Del feminismo institucional a los feminismos disidentes: más allá de la lucha por la igualdad
Del feminismo institucional a los feminismos disidentes: más allá de la lucha por la igualdad
El feminismo no es un concepto único, singular, estático ni acabado. Es más bien una práctica en constante evolución, como la lucha misma, que tiene expresiones políticas, sociales y culturales, que amplían el término hacia la pluralidad, tanto desde la perspectiva epistemológica como de la cotidianidad práctica de las mujeres. Los feminismos —los anteriores, los actuales y los próximos— han avanzado desde el institucionalismo (la lucha por los derechos políticos y la igualdad) hasta las posiciones disidentes, radicales y revolucionarias. Acá un aporte a esta discusión.
“…la postura y la palabra “feminismo” funcionan, entonces, como repulsivas, como filoso cuchillo que abre un debate que no está saldado y que no se puede cerrar, sino solo abrir y seguir abriendo. El feminismo sigue funcionando como un compuesto químico que, con tan solo unas gotitas, agrieta cualquier ideología para dejarla al descubierto de sus contenidos patriarcales”. María Galindo[1]
El 2017 será considerado un hito en la historia de lucha de las feministas. Para algunas será el año que rompieron el silencio sobre el oprobio del acoso y la violencia (#MeToo, #TimeisUp), para otras el de las multitudinarias marchas contra la violencia sexista (#NiunMenos2017) o el que irrumpieron en la agenda pública con vehemencia para dejar de ser invisibles (#WomensMarch). Para las feministas guatemaltecas será el año en que la barbarie caló profundo, el año que se evidenció de la forma más terrible el significado de la violencia patriarcal (#FueElEstado; #Nosfaltan41; #Nosduelen56). El 2017 será un año que no se olvidará fácilmente.
Mientras lo escribo viene a mi mente la estrofa de una canción que escuchaba hace muchos años, en una de sus estrofas enfatiza acerca de “los recuerdos que no voy a borrar” y no sé porque pienso que quien la compuso estaba pensando en los buenos momentos, en los que las personas atesoran porque funcionan como alicientes cuando lo que pasa alrededor es agobiante. Sin embargo, también hay de los otros. Esos de los cuales “mejor no hablar”, de los que, a pesar de muchos esfuerzos, persisten en quedarse. Esos momentos que quedan incrustados en la memoria personal y colectiva. El 8 de marzo de 2017 ha quedado en el recuerdo de muchas personas en Guatemala como el día que 41 niñas que estaban bajo el resguardo y protección del Estado murieron quemadas y otras 15 tendrán secuelas físicas y emocionales que las acompañarán toda la vida. La mirada feminista ha sido vital para interpretar lo sucedido, para entender ese acto como uno de los más atroces en el continuum de violencia que el sistema patriarcal ha desatado históricamente contra los cuerpos de las mujeres y de las niñas. Ha sido, además, una herramienta imprescindible para develar la violencia sexual contra esas niñas y adolescentes como un acto de control y disciplinamiento así como la interpretación de su muerte como femicidio institucional.
El soporte teórico y político de la propuesta feminista ha sido fundamental para que las mujeres persistan en la lucha contra la invisibilidad impuesta. Sin embargo, si bien es cierto que se ha dejado de ser la ausencia de la ausencia —aquella que, como dijo Celia Amorós[2], no puede ser detectada como tal porque ni siquiera su lugar vacío se encuentra en ninguna parte—, porque las feministas están más visibles o menos calladas que hace apenas unos años, también lo es que la desigualdad persiste. Las brechas en cuanto a salarios y participación política siguen indemnes, la violencia contra los cuerpos de las mujeres, niñas y adolescentes arroja cifras que dan escalofríos; la violencia institucional despliega todo su aparato cuando las mujeres exigen la posibilidad de decidir sobre sus cuerpos.
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Paralelo a ello, la mutación hacia un feminismo desprovisto de radicalidad parece ser la tendencia; eso que Nina Power[3], define como un movimiento que tiene ante sí el riesgo de volverse perversamente hot. ¿Cuáles son esos riesgos? ¿Por qué algunas corrientes del feminismo advierten acerca de esta metamorfosis que está provocando que un movimiento rebelde, crítico y profundamente desobediente esté siendo instrumentalizado por el sistema hegemónico? ¿Cómo se han producido las simplificaciones que eluden la problematización del entorno social, la denuncia a las relaciones de poder o las opresiones que este sistema genera?
Para ensayar respuesta a estas y otras preguntas relacionadas con los feminismos, sus fundamentos teóricos y sus prácticas, es necesario diferenciar los momentos históricos de su desarrollo como movimiento, así como las distintas corrientes e interpretaciones, propuestas y formas de entender que se debaten dentro del universo feminista y las vías para ponerlas en práctica. Por eso, más que nómbralo en singular nos encontramos ante un concepto polisémico que nos permite hablar de feminismos, no como un acto de fe, ni como un panegírico, sino, porque de esa forma nos acercamos de manera más pertinente a la pluralidad de significado. Porque como explica Karen Offen[4], la definición de feminismo debe entenderse en su tiempo y lugar histórico y atado a las circunstancias socio-políticas particulares, pero, a pesar de sus especificidades como “un desafío político a la autoridad y la jerarquía masculinas en el sentido más profundo: la aspiración última es revolucionaria”.
Ser parte del universo feminista
“Tal vez valga la pena…. sumergirnos en nuestra memoria colectiva y emerger de esas profundidades con la sabiduría y la energía que han derrochado todas las sabias y rebeldes de nuestra historia común. Las de una corriente, las de la otra y las de más allá, podemos ser parte del universo feminista”. Mercedes Cañas[5]
La primera vez que alguien se autoidentificó como feminista fue en 1882, en Francia, cuando la defensora del sufragio femenino Hubertine Auclert lo mencionó en su periódico La Citoyenne (“La ciudadana”). Diez años después, en el primer Congreso Feminista en París en mayo de 1892, se consolidó su uso para referirse a la emancipación de las mujeres. De aquel continente migró a América Latina el término, la definición y la lucha. Solo para citar algunos ejemplos, en México, en 1884 la periodista y escritora Laureana Wright González, fundó la revista feminista “Violetas de Anahuac”, desde donde se demandaba el derecho al voto para las mujeres y la igualdad de oportunidades. En 1904 Luz F. Vda. De Herrera y Dolores Correa Zapata publicaron la revista feminista “La Mujer Mexicana”, donde aparecieron los objetivos del feminismo naciente de la época. En Perú, en 1890 mujeres docentes encabezaron un movimiento para demandar educación, participación política y autonomía para publicar sus propias producciones literarias, y en ese marco una de ellas, Elvira García y García, definió su lucha como feminista. En 1896, en Argentina, Teresa Marchisio, María Calvia y Virginia Bolten, mujeres inmigrantes anarquistas echaron a andar el periódico anarco-feminista “La voz de la mujer” que se esgrime como tribuna para reivindicar sus derechos y autonomía de la opresión del clero y los hombres de la familia. Su lema era “ni Dios, ni patria, ni marido”.
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Los cambios sociales, políticos y económicos y la magnitud de las transformaciones requeridas han ido permeando la agenda feminista. La primera etapa de reivindicaciones que se concentraba en los derechos políticos y ciudadanos dio paso a un extenso repertorio de demandas que incluyen en la actualidad la resistencia a la imbricación de opresiones entre el patriarcado, el capitalismo, el racismo colonizante y la heteronormatividad como molde único de organización social. En su práctica política movilizadora se ha planteado la necesidad de hacer político lo que por siglos fue considerado personal para invisibilizarlo como problema social, ha hecho visibles las demandas específicas de las mujeres evidenciándolas como sujetos políticos, se han propuesto formas organizativas distintas no mediadas por la jerarquización y el verticalismo, y ha cuestionado los comportamientos de la vida cotidiana y la construcción de la identidad femenina en torno a la consigna ser para otros.
Apuestas para abordar el feminismo ha habido de diversa índole. Algunas adscribieron al feminismo institucional, el cual parte de la premisa de que la situación de las mujeres es producto de la desigualdad, lo cual se resuelve reformando el sistema hasta lograr la igualdad entre unos y otras. Desde esta corriente se propusieron resolver la exclusión de la esfera pública propiciando mayor participación política e inclusión en el mercado laboral para las mujeres por medio de cambios en los marcos legales e institucionales. Quienes critican esta posición le cuestionan a este feminismo reivindicativo que lucha única y exclusivamente está dirigida a obtener la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, pero no toma en cuenta los límites y las insuficiencias de la igualdad jurídico-formal. Muchos gobiernos —neoliberales, centristas, izquierdistas— afirman con convicción que han creado políticas “feministas”, o que han incorporado mujeres feministas en sus filas. Beatriz Gimeno[6] le llama a ese fenómeno “feministas del armario”, es decir aquellas que por temor a perder la cuota de poder que el patriarcado les ofrece, se acomodan en esos espacios reducidos, renunciando al espíritu rebelde que ha caracterizado al movimiento.
Otras creyeron que la respuesta venía de la mano del feminismo radical. Aquel que se concentró en la opresión y explotación del sistema patriarcal capitalista y sus manifestaciones en todas las esferas de la vida. Se discutió el poder, entendido tanto en la esfera pública como privada, y se cuestionaron las relaciones mujer-hombre como políticas a partir de la raíz porque están imbuidas de dominio. Dominio, que se encubre bajo la apariencia de amor y sumisión. De ahí que se cuestione a la familia como centro de dominación patriarcal encargada de inculcar el control de la vida sexual de las mujeres desde su infancia. Desde esta perspectiva el patriarcado se calificó como el sistema básico de dominación sexual sobre el cual se esgrimen otro tipo de dominaciones, como son la de clase y raza.
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Estas experiencias han dado paso a la ampliación de las visiones epistemológicas: se denunció el androcentrismo en la creación de conocimiento académico, se construyeron nuevas preguntas y nuevos paradigmas, se postularon infinidad de categorías para entender la realidad desde la óptica y subjetividad de las mujeres, se formó un cuerpo teórico sólido, se habló de la igualdad, pero también de la diferencia. Ésta última entendida como crítica radical a los fundamentos del actual orden social enfatizando que lo contrario de la igualdad no es la diferencia, sino la desigualdad porque la universalización hegemónica ha implicado la negación de todas las personas consideradas “lo otro”. De tal manera que se propuso el rescate de los “no iguales” construyendo nuevas identidades, nuevos valores que trasciendan los estereotipos.
De toda esta riqueza creativa el feminismo se volvió práctica. Se ancló en la vida cotidiana de muchas mujeres que aún sin autoproclamarse feministas, han incorporado estas premisas a su vida. Porque en esa incorporación algunas feministas han escalado hasta las esferas más altas de la toma de decisiones, tienen trabajos asalariados, deciden sobre su cuerpo y algunas hasta pueden compatibilizar la maternidad obligatoria con una exitosa carrera profesional. Parecería que han logrado “liberarse” de las opresiones, pero el sistema tiene sus trampas porque se está escondiendo o invisibilizando un dilema mayor. Nina Power define estas “conquistas” como ilusiones porque no se resuelve el problema de fondo, el del predominio del mercado que todo lo transforma en mercancía, incluso el cuerpo de las mujeres. Hay otros dilemas planteados como el etnocentrismo que implica la ceguera de algunas para debatir en torno a sus privilegios (blancas, heterosexuales, urbanas, universitarias) en detrimento de los derechos de otras que no entran en ese canon. La violencia, que es inherente al sistema patriarcal y, cambiando de formas, se manifiesta más sutil o de manera más explícita pero que sigue siendo el principal mecanismo de control de los cuerpos de las mujeres. Y no solo sobre los cuerpos, también sobre los recursos naturales, justificando el despojo y la muerte que eso genera. En esa supuesta “normalidad” se ha escondido ese estado de violencia permanente que se desata contra cualquier otra forma organizativa o de pensar la convivencia.
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En su multiplicidad de expresiones los feminismos contemporáneos propugnan la transformación profunda en las relaciones sociales que parta de eliminar la desigualdad entre hombres y mujeres, la asimetría de poder y las opresiones que viven las mujeres. De tal manera que, libradas las mujeres de sus opresiones, se liberan, además, los hombres, de su condición de opresores, de sus situaciones de privilegios sostenida a partir de la violencia estructural, explicita y simbólica. (Y valga la aclaración, las feministas no somos enemigas de los hombres, pero sí de su sistema de privilegios que mientras exista hace que todas las personas distintas al rasero androcéntrico vivan en situación de desigualdad). Incluso, otra de las apuestas transformadoras del feminismo ha sido la motivación a los hombres para que debatan en torno a la masculinidad hegemónica, para que analicen críticamente la construcción de su identidad, los privilegios que tienen garantizados por haber nacido con cuerpos sexuados masculinos y a partir de esta toma de conciencia practiquen otras masculinidades, transgresoras, disidentes o “nuevas masculinidades”. De tal cuenta que para evitar el riesgo del que advierte Nina Power, se está ante la encrucijada, hoy más que nunca ante el embate del feminismo del mainstream, suenan voces invitando a reapropiarse de lo subversivo del movimiento político, a confrontar, a retomar la crítica profunda, a volver a hundir el cuchillo en la llaga y “liberar el feminismo de la jaula a la que ha sido confinado por la demanda de “equidad” e inclusión”, como reivindica Silvia Federici[7].
Ser feminista en Guatemala
Otro de esos momentos que no voy a olvidar, esta vez por significativo, ocurrió en 2016, en Quetzaltenango, durante el segundo Congreso de Estudios Mesoamericanos. En una de las mesas, luego de finalizar las ponencias, se dio un plazo para que el público se pronunciara sobre lo que había escuchado. Allí una mujer joven comenzó su intervención diciendo su nombre y a continuación “soy mujer xinca de Santa María Xalapan, joven y f e m i n i s t a”. La autoidentificación de esa joven fue la constatación empírica, irrefutable, de la senda que algunas comenzaron a abrir a mediados de los años 90 cuando en Guatemala el feminismo era apenas un esbozo en el discurso de cuatro o cinco mujeres que regresaban del exilio forzado.
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Tal como evidencia Ana Silvia Monzón[8], la femealogía[9] se remonta a la lucha que las mujeres indígenas dieron durante muchos años contra el oprobio del colonialismo. Años después, influenciadas por los debates de la época, ya sobre finales del siglo XIX, contribuyeron también las reivindicaciones de las mujeres liberales ilustradas que le apostaban al derecho al voto y a la igualdad en la educación.
Mientras que en Europa el feminismo socialista arremetía contra las propuestas liberales, en Guatemala las mujeres que crecientemente se habían adherido a gremios y sindicatos participaron de la primera huelga protagonizada por trabajadoras del beneficio de café “La Moderna”, en 1925.
Luego vendría el gran respiro que significó el gobierno revolucionario de 1944 que generó organización, movilización y propuestas propias, hasta que fueron oscurecidas por la contrarrevolución iniciada en 1954. Un largo periodo de ostracismo, solo iluminado por las jornadas de marzo y abril de 1962 donde hubo importante participación de jóvenes estudiantes mujeres.
Hasta la segunda mitad de la década de los 80, con el advenimiento de la democracia comenzó a producirse un momento incipiente de conformación del movimiento de mujeres. Sin embargo, fue sino hasta el contexto previo a la firma de los Acuerdos de Paz, en 1996, que las mujeres que ya se habían organizado en sindicatos y las organizaciones de base se aglutinaron en torno al debate de los contenidos específicos que ellas querían imprimirles a dichos acuerdos.
Fue un momento germinal de mucha riqueza creativa, de encuentros y creación de consensos. Se constituyó en un momento fundante, aún no como feministas porque en aquel contexto, solo había un grupo de mujeres que se nombraba como tal (la Colectiva feminista) y de las organizaciones existentes sólo dos se reconocían con esta línea política Tierra Viva y el Grupo Guatemalteco de Mujeres.
Los siguientes diez años fueron de aplicación de lo que el feminismo institucional había legado. Se gestó un arduo trabajo para dar vida a lo pactado, las mujeres organizadas fueron parte de numerosas iniciativas para construir la institucionalidad que comenzaría a resolver las demandas. En la actualidad se cuenta con numerosas instituciones, leyes, planes, políticas, secretarías y oficinas de la mujer en las entidades públicas, mecanismos específicos de aplicación de justicia.
En los diez años trascurridos desde la firma de los Acuerdos de Paz hasta el primer lustro del siglo XXI, se transitó de un momento donde los problemas de las mujeres eran apenas perceptibles, no se contaba con estadísticas desagregadas, no se reconocía la condición de opresión de marginalidad de las mujeres, a otro donde las mujeres ya eran consideradas sujetas políticas y se contaba con un movimiento de mujeres plural y diverso, con base social en todo el país, con liderazgos locales legitimados, capacidad de movilización a nivel local y regional. Se pasó de un momento donde el feminismo apenas era una mención en agenda a la pluralidad de feminismo de la actualidad operando en la escena política.
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Pero el saldo, a pesar de toda esa energía invertida, seguía siendo negativo. En ese contexto fueron aparecieron otras escisiones, diversas tensiones entre las feministas y las otras mujeres que no se identifican como tal, las diversidades étnicas, de opción sexual, de edad, entre otras, en el marco de su reconocimiento y la incorporación de sus reivindicaciones en la agenda. La coyuntura evidenciaba que las recetas del feminismo institucional no alcanzaban para resolver la desigualdad y opresión. El ecofeminismo y los feminismos disidentes, desde las fronteras, poscoloniales, lésbicos, antirracistas irrumpían en la agenda con una beligerancia que parecía olvidada. Había que cambiar de rumbo.
Los caminos, las bifurcaciones, los dilemas
“(…) empezamos a generar otro tipo de feminismo, uno que hablara de una acción política comunitaria, seguimos caminado e incorporamos el pensamiento de las mujeres mayas y surgió la discusión sobre el tema de la libre determinación, tanto de las mujeres con sus cuerpos como de los pueblos con sus territorios. Eso implica procesos revolucionarios importantes, nos da la posibilidad de definirnos con capacidad epistémica, nos libera”. Sandra Morán.
Para algunas estaba claro: había que buscar otro camino. Se había comprobado que aquel, el feminismo institucional, no funcionaba, las instituciones creadas se debilitaban o las ahogaban sin otorgarle presupuestos que permitieran buen servicio y cobertura, los gobiernos de turno, a pesar de todos los esfuerzos impulsados por las mujeres no hicieron ni siquiera lo necesario para mejorar la situación de las mujeres, persistía el Estado en su no reconocimiento como sujetas sociales y sujetas de derechos capaces de organizarse en función de sus demandas. Además, nuevos temas estaban en agenda en aquel momento, la lucha por el territorio que al entenderlo como el espacio que se habita se transformó en el territorio – cuerpo. Cuerpos sobre los cuáles se habían detectado nuevas guerras, o viejas pero reformuladas, el control cada vez más férreo de la sexualidad y el reforzamiento de la maternidad obligatoria.
Con algunas certezas y muchos cuestionamientos se comenzó a trazar otra estrategia política. La Alianza Política Sector de Mujeres reorientó su quehacer político a la formación política feminista, así como al fortalecimiento organizativo en los territorios a partir de la propuesta de tres ejes prioritarios: autonomía del territorio cuerpo-tierra, memoria e historia, y el impulso del Buen Vivir como propuesta política. También, en 2007 comenzó a conformarse la Agenda Feminista, un espacio plural conformado por mujeres feministas de todo el país que han construido en estos últimos años su propuesta política, llamada “Sueño de sociedad” que apunta a la conformación de redes de cuidado y afecto, el cuidado de la vida comprendido como nuevas formas de producción, consumo e intercambio y el ejercicio de la sexualidad libre de opresiones. Todo lo cual implica la ética del cuidado, así como una ruptura total con el sistema social y económico-patriarcal.
A su vez, la reflexión sobre el quehacer derivó en una multiplicidad de expresiones y nuevas actoras que se sumaron al debate. Las lesbianas feministas desde 2006 revitalizan su propuesta, denuncian el paradigma de la hetero-realidad, cuestionan los fundamentalismos, la privación de la libertad sexual y política, el racismo, la xenofobia, las injusticias económicas, la discriminación y la violencia sistemática contra las mujeres. Reivindican desde entonces, aunque con menos beligerancia y presencia que en aquel momento, la recuperación del cuerpo de los controles y la expropiación patriarcal, superando la violencia, la colonización, el racismo y la lesbofobia. Las organizaciones lésbicas feministas se han autonomizando paulatinamente y actualmente discuten desde dentro del movimiento feminista la reproducción de prácticas patriarcales y desde la heteronormatividad. Algunas cuestionan duramente esta condena al silencio en el que el movimiento feminista ha pretendido mantener a las mujeres lesbianas y otras tratan, desde las organizaciones feministas, de permear el debate y las prácticas.
El feminismo comunitario retomado por las mujeres xinkas integrantes de la Asociación de Mujeres indígenas de Santa María Xalapán -AMISMAXAJ de las aymaras bolivianas de Mujeres Creando Comunidad, es otra de las expresiones dentro de la diáspora feminista guatemalteca. Surgieron en 2009 con demandas específicas desde su ser mujeres indígenas y por la vigencia de sus derechos hasta distanciarse de los planteos occidentales y recrear formas propias, pero desde miradas transgresoras y crítica de la identidad étnica esencialista, proponiendo reflexiones sobre sus espacios organizativos comunitarios, de mujeres indígenas dentro del movimiento de mujeres y feminista, pero, sustancialmente, apuntando a la construcción de una identidad política.
Y claro que hay otras expresiones, en Guatemala hay movimiento de ciberfeministas, hay mujeres jóvenes organizadas para acabar con el acoso sexual, hay feministas decoloniales y post coloniales, hay mujeres indígenas que se autoidentifican como feministas, aunque aún de forma individual y no como colectivos. En resumen, los feminismos en Guatemala son diversos, plurales, dinámicos y, por supuesto, no exentos de contradicciones y desafíos.
Hay aún pendientes, el dialogo entre los feminismos y las mujeres indígenas puede reencauzarse para encontrar los puntos comunes que contribuyan a las luchas emancipatorias, hace falta mejorar la organización para no ser tan reactivas y sí más propositivas, hay saldo negativo en el debate acerca de la sexualidad frente al avance de los fundamentalismos que siguen imponiendo la maternidad forzada a niñas y adolescentes y la sexualidad restringida a todas las demás,
Los feminismos en Guatemala no llegaron a la televisión, ni pesan en los contenidos mediáticos, sin embargo, han transformado vidas. Hay organización y propuestas políticas feministas, hay arte que se expresa en poesía y música de jóvenes que retoman el legado de las pioneras, hay teatro, hay imágenes, hay formas de comunicarse diferentes, hay La Cuerda un medio de comunicación feminista que está a punto de cumplir 20 años, hay creación de pensamiento y debate permanente. Como dice Marcela Lagarde[10], el feminismo no muerde, tampoco se queda en abstracciones desvinculadas de la vida cotidiana, por el contrario, el universo feminista sigue siendo una apuesta por la vida.
[1] María Galindo, psicóloga y comunicadora boliviana, militante anarcofeminista, cofundadora del colectivo Mujeres Creando en 1992.
[2] Celia Amorós, filosofa española. Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos 1985, 2ª: 1991; p. 27.
[3] Nina Power, filosofa, docente, activista y columnista británica. Autora de “La mujer unidimensional” (2009)
[4] Karen Offen, historiadora y docente estadounidense. Autora, entre otros, de “Feminismos europeos, 1700-1950. Una historia política” (2000) y “Globalizing Feminisms, 1789-1945” (2010).
[5] Mercedes Cañas, “El movimiento feminista y las instituciones nacionales e internacionales” en Feminismos en América Latina Edda Gaviola Artigas- Lissette González Martínez (comp.) FLACSO 2001, pág. 130
[6] Beatriz Gimeno, filóloga española, actualmente diputada en la Asamblea de Madrid. Autora de diversos libros en favor de los derechos LGBTI.
[7] Silvia Federici, filosofa italiana autora de “Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria” (2004) y “Revolución en punto cero: trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas (2013)”.
[8] Ana Silvia Monzón, socióloga, investigadora y comunicadora social feminista guatemalteca. Autora y co -autora de numerosos textos de investigación entre los que se destacan “Las mujeres, los feminismos y los movimientos sociales en Guatemala: relaciones, articulaciones y desencuentros. (2015); “Mujeres y participación política: entre la realidad y el desafío” (2013); “Nosotras las de la historia: mujeres guatemaltecas siglos XIX-XXI” (2011).
[9] Ana Silvia Monzón define el término como la elaboración de una memoria histórica de las mujeres como una condición necesaria para construir una identidad política que sustente su acción política.
[10] Marcela Lagarde y de Los Ríos, antropóloga feminista mexicana. Impulsó la Ley contra el Feminicidio en México y es una prolífica escritora.
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