En el Perú, las muertes y los contagios por covid-19 aumentan día a día de manera acelerada. Es, desde hace ya semanas, el segundo país del mundo con más muertes por millón de habitantes (942 al 17 de septiembre), por lo que ya supera con creces a Bélgica (856), España (650) y Suecia (580), que fueron, al inicio de la crisis, los países con mayor cantidad de decesos por millón de habitantes. Aventaja también a Bolivia (639), a Brasil y a Chile (634), donde también la crisis sanitaria no amaina. Venezuela, por su parte, si bien presenta gran número de contagios (2,262 por cada 100,000 habitantes, frente a los 22,835 del Perú), sus fallecidos oficialmente a causa del virus apenas representan 18 por millón de habitantes.
Es decir, en Venezuela, a pesar de la seria crisis económica que el despiadado bloqueo estadounidense ha impuesto, estimulado por las huestes de Guaidó y apoyado alegremente por los países más ricos del mundo (con excepción de China y Rusia), los fallecimientos a causa de la pandemia no han llegado a afectar a grandes grupos de la población.
Perú y Venezuela tienen características económicas relativamente parecidas, aunque Perú no dependa tan drásticamente de las exportaciones petroleras y Venezuela no tenga grandes grupos indígenas alejados de los mínimos servicios públicos (en lo que Perú se parece en mucho a Guatemala). En ambos países, sin embargo, hay amplios sectores de población inmersa en el mercado informal, que viven al día, siendo la situación mucho más intensa en el país andino. De ahí que, a pesar de las drásticas restricciones supuestamente impuestas en Perú a la circulación de personas al inicio de la pandemia, estas, como fue el caso de Guatemala, no se cumplieron, pues los grandes capitales exigieron mantener abiertas labores donde sin mayor control sanitario se aglomeran personas.
Pero al Perú no solo lo azota una mortal y agresiva pandemia. También lo ataca una ya prolongada inestabilidad política en la que demagogia, autoritarismo y corrupción han hecho que, desde los años del corrupto y sangriento período del fujimorismo, la vida política sea un verdadero torbellino. Políticos y partidos están carcomidos por la corrupción, la que no es apenas consecuencia de los millones que la empresa brasileña Odebrecht derramó por todos lados, sino parte de una cultura política en la cual, alienados por el discurso neoliberal de la falsa ganancia fácil, hace de la corrupción una práctica casi tan inveterada como el racismo y el autoritarismo, que han sido sus signos distintivos.
[frasepzp1]
Es en esas condiciones en las cuales el último presidente electo, el empresario, banquero y político Pedro Pablo Kuczynski (quien, además de promoverse como el candidato honesto que por ser millonario no había sido tocado por la corrupción, era el candidato de todas las derechas), derrotó, en abril de 2016, en un reñido segundo turno, a Verónika Mendoza, la candidata de los sectores progresistas. Pero resultó que en las investigaciones por el caso Odebrecht se descubrió que el héroe neoliberal, cuando primer ministro de Alejandro Toledo, había favorecido a la empresa brasileña mediante sobornos. Para salvarse intentó comprar los votos del partido fujimorista y le concedió la libertad al expresidente Alberto Fujimori, condenado en todas las instancias por las masacres de Barrios Altos y La Cantuta, lo cual, descubierto, llevó a la mayoría del Congreso a destituirlo en marzo de 2018.
Lo sucedió su vicepresidente primero, Martín Vizcarra, que ahora también está sumido en un escándalo al querer ocultar las veces que un músico que lo apoyó en elecciones lo visitó en su oficina supuestamente para cobrar favores. El caso es mucho menor que el de su antecesor, con lo cual se evidencia que es el presidente del Congreso quien se desvive por destituirlo, pues sería quien ocuparía el cargo al haber convocado a altos cargos militares para que lo apoyaran presionando a Vizcarra a renunciar.
La crisis institucional peruana le está dando la vuelta al mundo. Otros paladines del neoliberalismo están siendo puestos en cuestión, de modo que se está evidenciando que la corrupción y la falta de escrúpulos están inscritas en el ADN de los políticos que se dicen defensores del libre mercado y se está haciendo de la política y de la gestión pública un mercado en el que importa mucho más el enriquecimiento inmediato, lícito o ilícito, que el cumplimiento estricto de la función pública.
Mientras tanto, en la Venezuela de Maduro se han producido hechos políticos de vital significación, de los que los grandes medios tratan de no hablar. Resulta que el Gobierno no solo ha amnistiado a un centenar de políticos acusados de distintos delitos, sino que ha convocado a unas elecciones legislativas en las cuales se permitirá que todos estos políticos opositores participen y ha solicitado que Naciones Unidas y la Unión Europea vigilen el evento. Ciertamente no se ha invitado a la golpista OEA.
[frasepzp2]
El hecho es más que significativo. Al chavismo le importa demostrar que está abierto a la negociación y a la presencia de los opositores, por lo que asume el riesgo de que estos puedan constituir mayoría en el Congreso. Con ese paso pone contra las cuerdas la estrategia de las derechas continentales, que luego de la fracasada invasión mercenaria no encuentran manera de dar oxígeno a la ya moribunda presidencia de Guaidó.
Pero también estará a prueba la supuesta defensa de la democracia que tanto pregona la Unión Europea, pues no se nota que estén actuando con la misma celeridad ante la solicitud del Gobierno venezolano que cuando reconocieron a Guaidó, quien no ha sido capaz de dar señales claras de que sea capaz de ejercer la presidencia y cuya opción por las armas fue la de simplemente contratar mercenarios. Los países europeos, si de verdad desean apoyar el esfuerzo democratizador venezolano, deberán vigilar esas elecciones, en las cuales se demostrará hasta dónde las fuerzas conservadoras y neoliberales tienen apoyo.
Los latinoamericanos vivimos, pues, momentos políticos intensos que van desde el circo de ambiciones políticas instaurado en Perú hasta el examen más que crucial de la vocación democrática de los países europeos, el asunto más cacareado en la situación de Venezuela. De cómo en ambos países se solucionen las cuestiones políticas se podrá inferir hasta dónde el beneficio de los grandes sectores de la población es el objetivo de sus élites políticas y de las que desde afuera las apoyan.
Más de este autor