En principio, la idea le parecerá un simple juego de palabras, pero tratar de comprender el racismo articulado con el sexo es un recurso brillante que no ha sido socializado ni debatido. ¡Y vaya que necesitamos hablar del tema! Así las cosas, el motor que se magnifica a través del consumo, especialmente en estas fechas, es la aspiración compulsiva (a veces silenciosa, pero siempre manifiesta) a alcanzar la blancura. Y parecerá ocioso para algunas personas, pero es necesario aclarar que la blancura no es solo la apariencia europeo-gringa tan deseada sexual y socialmente. La blancura, como sus opuestos negros, indios, mestizos y ladinos, es una aspiración poderosa que lleva consigo el poder y el dinero, es decir, todo lo que la publicidad asocia con el éxito, aunque sabemos que proviene del despojo, del genocidio, de los privilegios, o sea, de las violencias reales y simbólicas.
En beneficio de la brevedad, y con el riesgo de mutilar elementos teóricos en una columna de opinión, me atrevo a sintetizar que el racismo, como imaginario colectivo inferiorizante, se reproduce, refuncionaliza y resignifica con la construcción de identidades sexuales y se operacionaliza en conductas cargadas de significados. Dicho en otras palabras, sexo-raza es un dispositivo de poder, una especie de matrimonio en que las discriminaciones hacia afuera y hacia adentro se combinan con formas de escape que Andrea Tock (2015) presenta en seis imágenes con sentido:
- Casarse bien. Los cuerpos deben mejorarse, de manera que el casamiento, la alianza con alguien que represente blancura, es fundamental. Esto se conoce cotidianamente como mejorar la raza.
- Nieto canche. Mejorar la descendencia, presumir la transformación en eso que abre las puertas a la movilidad social. Por eso el nieto canche siempre recibirá ese mensaje asociado al éxito que no escuchará el nieto morenito.
- Cuidarse de la sangre shuma. Es decir, no mezclarse con un racero o maxcuil. Porque cuidado con que la nena o el nene se fije en alguien más moreno, espinudo, chaparro o con hablado de indio. Esa gente debe quedarse en su lugar.
- Europeidad y blancura. Signos de éxito y de superioridad de los cuerpos. Y si alguien tiene dudas, la publicidad nos lo recordará a cada paso.
- Apellidos higienizantes. Porque el nombre importa y certifica que se es menos o más indio. ¿O ya olvidaron esos diálogos infantiles sobre los apellidos buenos y los apellidos de indio? Ejemplos contemporáneos: Arzú, Aparicio, Sinibaldi, Baldetti… Eh, perdón. Eso merece otra columna.
- La inversión antiluciférica. No es otra cosa que el cuerpo indígena sintiendo culpa por ser lo que es. Una manifestación de violencia y rechazo que puede expresarse de diversas maneras.
En efecto, los cuadros vivos son representaciones construidas con rigor a partir de la investigación. Y sin lugar a dudas se cruzan una y otra vez con ejes de diferencia y opresión como el patriarcado. Así, la mujer rubia con apellido higienizante y poder económico no deja de ser mujer y puede ser víctima de violencia del hombre moreno pero poderoso que la posee. Pero esa es otra historia. La idea de esta columna es tratar de visibilizar un estupendo trabajo académico que merece ser leído, debatido, difundido, y que yo he tratado de sintetizar en la antesala de las fiestas, que no son otra cosa que la exaltación de la blancura. Si no me cree, vea la publicidad a su alrededor.
Esta columna está inspirara en el trabajo del equipo del Área de Estudios sobre los Imaginarios Sociales de la Avancso, en particular en el documento:
Tock, Andrea (2015). «Dispositivo sexo-raza y poder disciplinar: construcción de cuadros vivos». En Avancso (ed.): Sexo y raza. Analíticas de la blancura, el deseo y la sexualidad en Guatemala. Guatemala: Serviprensa.
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