Durante una citación reciente de la Comisión de Desarrollo Social a las autoridades del ministerio de Desarrollo Social, incluida la viceministra de Protección Social, Bertha Zapeta, el diputado Sergio Guillermo Enríquez Garzaro, presidente de esa comisión de trabajo, cuestionaba la ejecución presupuestaria y los resultados del programa Comedor Social. La viceministra respondió ofreciendo datos e información, a lo que el diputado replicó declarándose insatisfecho con el resultado. Hasta allí, todo en orden, es la dinámica permitida en la Constitución para que interactúen diputados y funcionarios del Ejecutivo.
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Luego, alejándose de la discusión técnicamente sustentada, el diputado Enríquez Garzaro exigió a la viceministra Zapeta «Ahí están las cámaras, ahí está la cuestión roja, ahí está al aire, la están viendo en las redes, allá también están saliendo. Contéstele al pueblo de Guatemala: ¿cuándo le van a dar comida?» Seguramente el diputado no midió la complejidad y los alcances de exigirle a una mujer maya k’iche’ que le contestara al pueblo de Guatemala, específicamente al pueblo de Sololá, departamento en el que se hablan, por lo menos, cuatro idiomas, tres mayas, kaqchikel, k’iche’ y tz’utujil, y español. La viceministra respondió a lo solicitado, se dirigió al pueblo de Sololá en su idioma materno, k’iche’.
Al percatarse de su desliz, en vez de demostrar la estatura de un estadista y dignatario de la Nación —agradeciendo la respuesta a la viceministra y pidiéndole amablemente que repitiera, esta vez en español, como deferencia a quienes no hablan k’iche’—, Enríquez Garzaro se declaró ofendido. Espetó a la viceministra por haber hablado en su idioma materno, dirigiéndose al pueblo de un departamento en el que el k’iche’ es uno de los tres idiomas hablados, como si aquello constituyera una falta de respeto. Con un temple político magistral, la viceministra le respondió con una educación, tolerancia y paciencia ejemplares, sin subir el tono, explicando con claridad lo que en Guatemala ya deberíamos saber.
La réplica de la viceministra Zapeta aplastó a Enríquez Garzaro, y evidenció su ignorancia y su racismo. Como si el bochorno y la vergüenza ajena no fueran suficientes ya, la diputada Lourdes Teresita De León Torres interviene en defensa de su compañero de bancada y de comisión de trabajo, solo para demostrar que ella, también, padece de la misma ignorancia y racismo agudos. Aparte de asistirle la razón de manera contundente, es necesario reiterar que la viceministra Zapeta, ante semejantes agresiones y faltas de respeto, guardó la calma y no respondió replicando el irrespeto, y esto no como actitud sumisa y subordinada, sino como ejemplo de templanza. Días despúes, lo demostró al presentar una querella legal en contra del diputado Enríquez Garzaro, por la posible comisión de los delitos de discriminación y racismo. Esa denuncia se sumó a otras presentadas por autoridades indígenas.
El incidente no pasó desapercibido. La académica guatemalteca Marta Elena Casaús Arzú, experta en temas de racismo, en una entrevista reciente en el medio Tangente, explica que la actitud del diputado Enríquez Garzaro y la diputada De León Torres, efectivamente, encuadran como racistas, hecho que, al parecer, ni siquiera fueron capaces de darse cuenta de ello. Y, desde una perspectiva pragmática, innecesario, porque echó por tierra el tema de la fiscalización de la ejecución y de los resultados de los programas sociales.
El racismo continúa siendo un mal estructural e histórico, metido hasta el tuétano de la sociedad guatemalteca, un medio de dominación que perpetúa y agrava la desigualdad y la pobreza. Ojalá tomemos conciencia de una vez y empecemos, en serio, a erradicarlo.
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