Es posible que cada persona elabore una respuesta que calce con la imagen de sí misma y de su situación actual. Así funciona nuestra mente. Pocas veces admitiremos estar en la senda incorrecta. Y si así lo sentimos, probablemente tendremos a quien culpar.
Lo primero que viene a la mente al tratar de definir el éxito es lo material. ¿Cuánto hemos acumulado? ¿Es mucho o poco al compararlo con lo acumulado por otros miembros de nuestra familia, por nuestros amigos o por nuestros rivales?
Hace muchos años conocí a una persona de unos 24 o 25 años. Cuando hablábamos de perspectivas a futuro, él dijo: «Yo quiero llegar a los 30 como millonario». Le faltaba bastante camino y tenía poco tiempo. Lo vi una vez en mi vida, pero teníamos un amigo común y aquella declaración espontánea me había despertado la curiosidad. Un día le pregunté a este por aquella persona. Me dijo que el joven se había ido a los Estados Unidos, que se dedicaba al comercio y que estaba haciendo dinero. Mi amigo, también comerciante, confesó que no le habría gustado cruzarse en el camino de aquel porque no tomaba prisioneros. Sus negocios eran cada vez más ambiciosos y retorcidos. Murió como a los 32 años, estaba divorciado y dejó dos niños huérfanos. Si le hubiera preguntado un día antes de su muerte sobre su éxito, quizá me habría dicho que estaba mejor que nunca.
No se puede negar que para vivir se necesita dinero y que hay que tener metas económicas, pero las experiencias vistas (deportistas de élite, políticos y empresarios corruptos, grandes empresarios, pop stars) me dicen que tener mucho dinero no lo resuelve todo y que la riqueza, así como viene, va. Que cada quien decida a dónde quiere llegar. Lo que yo aprendí en la vida es que más importante que cuánto se gana es cuánto se gasta. El dinero no dice quiénes somos, pero sí cómo somos.
Visto que el dinero en sí mismo no es el éxito, la perspectiva debe ser más amplia. Quedan las relaciones personales (¿somos personas confiables, buenos empleados, buenos jefes?; ¿tenemos metas o compromisos éticos y se nos conoce por ellos?).
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Tener una familia integrada y funcional debe añadirse a los criterios anteriores. En cada familia hay de todo y no podemos vivir la vida de los demás, pero ojalá nuestro círculo familiar no sea disturbado por nuestras malas acciones.
En la charla con la amiga surgió la importancia, para ser persona de éxito, de que rompamos los malos patrones generacionales. Hay familias autoritarias, con padres y madres que abusan de sus hijos; hay alcoholismo; hay conductas delictivas; hay descuido, falta de amor, carencia de comunicación. Cualquiera que sea el problema, el éxito personal pasará por romper tales patrones generacionales. Si en nuestro hogar hubo violencia, la siguiente generación debe romper el ciclo. Los sicólogos saben muy bien que, por ejemplo, el abuso infantil en sus diversas manifestaciones tiende a repetirse en la siguiente generación y que un niño abusado o una niña abusada puede tender a repetir el comportamiento (de abusar o de recibir abuso).
La historia universal nos marca períodos de grandes cambios. Por ejemplo, eso de lavarse las manos fue, por mucho tiempo, algo que no se practicaba. Nadie veía la relación entre manos sucias y enfermedad e infecciones (ni los médicos). La comprensión de los microbios fue un detonante que cambió el rumbo de la humanidad. Y las sociedades debieron adaptarse al latir histórico. Así nacieron los inodoros domiciliares, las prácticas de higiene, los desinfectantes, las vacunas…
Hoy estamos avanzando hacia la autodestrucción a causa del modelo de producción y de consumo y de la destrucción ambiental y natural. La historia nos exige cambio en nuestros patrones de consumo (la reducción drástica de desechos sólidos y líquidos) y en el uso de energías renovables, además de otras cosas que todavía no hemos internalizado porque nos parecen problemas de otros.
¿Somos personas exitosas? La respuesta quizá dependa del balance entre los factores anotados y de la seriedad con la que tomemos nuestro momento histórico. No queremos ser personas exitosas de una especie extinta o de una sociedad enferma.
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