

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Por eso, su pareja estimó que en sus últimos días sí llegó a sentirse muy mal porque no dejaba que una enfermedad lo sacara de su rutina, pero en esta última ocasión sí decidió hacer algo. 

Buscó a un médico por el dolor que sentía en el abdomen, pero no lo encontró. Sin mayor opción, acudió a un amigo farmacéutico que le recetó algo. Tomó el medicamento y, como era su costumbre, partió a su estudio a prepararse para dar una charla a estudiantes.

«Caminó hasta allá, incluso con el dolor que sentía», explicó.

La molestia continuó y tuvo que pedirle a su hermana Blanca Estela que lo acompañara al centro de salud de Momostenango.

«El sistema no te ingresa»

Humberto tocó en vano las puertas de un sistema que nunca lo ingresó. En el centro de salud, no fue posible atenderlo por la falta de recursos para averiguar qué causaba su malestar agudo.

Gustavo Estrada, experto del Instituto de Investigación en Ciencias Naturales y Tecnología (Iarna), explica acerca del sistema en red: «Se divide en tres niveles que deberían estar conectados y proveer servicios dependiendo de la complejidad. El primero es un nivel básico y lo llaman comunitario. Es el que tiene más servicios, son cerca de 1,200 puestos de salud y es atendido por auxiliares de enfermería». 

Por ser la puerta de entrada, los auxiliares solo estudian diez meses para graduarse. Su capacidad es muy primaria, como poner vacunas. El servicio está basado en normas que se publican periódicamente. Brindan atención a la embarazada, recién nacido, infante, adolescente, adulto y adulto mayor, pero si no existe un procedimiento o no cuentan con una solución estipulada, deben referirlo al siguiente nivel: el centro de salud.

Según Estrada, en este nivel atiende personal médico y enfermeras profesionales. Dependiendo de su clasificación, los centros cuentan con laboratorios, recursos para atender partos, encamamiento de 24 horas, servicios de nutrición, psicología y trabajo social. De acuerdo con la cartera de Salud, hay 359 establecimientos divididos así: 186 Centros de Salud, 162 Centros de Atención Permanente (CAP) y 11 Centros de Atención Integral Materno Infantil (CAIMI).

Hay Centros de Salud A o B que atienden de 8 de la mañana a 5 de la tarde, y de lunes a viernes. Trabajan problemas ambulatorios, atienden algunas emergencias y laboran por números. No se hace cita, sino que uno llega y le dan un número. Los CAP abren las 24 horas, atienden emergencias obstétricas, partos básicamente, y tienen capacidad para poner en la cama a alguien por 24 horas; si no resuelven, entonces deben enviarlo a los hospitales.

Humberto se acercó al centro de salud de Momostenango. Lo examinaron, pero por falta de insumos le dijeron que lo mejor era acudir al Hospital Departamental de Totonicapán.

El investigador del Iarna explica que en el primer contacto del paciente con algún servicio, los datos y descripción de síntomas se ingresan a mano. Si no es posible atenderlo allí, se escribe una nota de referencia que se le entrega al enfermo y este debe movilizarse al siguiente nivel de atención. «Para el traslado se usa un mecanismo arcaico: una nota de referencia», agrega.

A Humberto también le dieron su nota de referencia para que, por su cuenta, acudiera al hospital de la cabecera.

Los hospitales son el tercer nivel de atención. El ministerio registra 46. Se dividen en distritales, departamentales, regionales y nacionales, y prestan servicios de especialidades y subespecialidades. Los departamentales atienden lo más básico. Luego, los regionales prestan servicios de subespecialidades.

Humberto tenía un problema en el intestino y en el hospital los médicos debían operarlo. Pero era necesario realizar exámenes previos, y el hospital no tenía equipo.

Mayulí identificó falta de agilidad y de recursos. «Es mi cuñada la que tiene que caminar hasta el otro lado del pueblo con las pruebas para que hagan el análisis de sangre», denunció. De nuevo, el artista debió buscar solución, como pudiera.

El personal médico también vive las consecuencias de un sistema desconectado. El jefe de Cirugía de la Emergencia de Adultos del San Juan de Dios, Napoleón Méndez, reconoce que eso dificulta el tratamiento.

«Es imperante tener registros electrónicos rastreables y así no duplicar esfuerzos. Debe invertirse en tecnología, pero aún peleamos por medicamentos esenciales», lamenta Méndez, quien recuerda que, con todo y eso, se salvan muchas vidas.

Cirugía que solo alargó su agonía

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Esperanzado por una solución, Humberto cruzó las puertas del hospital entre las más de cien personas que esperaban turno para visitar a sus familiares. Al finalizar la cirugía, lo llevaron al pequeño pasillo de encamamiento para su recuperación, donde estaban tres pacientes más. Su esposa relató que no estuvo en observación en las siguientes horas por falta de personal. «Solo había practicantes que le tomaban el pulso», continuó.

Apenas pasó la noche cuidado por un amigo, pues a la hermana la sacaron porque esos sectores los dividen por sexo. Empezó con fiebre. Mayulí agregó que su esposo fue muy espiritual y creía en las señales. Humberto compartió que esa noche, en lo que parecía ser un sueño, vio a muchas personas vestidas de negro. El amigo preguntó si se trató de un sueño, y él le contestó: «No, no estoy soñando, es algo que vi».

«Fue como si presintiera su muerte», apuntó Mayulí.

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Por la mañana llegó un médico y se preocupó. Su paciente necesitaba antibióticos porque tenía una infección y en el hospital no los tenían, por lo que su hermana tuvo que ir a comprarlos.  No le hicieron efecto y sin más opción, el galeno pidió trasladarlo a la capital.

A buscar ambulancia

Humberto necesitaba una ambulancia y el hospital solo contaba con carros sin equipo adecuado. Le recomendaron a su hermana ir con la trabajadora social del pueblo, pero no la encontró. En su desesperación, las hermanas de Humberto que viven en la capital enviaron por su cuenta la unidad.

Salió una ambulancia desde la capital hacia Totonicapán, y ello implicó esperar cuatro horas. Así comenzó su recorrido de otras cuatro horas de vuelta a la ciudad. 

Estrada, del Iarna, expone que el país no posee un sistema de transporte de emergencia. Cada hospital tiene su propia ambulancia, que no se integra a un sistema. Inclusive, el Roosevelt y el San Juan de Dios carecen de ellas. 

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Mayulí compartió los detalles, pero en esos días se encontraba en Suiza trabajando. Quien estuvo con él cada segundo fue su hermana Blanca Estela, quien prefirió no revivir aquellos duros momentos.

Por ello, en el recorrido hacia el hospital, Mayulí  y su hijo Nakil buscaron comunicarse con Humberto, pero el médico no quiso. «Tal vez faltó preparación psicológica, pero el argumento fue que quizá iba a causarle mucha emoción y podría morir. Él ya no escuchó la voz de su hijo, no pudimos hablarle y eso no es muy humano», lamentó la pareja del poeta.

Así que optaron por escribirle un mensaje de texto que le leyeron en la ambulancia. Conmovido como siempre por las palabras, lo que le escribió su hijo lo hizo derramar un par de lágrimas; estaba casi inconsciente.

«Un mensaje con tanto amor, con tanto agradecimiento, como que él presentía que su papá tal vez ya no iba a vivir», recordó su esposa.

Humberto llegó al destino final, su destino final.

La camilla ingresó a la Emergencia por unos pasillos largos y angostos. Esos pasillos con camillas de otros pacientes en espera de exámenes. Esos pasillos que tenían la intención de albergar a Humberto para que estuviera mejor. Esos pasillos que lo vieron entrar con vida y recorrerlos mientras se desvanecía su respiración. Esos pasillos que están acostumbrados a ver a la gente morir.

«Ingresando al San Juan de Dios dejó de respirar», lamentó su esposa.

Autoridades del otro gran hospital de la capital, el Roosevelt, y miembros del Bufete Jurídico de Derechos Humanos, conocedores de la tragedia, hicieron este año una propuesta al Ministerio de Salud. Sugirieron establecer un Sistema de Emergencias Médicas que tuviera por nombre “Humberto Ak’abal”.

Una víctima más del sistema

Ak’abal amaba a su país y a su pueblo, tanto que dedicó su vida a escribirle poemas. Vivió experiencias como un niño, como un hombre maya quiché, como un padre, como un esposo, como un momosteco, orgulloso, triste, alegre, lejos y cerca de su hogar.

El pueblo se sentía representado en lo que él escribía y él se sentía identificado con el pueblo, y por eso escribió:

Cuando nací
me pusieron dos lágrimas
en los ojos
para que pudiera ver
el tamaño del dolor de mi gente.

Y a pesar de que llegó a ser reconocido en varios países, murió como muchísimos de sus compatriotas: siendo víctima de un sistema que le robó su tiempo porque… todo le quedó lejos.

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