En términos generales, este es un libro acerca de viajes que nos va narrando las vivencias y preocupaciones de una familia, por un lado, y de un grupo de niños migrantes, por otro. De este modo, esta crónica de viaje/registro de una diáspora se va tejiendo de diversas experiencias a la vez que explora varios temas: el matrimonio, las dinámicas familiares, la infancia, la memoria, el proceso creativo, la alteridad.
El primer viaje por el que nos lleva la novela parte de la ciudad de Nueva York en dirección al desierto de Arizona (como símbolo de resistencia, de norte a sur, y no como se acostumbra). Los pasajeros del auto que recorre las amplias autopistas estadounidenses —cuyo movimiento se acompaña de noticiarios, canciones y audiolibros— y hace paradas en moteles color pastel van juntos, pero, conforme avanzan, atraviesan un proceso gradual de desaparición. A lo largo de ese recorrido, como en cualquier viaje familiar de larga distancia, hay momentos de alegría y risa, admiración por los paisajes, entusiasmo («terremotos internos producidos por el dejarse poseer por algo más grande y poderoso»), conflicto y llanto. Con una maestría única, es capaz de pasar de la ternura al horror sin caer en el melodrama.
Las sensibilidades que logra tocar son difíciles de sintetizar en una nota, pero rescato aquí algunas de las exploraciones de su ruta:
El matrimonio
«Supongo que mi esposo y yo simplemente no nos habíamos preparado para la segunda parte de nuestra vida juntos […] Supongo que nosotros —o quizás solo yo— habíamos cometido el común error de pensar que el matrimonio era una especie de absoluta comunalidad y la ruptura de todos los límites, en lugar de pensarlo simplemente como un pacto entre dos personas dispuestas a ser los guardianes de la soledad de cada uno».
La narrativa familiar
«No sé qué les diremos a los dos niños en el futuro, mi marido y yo. No estoy segura de qué partes de nuestra historia decidirá, cada uno por su lado, editar o suprimir ni de qué secciones reordenaremos e insertaremos de nuevo para crear la mezcla definitiva […] Pero los niños harán preguntas, porque preguntar es lo que los niños hacen. Y no nos quedará más remedio que contarles algo con un inicio, un desarrollo y un final. Tendremos que dar respuestas, ofrecerles una narrativa».
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La infancia
«Bocas abiertas al sol, duermen. Niño y niña: frentes perladas de sudor, cachetes colorados, hilos de baba seca. Ocupan toda la parte de atrás del coche —extendidos, despatarrados, rotundos, plenos—».
«De alguna manera, supongo, son niños perdidos. Son niños que han perdido el derecho a la infancia».
La identidad
«Nuestras madres nos enseñan a hablar y el mundo nos enseña a callarnos».
El proceso creativo
«Preocupación ética: ¿y por qué habría de pensar siquiera que puedo o debo hacer arte con el sufrimiento de alguien más?».
La memoria
«Tal vez diría que documentar es cuando se suma cosa y luz, luz menos cosa, fotografía tras fotografía; o cuando se agrega sonido, más silencio, menos sonido, menos silencio. Lo que se tiene, al final, son todos los momentos que no formaron parte de la experiencia real».
Viaje y éxodo
«Por mucho tiempo, sus mentes han estado llenas de polvo, y fantasmas, y preguntas […] Han caminado, y nadado, y se han escondido, y corrido. Han abordado trenes y pasado noches en vela sobre las góndolas, viendo el cielo estéril y sin dios. Los trenes, como bestias, perforaron y arañaron su camino a través de junglas, a través de ciudades, a través de lugares difíciles de nombrar. Luego, a bordo de este último tren, han venido a este desierto, donde la luz incandescente dobla el cielo en un arco completo y el tiempo también se dobla sobre sí mismo».
Desierto sonoro (título en español de la novela) resulta ser también el retrato de uno de los aspectos más sórdidos del mundo actual y de la historia de nuestra región. Es un desierto en el que por medio de sonidos convergen diferentes dimensiones cuyo hilo común es la pérdida, la desaparición y la muerte.
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