Según los últimos acontecimientos, en el país es cuestión de tener del lado de uno un medio impreso con tiraje reducido, pero capaz de levantar cualquier infundio y de darle visos de credibilidad, que lo demás se le dará por añadidura.
Posiblemente por ello la familia Baldizón intentó ampliar su poder accionario en ese medio. Y posiblemente también por ello Otto Pérez Molina nunca vendió sus acciones, aunque dicho medió lo atacó con medias verdades a él y a su equipo, las cuales, en muchos casos, como sucedió con el canciller Carrera, eran producto del chismorreo de un exembajador despedido del servicio por sus ausencias reiteradas y no recontratado por el canciller patriota. A ese medio se acogen las plumas más eméritas de la soldadesca profascista. Y en la actualidad, junto con el dueño y principal editor de este, hacen abierta campaña a favor del cómico candidato.
Las cuestiones no quedan muy claras, pues, a pesar de las pregonadas dificultades financieras, el propietario mantiene un nivel de vida de opulencia, tal y como brevemente nos lo muestra Carlos Arrazola en reciente entrevista. Salen columnistas de reconocida y respetada calidad intelectual, pero permanecen las voces más torpes de veteranos que, si combatieron, lo hicieron en la oscuridad de las mazmorras del mayor Tito. Pero tienen algo en común con el editorialista: el nuevo protegido y defendido es Black Pitaya, así como lo fue durante ocho años Otto Pérez Molina y en los últimos cuatro años Manuel Baldizón. Los demás son parte del maquillaje editorial, actores conscientes o inconscientes de ese proyecto político.
Y si silenciar todas las trapacerías del señor Baldizón en el lejano norte del país no ayudó a este a llegar a la presidencia, el apoyo abierto y permanente a Pérez Molina de 2000 a 2011 le permitió a este conseguirlo. Con Pitaya, el tiempo es más corto, pero tal vez por ello el apoyo ha sido más intenso y descarado: de los editoriales al chismorreo dominical, el medio lo protege de cualquier resbalón al enfilar todas sus baterías hacia su contrincante. Como bien lo dijo el propietario en la entrevista, él no cree en tratamiento periodístico equitativo, mucho menos en confirmar todas sus informaciones y noticias. La respetabilidad construida en dos décadas parece estar siendo tirada al aire ante el obsesivo interés de tener a los gobernantes bajo su control. La militancia pregonada no es con la verdad, la equidad y la justicia, sino con sus intereses poco claros, en alianza abierta con los de los titos de las mazmorras.
El cuadro se cierra con la incorporación silenciosa pero rápida de alcaldes y diputados que, con vínculos estrechos con esos exoficiales, ya fueron promotores y usufructuarios permanentes del FRG para luego serlo del Patriota. Varios de ellos ya renunciaron a su bancada. Saltaron del barco pirata (Patriota) antes de que termine de hundirse. Y si bien no se han inscrito en el partido cuyos colores son idénticos a los del MLN, aquel de la violencia institucionalizada, ya hacen campaña abierta por su candidato a la presidencia. De ganar las elecciones Black Pitaya, hemos de tener por seguro que los hasta hace algunas semanas comprometidos patriotas serán dedicados y entusiastas miembros de su grupo parlamentario, ya que eso de que no son ni políticos ni ladrones ni el dueño del medio que les protege se lo cree.
Tal parece que las clases medias urbanas se han tragado el anzuelo y, aceptando sin cuestionar las medias verdades pregonadas por el chismorreo dominical del medio en cuestión, amparado en su antigua credibilidad, están dispuestas a seguir imaginando que la pobreza en el país es solo cuestión de gente haragana y que invertir recursos públicos en al menos intentar paliarla es sinónimo de corrupción. Imaginándose actores de una revolución inexistente, siguen ciegamente al desinformador sin poder entender que los de la bandera azul, blanco y rojo simplemente retiraron la daga para hacer un poco más accesible su neofascismo trasnochado.
Pero aún es posible que sectores mejor informados de esas clases medias logren entender que Pitaya, con su medio impreso repleto de titos de las mazmorras y con el apoyo abierto de diputados y alcaldes patriotas, es el salvavidas de aquellos que, habiendo sostenido a Pérez Molina hasta el último momento, solo tratan de resolver los intereses geoestratégicos del país que dicen representar y de hacernos creer que todo ha cambiado para no cambiar nada.
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