Bukele derrotó a las máquinas electorales tradicionales de aquel pequeño pero dinámico país. Dejó al desnudo las debilidades políticas de la derecha salvadoreña, que consiguió apenas el 31.7 % de los votos válidos y puso en la lona a un FMLN que no consiguió más que el 14.4 % de los votos. Es evidente que el triunfo del joven político se alimentó, en buena medida, del grueso de electores, que, habiendo apostado al FMLN en distintos momentos, se sintió defraudado por las dos últimas administraciones efemelenistas.
Las denuncias de corrupción durante el gobierno de Funes desencantaron a los electores que, habiendo creído en la mística y el desprendimiento que los revolucionarios pregonaron en los tiempos de la guerra, no pudieron aceptar que, llegados al poder, realizaran las mismas prácticas corruptas de las que se ha acusado hasta la saciedad a la derecha.
Si bien tanto la Arena como el FMLN son responsables de su fracaso electoral, el triunfo de Bukele se construyó desde el desencanto con la izquierda. El gobierno de Sánchez Cerén no solo fue complaciente con la corrupción denunciada, sino que él y su grupo más cercano se vieron implicados en esas prácticas. Con una gestión pública más que anodina y timorata, el segundo gobierno del FMLN no consiguió satisfacer las exigencias de sus electores.
En su muy singular campaña, Nayib Bukele no renunció al discurso progresista que lo llevó a ganar en 2012 la alcaldía del diminuto municipio de Nueva Cuscatlán, con no más de diez mil habitantes, y en 2015 la de San Salvador, el municipio más poblado del país. En ambas contiendas fue postulado por el FMLN y representó a todo ese amplio sector de la población salvadoreña que apuesta por una izquierda moderna, desatada de las amarras militaristas que las guerrillas, convertidas en partidos políticos, tienen a mantener.
El FMLN no consiguió entender, mucho menos interpretar, los sentimientos y las exigencias de los amplios sectores de la población que esperaban una administración no solo eficiente, sino también proba. Sánchez Cerén necesitó ir a segunda vuelta para ganar la presidencia, pero, en lugar de modificar prácticas políticas que permitieran recuperar el apoyo de la población, continuó con la inercia de los discursos revolucionarios sin prácticas efectivas del período de Funes. Cuando en las legislativas de 2018 el FMLN obtuvo apenas el 24.5 % de los votos, la expectativa era un cambio profundo y radical del liderazgo, y no una simple modificación del gabinete ministerial, tal y como sucedió. La derrotada había sido la cúpula dirigente de aquel partido, pero hubo que esperar la paliza de este 3 de marzo para que los dirigentes, que posiblemente fueron buenos, aguerridos y sacrificados guerrilleros, entendieran que en tiempos de paz la población exige respuestas prácticas e inmediatas, y no simple discursos y referencias a la guerra.
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Por su parte, Bukele no las tiene todas consigo, pues, además de no contar con una estructura partidaria que le dé sustento y ponga en práctica sus propuestas de gestión, tendrá que tomar en cuenta, todos los días del quinquenio de su mandato, que por él votó apenas uno de cada cuatro salvadoreños inscritos como electores, ya que se ausentaron de las urnas uno de cada dos ciudadanos habilitados para ejercer el voto. Cierto: de esos 2,535,233 que no se presentaron a las urnas, casi la mitad viven en el extranjero, mayoritariamente en Estados Unidos. Sin embargo, si bien no votaron, exigen y demandan respuestas para las necesidades del país, ya que con sus remesas mantienen viva y activa la economía salvadoreña. No tendrá, además, el apoyo del Congreso, pues es más que probable que la Arena y el FMLN se unan para complicarle la gestión al nuevo gobernante.
La Arena tendrá que meditar muy seriamente sobre su futuro. La cúpula empresarial salvadoreña ya no es tan cavernaria ni simplista como la guatemalteca y tampoco tiene las excesivas dosis de oportunismo e ineficacia de la nicaragüense y la hondureña. Bukele representa, en buena medida, a ese nuevo sector del empresariado salvadoreño que no medra del erario público y que exige una agenda de modernización y eficiencia de la economía.
Bukele, pues, no podrá realizar milagros. Su triunfo, aunque contundente y amplio, no cuenta con el masivo apoyo de la población, como tampoco con el respaldo de una mayoría parlamentaria, como es la situación de López Obrador en México. Tal parece que, si ganar la elección era una verdad anunciada, aún está por verse que pueda realmente modificar la vida de los miles de pobres salvadoreños y, de paso, rescatar la vida política del vecino país.
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