Llevaba bastante tiempo de no saber de ella. Un día nos topamos por casualidad. Fue en el supermercado, el cine o el teatro (no importa ese detalle). Habrá sido en alguno de esos lugares donde no esperas conocer a nadie y, ¡zas!, te sorprende un rostro familiar.
Nos conocemos desde la adolescencia. Por poco no la reconocí. Había cambiado. Por un instante pensé que se llamaba distinto, que su nombre no era Cristina.
Platicamos poco. Me confesó que su matrimonio pintaba mejor en las fotos que en la realidad. Dijo que, como le aconsejan su madre y sus amigas, es mejor mantenerse juntos para que los hijos no sufran.
—Sí —le dije con sorna—, los hijos de padres divorciados nunca superamos esos traumas. Recuerda que somos una sociedad conservadora, con valores. La familia importa, pero importa más el qué dirán.
No le pareció gracioso y se molestó conmigo. Se marchó sin despedirse.
La Cristina que recuerdo es interesante, lee. Es insolente, piensa. Es apasionada. Intenta rebelarse sin éxito contra una sociedad que la asfixia, que a diario la juzga y con la que nunca podrá quedar bien. Cristina amenaza con su presencia porque no solo es inteligente, sino físicamente bella. Entiendo a la perfección por qué su esposo la cela y hace hasta lo imposible por que se mantenga perdida, sin encontrarse.
Pasaron un par de años y la volví a encontrar. Para entonces corría. Y lo hacía bien. Me contó que pensaba inscribirse en una media maratón, pero que no había logrado tramitar el permiso en casa aún.
—Sí —le dije—, el permiso es importante. Ustedes las rebeldes aún no entienden el peso de ese de que llevan después del nombre.
No se molestó, pero tampoco le pareció gracioso. Se despidió con prisa. La sentí triste. Lamenté haber hablado, como siempre, de más.
[frasepzp1]
Los ojos de Cristina siempre me han cautivado, la forma en que la luz entra y se pierde en ellos por un momento. Tienen vida propia. Su color varía dependiendo del humor. Se los he visto azules, verdes y también cafés. Me gustan más cuando los tiene de color verde avellanado. Así se le ponen luego de llorar. Antes de que cada quien desapareciera de la vida del otro, me entristecía verla así. Con el tiempo me acostumbré. Creo que ella también se habituó.
Al esposo no le gustaba verla triste. Le regaló unos lentes oscuros.
No se cuánto tiempo pasó, pero hace año y medio nos volvimos a reencontrar. También pinta. Es artista. Ese talento no se lo conocía. Ha expuesto dentro y fuera del país. Me contó que ha ganado un par de premios. La felicité por sus logros y le pregunté —sabiendo que me había metido en problemas— qué pensaba su esposo de este éxito. Esquivó mi mirada y apenas logró decir dos palabras: lo detesta.
No se despidió. Solo se fue. Mientras se alejaba, volteó. Antes de que se pusiera los lentes oscuros alcancé a ver ese color que tanto me gusta: el verde avellanado.
La sonrisa de Cristina es espectacular. Sus dientes blancos, impecables. Sus carcajadas escandalosas. Mi memoria es buena, o ha de serlo, porque no recuerdo cuándo fue la última vez que la vi sonreír.
La vi anoche. Tuve especial cuidado de no decir nada fuera de lugar. Se ve triste, cansada. Ahora escribe y lo hace bien. No ha publicado nada aún. De seguro pronto lo hará. Es talentosa. He tenido la suerte de leer algunos de sus escritos. Sonrío. Ella sabe lo que estoy pensando y sin que se lo pregunte me ofrece de forma apresurada una respuesta: «Tampoco le gusta. No le gustó que corriera, odió mi arte y le agrada menos aún que escriba».
Encojo los hombros y espero que de inmediato se despida. Ahora soy yo quien se siente incómodo. He visto su brazo y ella lo nota. Se acomoda la manga, pero es muy tarde. El color morado no miente. Antes de marcharse me abraza y al oído me dice: «Qué difícil es esto de mantener una familia unida. Qué gran mentira también».
—La familia es lo importante, y todo es para que los niños no sufran —respondo al tiempo que la abrazo de vuelta.
Mientras camina hacia su carro, no le quito la vista de encima. Ella no se da cuenta.
Tampoco voltea a ver, pero puedo adivinar el color de sus ojos: verde avellanado.
Más de este autor