La imitación fue tan evidente que hasta dentro de los próximos al presidente brasileño sonaron las alarmas, pues toda referencia explícita al nazismo —que no es el único ejemplo de fascismo— permite a los fascistas que gobiernan Israel seguir sacando ilegítimo provecho de las víctimas del Holocausto. Responsables directos del cotidiano holocausto palestino, los líderes ultraconservadores de Likud promueven la supremacía racial, pero no quieren que se los vincule públicamente con quienes lo hicieron de manera tan brutal y masiva contra sus antepasados.
Así, el empleado bolsonarista fue destituido para el ingreso al cargo de una actriz de discurso conservador y nulo interés democrático. Pero el proyecto de financiamiento al arte con clara intención ideológica antiderechos continúa. El propósito de una nueva «arte brasileña heroica y nacional» tiene que ver con la difusión de una única visión de mundo, esa que pasa por acusar a los opositores de delincuentes solo por el simple hecho de oponerse a la imposición de esa única y caricaturesca forma religiosa de pensar.
Su heroísmo lo fundamentan en la promoción del torturador y en la reverencia a este, en considerar a todo joven negro pobre como delincuente y, en consecuencia, como objeto directo de balas asesinas de una policía autorizada a disparar sin miramientos. Lo nacional ya no serán la libertad de elección y la diversidad, mucho menos la reducción de las desigualdades, sino la superioridad del rico, pues, como afirmó recientemente el ministro de Economía, hay que tener un dólar caro, ya que, cuando era barato, «hasta las empleadas domésticas iban a Disneylandia». Comida los tres tiempos, estudios universitarios, viajes solo serán beneficios de las élites, usufructuarias de esta nueva forma del ejercicio autoritario, racista y misógino del poder.
El fascismo, hay que tenerlo claro, no es simplemente el genocidio judío. Fue el intento de imponer una sola forma de pensar y hacer: la de los que tienen el control cada vez más absoluto del poder. Es la negación de los derechos de las minorías, la imposición de una solo creencia, la manipulación de la información con la finalidad de imponer su criterio y visión de mundo. Presentándose como defensores de las tradiciones y de la cultura nacional, los fascistas convirtieron en enemigos a todos los que promovían las libertades y los derechos del grueso de la población, a todos los diferentes. Con aparatos propagandísticos que estimularon la idea de grupos superiores, no es de extrañar que en Europa central y balcánica gruesos de población fueran arrastrados a apoyar estas posiciones. Ahora, con el uso comercialmente irresponsable de las redes sociales, las oligarquías son capaces de difundir su supremacismo y salir victoriosas.
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Actualmente en Brasil se expone el renacer de esta manera de acceder al poder con crudeza y con el abierto beneplácito de las oligarquías económicas, que simplemente buscan el beneficio fácil e inmediato. Más de una tercera parte de la sociedad brasileña apoya aún ese estilo de gobierno, en especial grandes sectores miembros de Iglesias evangélicas neopentecostales, difusoras de la llamada teología de la prosperidad.
La difusión de falsas verdades ha ido acompañada del acaparamiento de las distintas instancias de los poderes judicial y legislativo en un proceso que no surge con la llegada de Bolsonaro al poder, del que ha sido la causa directa. Ningún juez se atrevió a encauzar a Bolsonaro cuando en el golpe legislativo contra Dilma Rousseff hizo clara y abierta apología de la tortura. Los grandes medios comerciales de comunicación se hicieron eco de la criminalización y condena de Lula por supuesta corrupción con sentencias basadas en convicciones, a falta de evidencias. Descontentas con las políticas sociales que habían hecho disminuir significativamente las desigualdades sociales, las élites apostaron todo en la derrota del PT, pero olvidaron que, dando alas al fascismo, pronto ellas serán su objetivo.
El supuesto combate de la corrupción no fue sino un mecanismo de persecución de opositores con la fabricación de falsas denuncias e inexistencia de material probatorio. Mas, a la vuelta de la esquina, la familia del mismo presidente, en especial su hijo Flavio, hoy senador, ha sido denunciada por enriquecimiento ilícito, justificado apenas con las ganancias de una simple tienda de chocolates. Esta vez, sin embargo, policía y agencias públicas de investigación judicial se hacen de la vista gorda y obvian investigaciones serias.
Pero no son solo la corrupción y la agresiva difusión de mentiras las que tipifican a la familia del actual gobernante brasileño y a sus principales aliados. Socios y asistentes de sus hijos, todos con cargos por elección en distintos niveles de la estructura política del país, tienen vínculos con el sicariato. Uno de sus principales jefes, Adriano da Nóbrega, acusado de participar activamente en el asesinato de la concejala de la municipalidad de Río de Janeiro, Marielle Franco, activista en la defensa de los afrodescendientes de las favelas, así como de participar en el lavado de dinero del hijo del presidente, fue muerto la semana pasada luego de, supuestamente, oponerse a su detención. Son fuertes las sospechas de una quema de archivo, pues Nóbrega, ex policía militar y jefe de escuadrones de la muerte, ya no podrá explicar cuál era efectivamente su relación con el senador Flavio Bolsonaro.
El fascismo se ha instalado en Brasil, con reflejos más que evidentes en Bolivia. Sin embargo, en la mayoría de los países de la región parece no preocuparnos. No por quietas las lumpenoligarquías de nuestros países saldrán indemnes. Más parece que aún no han despertado.
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