Está causando revuelo la nueva ministra de educación de El Salvador. De formación militar, más que ministra, parece una socialité por su empeño en fotografiarse con niños sonrientes, ataviada con el uniforme camuflajeado, como parte de lo que pareciera una enorme operación propagandística gubernamental, típica de Bukele.
Este extremo pareciera confirmarse cuando el ejército de bukelistas en las redes sociales reacciona ante las críticas a esta forma «cool» de militarizar la educación. Pintan un mundito bipolar en el que habitan quienes aplauden a la nueva ministra y los que no, quienes solo pueden ser pandilleros o extorsionistas. Semejante estupidez solo desvela la estrategia detrás de la parafernalia mediática: asegurar el apoyo popular con la narrativa de lucha en contra de esos grupos del crimen organizado.
Aunque, más allá de las redes sociales, merece un análisis serio que la medida goce de simpatía y sea apoyada por mucha gente que nada tiene qué ver con Bukele, el caso de mucha gente acá en Guatemala. Sin duda, media el hartazgo de buena parte de la ciudadanía por sentirse a merced de delincuentes. Además, la acción de Bukele astutamente acierta en algo: el problema de la delincuencia no se resuelve con balazos en las calles, sino con educación en las aulas.
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Ahora bien, hay formas y formas de educar. Una revisión rápida de, por ejemplo, la guía de Global Citizen Solutions que identifica los países con la mejor educación en 2025, basada en los resultados de cuatro de las principales mediciones en la materia a nivel mundial, no figura un solo sistema militarizado. Mientras que los factores más importantes son la inclusión, la innovación en investigación, currículo estructurado, educación multilingüe, rigor académico y disciplina en ciencia, tecnología, ingeniería, artes y matemáticas (STEM por sus siglas en inglés), entre otras.
Estos estándares contrastan dramáticamente con las preocupaciones de la ministra salvadoreña, plasmadas en un memorándum ampliamente divulgado: uniforme limpio, corte de cabello adecuado y saludo respetuoso al ingresar al centro educativo. ¿Es el corte de cabello de Ludwig Van Beethoven o de Albert Einstein adecuado para la ministra salvadoreña? ¿Se le vetaría el ingreso a un Henri Toulouse-Lautrec o a un Vincent van Gogh, solo porque llegue con su ropa manchada de pintura, por haberse desvelado creando obras que maravillarán al mundo por siempre? ¿Qué es un corte de cabello «adecuado» y según quién? Si El Salvador tiene un Beethoven, un Gauss o una Curie en potencia, que estoy seguro de que lo tiene, y no tiene agua y jabón para lavar el uniforme, ¿lo sancionarán?
En estos tiempos en los que la inteligencia artificial vino para quedarse, los sistemas educativos deben modificarse para desarrollar las capacidades humanas que las máquinas no pueden replicar: la creatividad, la innovación y, ojo, la rebeldía inteligente. Las mejores mentes que ha producido la humanidad lo han sido, no porque funcionen como la inteligencia artificial —replicando a gran velocidad lo anterior— sino porque han roto con lo establecido, han desafiado el statu quo científico, artístico, político, económico y de cualquier ámbito. Aprendamos, por favor, a diferenciar, por ejemplo, entre la disciplina STEM que inculca el sistema educativo de Singapur, y la disciplina militar de nuestro pasado latinoamericano negro y sangriento.
Preocupémonos qué es lo que nuestra niñez y juventud llevan dentro, en sus cabezas y corazones, y no tanto en lo que tienen fuera, su corte de cabello y su uniforme. Militarizar la educación es un error grave, además, estaríamos reincidiendo en él, como necios.
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