Chiang Kai-shek cooperó con Mao Zedong para vencer al imperialismo japonés. No fue una relación fácil, ya que hablamos de enemigos a muerte. Recordemos que Mao encarnaba los ideales comunistas y aportó sus capacidades de lucha guerrillera. Chiang, con un ejército regular, quiso evitar la confrontación con Japón para vencer a los comunistas, pero el pragmatismo se impuso allá por 1937, cuando aconteció la cooperación entre ambos bandos.
Permítame tratar de comparar ese hecho histórico con la coyuntura guatemalteca en 2018.
Primera similitud: la de China era una situación compleja en la que no había ni buenos ni malos. La URSS apoyó primero a Chiang, ya que Stalin confiaba más en él para contener el avance japonés. A Chiang lo asesoraron militares nazis, y posteriormente él se alió a los estadunidenses. Tanto Mao como Chiang cometieron atrocidades. Y sus aliados no se quedaron atrás. Pero hubo un momento en el cual estuvieron de acuerdo para combatir al ejército invasor.
Segunda similitud: Mao encarnaba algunos ideales del Estado rector, que podemos asociar de alguna manera con la izquierda. Chiang, en cambio, encarnaba los ideales del Estado totalitario capitalista, mucho más moderno que la derecha finquera chapina, pero al fin y al cabo capitalista nacionalista. Es decir, la rivalidad ideológica que existe en Guatemala (pues hay antagonismo de clases) puede reflejarse en ese momento histórico chino.
Tercera similitud: Mao y Chiang eligieron, entre varios males, el menor. O, dicho en otras palabras, para vencer a los japoneses era necesario algún nivel de articulación política y militar. Y semejante decisión requirió de mucho pragmatismo, ya que después de la guerra siguieron combatiendo a muerte hasta que Chiang se exilió en Taiwán y el resto es historia.
Cuarta similitud: los sectores más corruptos y violentos que tienen capturado el Estado en Guatemala son, metafóricamente, nuestros imperialistas japoneses. No los quiere buena parte de la derecha empresarial porque son como sanguijuelas que operan bajo las reglas de un Estado mafioso donde la palabra competencia no existe. No los quieren algunas izquierdas porque, entre otras razones, el Estado neoliberal es inherentemente corrupto y expulsar a los ciacs no resuelve los problemas estructurales del país.
¿Adónde quiero llegar? Recientemente se conformó el Frente Ciudadano contra la Corrupción. Y he escuchado opiniones de derechas e izquierdas que miran con recelo la aparición de determinadas figuras políticas y empresariales planteando un frente común, efímero, pero articulado en el apoyo a la institucionalidad del MP y de la Cicig. Posicionamientos radicales que respeto han planteado que ese frente ciudadano no es más que un mecanismo de restauración oligárquica y que apoyarlo no es otra cosa que legitimar el proyecto neoliberal.
No me ocuparé de las derechas más reaccionarias porque quiero expresarles a las izquierdas, a los sectores progresistas, incluso a movimientos radicales como el Codeca, que expulsar algunos tumores del Estado es un buen motivo para favorecer esa articulación oligárquica.
Mientras tanto, podemos continuar la contienda política, incluso mediante procesos de refundación del Estado, que van más allá de los límites jurídicos donde ocurre la aparición del Frente Ciudadano contra la Corrupción. Y les daré una razón que, según creo, tiene algún peso: los ciacs son intrínsecamente contrainsurgentes y se articulan con los sectores más reaccionarios y violentos.
Necesitamos condiciones para que un proyecto popular se consolide y esté en capacidad de disputar el poder. Hay organizaciones campesinas y mayas que transitan hacia una asamblea constituyente plurinacional y popular. Hay proyectos progresistas que apuestan por las urnas para acceder al Gobierno. Cualquiera de estas vías se beneficia de expulsar a ciertas mafias del Estado.
¿Y la corrupción se acabará? Sabemos que no. Esa será una tarea permanente sin importar quién gobierne. Pero vale la pena que hoy nos vistamos de pragmatismo. Y si por esa razón alguien nos llama «dionisíacos», creo que los objetivos tácticos lo justifican. Porque la opción es hondurizarnos (y lo digo con enorme respeto por el pueblo hondureño y su lucha valiente), lo cual se estrella una y otra vez con estructuras represivas que en Guatemala, creo yo, podemos frenar.
Piénselo. Algo podemos aprender de los chinos cada día. Y también del pueblo japonés, que sabrá disculparme por evocar su pasado turbulento, el cual, dicho sea de paso, deja constancia de la capacidad de los pueblos para evolucionar.
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