Cada aparato moderno trae manuales de instalación, de operación y hasta de mantenimiento, pero estos carecen de un capítulo de uso social apropiado. Esta carencia es más notoria cuando se trata de computadoras portátiles, tabletas y teléfonos celulares.
Eso no sería problema si el sentido común o, sin ser tan ambiciosos, el respeto a los demás estuvieran al alcance de los pulgares.
En este punto puedo hablar de las personas que van a reuniones de trabajo o de estudio y se pasan el tiempo con la nariz metida en la computadora o fingiendo que ponen atención mientras utilizan sus aparatos debajo de la mesa.
En las últimas semanas he presenciado el mismo escenario en distintos lugares. Se organizan eventos en los cuales se invierten recursos para dar oportunidades de participación a muchas personas. Cada evento lleva semanas de trabajo organizativo. Hay asuntos logísticos que no se ven, pero que requieren tiempo, esfuerzo y dinero sustraídos de otras prioridades. Las personas que comparten sus conocimientos y experiencias se preparan con anticipación.
Mientras tanto, los participantes están en lo suyo: preguntándose qué está pasando en las redes sociales, qué correos han entrado a su casillero, qué cosas canta el pajarito azul y quién sabe cuántas cosas más. No le quitan el ojo al mundo y están en todas partes, menos en el salón de reuniones o de clases.
Es válido preguntarse por qué aceptaron llegar, especialmente si se trataba de algún evento de formación o capacitación. También se vale preguntar por qué dejaron sin oportunidad a alguien que sí quería llegar a aprender, a actualizarse y hasta a cuestionar lo que se presenta.
Un escaneo del salón revela miradas perdidas en el espacio, caras con gesto fingido de concentración y cabezas inclinadas como quien descifra el código Da Vinci convenientemente tatuado en el ombligo.
Ya sé. Existen miles de excusas. Pero son eso. Excusas. Porque es posible esperar 15 o 30 minutos para sacarse la curiosidad o para responder cosas que van entrando al correo. Luego, cuando hay un receso entre presentaciones, se ponen a comer, a platicar o a hacer ambas cosas. Ahí sí: no van a sacrificar su momento de descanso por atender cosas del trabajo o de los amigos. Pero el tiempo de aprendizaje, de reflexión, de debate y de aportar, ese sí debe ceder su lugar al prurito malsano de ejercitar los pulgares o de saltar de un lado a otro en la internet.
Me llamarán exagerado y quién sabe cuántas cosas más. Para mí es cuestión de respeto, de urbanidad, de devolver la cortesía a quienes nos escucharon o escucharán si nos toca hablar. Puede haber momentos de excepción, pero, si un examen honesto de la situación nos dice que se puede esperar, hay que esperar.
Si la inmensa mayoría de quienes leen esto fueran invitados a un curso de aritmética básica, seguramente dirían que no, que muchas gracias, pero que no lo necesitan. De igual forma podríamos decir muchas gracias, pero no porque tenemos muchas cosas que hacer y no podemos dejarlas de lado, aunque se trate de asuntos personales en horas de trabajo o de verdaderos asuntos de trabajo. Lo que me parece una carencia de ética o de respeto es permitir que se invierta dinero en nosotros cuando no tenemos la intención de aprovecharlo, cuando se trata solo de meterse algunos viáticos a la bolsa o cuando nos vale veinte lo que otros tengan que decir después de que nosotros hemos dicho lo que queríamos o debíamos. Qué pena que la tecnología de punta no venga con modales y conciencia de vanguardia.
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