El pueblo de Guatemala fue el afrentado. Semejante regalo significó una bicoca de más de 3.2 millones de quetzales del erario público en un momento de severa crisis económica.
Falta de respeto en tanto que argumentar tal nombrecito implicó mangonear una gesta que tuvo como uno de sus logros la amortización de una buena parte de la deuda externa de Guatemala. Y la crisis económica que estamos viviendo impedirá —salvo la consumación de un milagro— que Guatemala pague el próximo 15 de diciembre una amortización cuya cantidad asciende a 1 100 millones de quetzales.
Ignorancia porque la revolución de octubre de 1944 tuvo, entre otras basas, el descontento popular generado por los abusos de un gobierno que favoreció a una camarilla terrateniente y a un fuerte sector agropecuario en desmedro de la población. Y el otorgamiento de ese bono, mal llamado revolucionario, fue una perversidad que favoreció a unos pocos burócratas y afrentó al pueblo, que está despojado de sus más elementales derechos, como el acceso a la salud y a la educación. ¿Creen acaso que ello no genera insatisfacción?
Qué duda cabe. Lucidez le hizo falta a la magistrada presidenta al tomar tamaña e inconsulta decisión. Como efecto, las ventoleras no se están haciendo esperar.
La desilusión y el desengaño siguen sentando reales en el pueblo honrado y trabajador. Al desencanto está siguiendo el enfurecimiento. Y los señores magistrados parecen no darse cuenta. ¿Se imaginan acaso que viven en el país de Nunca Jamás? Si bien la decisión de semejante dislate no les fue consultada, cuando menos debieron haberse pronunciado en contra de tan desatinada disposición. Dicho sea, uno de ellos sí lo hizo y devolvió el dinero. Ojalá los otros siguieran su ejemplo.
Argumentar que «todo el personal trabajó a marchas forzadas desde el 14 de abril para poner al día sus mesas de trabajo» no es justificación alguna. Esa actitud es una obligación. Y sería muy beneficioso que encarnaran el significado de trabajar a marchas forzadas en toda su acepción. Quizá puedan incorporar a su imaginario dicho sentido si pasan 48 horas continuas de turno en el Hospital General San Juan de Dios, en el hospital Roosevelt, en los hospitales departamentales y en los alejados centros de salud donde con suerte se tiene acceso a un tiempo de comida al día, y pagado por uno mismo.
Ni qué decir del personal de salud que tiene atrasados sus salarios.
Afortunadamente, señales hay de bonhomía. Como el humo blanco enviado por el vicepresidente de la república, quien donará la mitad de su salario a la USAC para que a través de la Facultad de Odontología sea utilizado en programas sociales. ¡Ah! ¡Qué bien se siente respirar un poco de aire fresco entre tanto sumidero! Porque, como si fuera poco el absurdo bono revolucionario, la ministra de Gobernación anunció otro de tres mil quetzales para los trabajadores oficinistas de dicha cartera. ¡Carajo! ¿No habría sido mejor otorgarlo a los policías que día a día se juegan la vida en las calles?
Pues bien, tanto la señora presidenta de la Corte de Constitucionalidad como la señora ministra de Gobernación han dado un innecesario pinchazo al pueblo. En el momento menos indicado y de la manera más alevosa. Ahora tendrán que aguantar las críticas y reparar las resquebrajaduras que provocaron en las ya averiadas instituciones que dirigen.
La situación, señoras, no está para tafetanes.
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