Es así como surgen los mitos, que, en palabras de Dussel, no son más que explicaciones racionales (pues brindan razones) para darles sentido a los fenómenos a nuestro alrededor. Contrario a las visiones positivistas sobre la superación del mito con el avance de las ciencias, el pensamiento místico constituye todavía un elemento central de nuestras culturas, ya que le da un sentido teleológico a la vida, algo que la ciencia —que se limita a explicarla— no puede. El pensamiento científico también responde al deseo de comprender el mundo, pero toma un rumbo distinto. A partir del pensamiento de los filósofos naturalistas occidentales de la llamada modernidad temprana, este dio paso a una serie de mecanismos que nos llevan a traducir la realidad de una manera particular. Hemos aprendido a ver el mundo de cierta forma. Hoy, en pleno capitalismo cognitivo, ese entendimiento de lo que nos rodea se traduce en un dominio de lo que se conoce.
El abandonar por completo el mito a favor de una rigurosidad científica y objetiva, generadora de saberes cuantificables, tiene sus riesgos, como los tendría guiarse enteramente por el pensamiento místico. El darle primacía a la racionalidad moderna nos ha llevado a ignorar otros saberes y a quienes los generan. Al pensar en esta como en una habilidad puramente humana, también hemos incurrido en una actitud arrogante que desconoce a propósito experiencias y saberes no humanos.
No se trata de ir en contra de la racionalidad. Hay saberes fundamentales a los que la ciencia nos abre. La clave es no quedarnos solamente allí, sino pensar una ciencia que nos ofrezca una «versión del mundo más adecuada, rica y mejor, con vistas a vivir bien en él y en relación crítica y reflexiva con nuestras prácticas de dominación» [1]. Lo anterior exige hacer uso de otros recursos y la recuperación de otras narrativas.
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En su libro Staying with the Trouble: Making Kin in the Chthulucene (2016), Haraway acude a múltiples maneras de conocer el mundo y de darle sentido a este con el propósito de identificar las historias fallidas que han conformado nuestra historia y de sustituirlas. Propone cambiar nuestra concepción del tiempo; dejar de pensar en términos de pasado, presente y futuro para evitar caer en la trampa del futurismo, y, en cambio, quedarnos con el problema de manera creativa. Esta visión nos permite abrirnos a «vivir y morir juntos» en una época de migraciones masivas no solo de la especie humana, sino también de otras especies, y de las muertes que ello conlleva.
Adoptar —o recuperar— un tiempo otro es solo un paso. También es necesario abandonar nuestro antropocentrismo para asumirnos atados entre nosotros de una manera fundamental y en relación con el resto del planeta, como seres simbióticos y dependientes. Entonces podemos comenzar a aprender de especies compañeras y con ellas. Reconocer a una orquídea-poeta como ejemplo de la memoria, atravesar junto con especies vivas y extintas los límites del tiempo y de la epistemología. Plantear en conjunto una ética y una política. «Quedarse con el problema requiere conformar parentelas insospechadas […] Necesitamos de cada uno de nosotros en colaboraciones y combinaciones inesperadas, en pilas calientes de composta. Llegamos a ser con otros o no lo hacemos. Este tipo de semiótica material está siempre situada en algún lugar, y no en un no lugar, enredada y mundana. Solos, en nuestros tipos separados de experiencia y experticia, sabemos demasiado y muy poco, y por eso sucumbimos a la desesperación o a la esperanza, y ninguna de las dos es una actitud sensible» [2], escribe Haraway.
Desde nuestra posición histórica y desde los saberes ancestrales que los pueblos originarios nos han transmitido en la sangre, contamos con una amplia gama de recursos capaces de nutrirnos de forma única y con el potencial de convertirse en un motor para la creatividad: pensamiento original capaz de pensar desde fuera del sistema actual. En una época en la que toda forma de vida se convierte en algo lucrativo, la creatividad, como esencia vital, resulta un acto de resistencia. La propuesta de Haraway nos recuerda la importancia de imaginar mundos posibles hoy y la urgencia de adoptar esa actitud como principio.
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[1] Haraway, D. (1995). «Conocimientos situados: la cuestión científica en el feminismo y el privilegio de la perspectiva parcial». Ciencia, cyborgs y mujeres: la invención de la naturaleza. Madrid: Cátedra. Pág. 321.
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