Las razones por las cuales las personas se ven forzadas a desplazarse y a migrar son diversas, pero definitivamente incluyen la inefectividad de un Estado corrupto.
El cambio de la política de los Estados Unidos de América hacia Centroamérica, de la aplicada durante la administración de Donald Trump a la que está impulsando Joe Biden, es notorio y genera expectativas altas tanto entre sus aliados como entre sus detractores. El salto cualitativo es inmenso en cuanto al abordaje de la migración forzada: de la torpeza miope de Trump de reducir el problema a la construcción de un muro, que rápidamente demostraría su inutilidad, a enfrentar las causas estruct...
El cambio de la política de los Estados Unidos de América hacia Centroamérica, de la aplicada durante la administración de Donald Trump a la que está impulsando Joe Biden, es notorio y genera expectativas altas tanto entre sus aliados como entre sus detractores. El salto cualitativo es inmenso en cuanto al abordaje de la migración forzada: de la torpeza miope de Trump de reducir el problema a la construcción de un muro, que rápidamente demostraría su inutilidad, a enfrentar las causas estructurales del fenómeno.
La intención estadounidense de hacer lo correcto no es nueva. La administración de Barack Obama impulsó el Plan Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte (PAPTN), una iniciativa que supuestamente intentaría enfrentar esas causas estructurales. Sin embargo, fuera de las buenas intenciones, el plan fue un fracaso rotundo y un desperdicio inmenso de dinero. Primero, porque el Gobierno estadounidense se empeñó en la hipocresía de presentar el PAPTN como una iniciativa nacida de los países centroamericanos cuando en realidad no lo era.
Pero los errores del PAPTN no se limitaron a dicha hipocresía. Su diseño contenía falencias graves, con elementos alejados de las complejidades de la realidad centroamericana, que son las que están detrás del empeño y la determinación de las y los migrantes. El contraste es inmenso entre la forma en que fueron planteados los componentes y las propuestas del PAPTN y lo que piensan y sienten las personas migrantes, lo cual las hace asumir riesgos y peligros inmensos, incluso la muerte.
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El intento de implementar el PAPTN no fue menos desastroso. Los responsables fijaron como prioridad destinar recursos para el sector privado empresarial de Guatemala, El Salvador y Honduras al extremo de la torpeza y la ridiculez de excluir de las reuniones a las organizaciones de migrantes y a otras expresiones de la sociedad civil organizada. Conforme el PAPTN empezó a perfilarse como una oportunidad de negocios más para los empresarios estadounidenses y centroamericanos, degeneró en un mamarracho que profundizó las causas estructurales de la migración solo para ser sucedido por algo aún peor: las políticas y el tristemente célebre muro de Trump.
Ojalá los estadounidenses se hayan dado cuenta de estos errores garrafales del PAPTN y que la designación de la vicepresidenta Harris de atender el asunto de la migración sea una prueba de aprendizaje y de intención de corregir los errores del pasado. De momento llama fuertemente la atención que en la agenda de Harris figure la corrupción como una causa estructural de la migración, en el sentido, correcto, de que un gobierno corrupto es inefectivo. Otra señal alentadora es que la agenda de Harris, además de Gobiernos y empresarios, incluya también a los migrantes y a la sociedad civil organizada. Es una lógica muy simple: para enfrentar los problemas que sufre un grupo debe conocerse y comprenderse a fondo ese grupo, es decir, para frenar la migración forzada a los Estados Unidos hay que hablar, primero y principalmente, con los y las migrantes.
Bien sabido es que Estados Unidos no tiene amigos, sino solo intereses. Y ojalá que, con base en este hecho y a diferencia del fracasado PAPTN, los intereses empresariales no se interpongan en lo que hasta ahora parece ser un plan con esperanzas en la dirección correcta. Y, también por sus propios intereses, ojalá que Biden y Harris no alcahueteen la corrupción de Giammattei, Bukele y Hernández. Estados Unidos no frenará la migración forzada en tanto continúe apoyando gobiernos corruptos y hablando solo con empresarios.
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