- Usted sube a un avión, por los altavoces le dan la bienvenida y le piden un aplauso para el piloto, que se estrena luego de estudiar aeronavegación en la universidad virtual.
- Alguien de su familia va de emergencia al hospital. El médico de turno no está seguro de que sea una apendicitis, un problema de vesícula biliar o los chicharrones de anoche. Llama a una colega que tampoco sabe. Deciden extraer la vesícula. Para ellos es su primera cirugía, pues por causa de la pandemia no hicieron las prácticas médicas, pero como pagaron las cuotas, la universidad se las dio por ganadas.
- Usted está en un tremendo lío legal y es inocente. Un joven abogado le garantiza resolver su caso. Las cosas se complican y usted termina en prisión preventiva, con sus cuentas bancarias embargadas y acusado por cosas que no cometió. Un abogado viejo le dice que su defensa fue defectuosa desde el principio, que no culpe al juez.
¿Posible o imposible?
Pienso que todo es posible y le explicaré por qué. Quizá lo del piloto no sea tan así, pero nunca se sabe. Hay por ahí pilotos con licencia falsa…
Démosle una vuelta más a la tuerca. ¿El piloto, médico o abogado podría ser su hijo/hija? ¿Podría ser usted?
Desde el inicio de la pandemia, el sistema educativo se trastornó terriblemente. La educación pasó de presencial a virtual en todas partes. Lo que requería de práctica profesional (la carrera de medicina, por ejemplo) no se realizó, o se realizó a medias. Conozco casos donde las personas practicantes se encerraban en clínicas rurales y no atendían por temor al contagio.
Sumemos la otra pandemia: la de las trampas en los exámenes. Imagínese a su futuro abogado defensor en un examen de curso. Quizá con la cámara apagada, con chivos o chuletas regados por todas partes, con sus compañeros conectados paralelamente por Whatsapp para pasarse las respuestas. Con los profesores sin los medios ni las capacidades para evitar que se copien. Con personas suplantando estudiantes que no estaban listos para la prueba.
El sistema educativo, particularmente al nivel superior, ya tenía un grave problema: los clientes (no diga estudiante, diga cliente; no diga empleado, diga colaborador; no diga paternidad irresponsable, diga multiamor). Al cliente hay que conservarlo y complacerlo y quienes dan clases universitarias lo saben muy bien. Un catedrático exigente no tiene mucho futuro en el sistema superior. Hay que ser flexibles, considerados, de criterio amplio, adaptados… Esto desagua en un mar de estudiantes mal preparados, ansiosos y preocupados solo por tener un título que colgar en la pared. Después se verá qué se hace. De preparación rigurosa, nada. De capacidad investigativa, nada (ahora le huyen a la tesis como si de una selfie en primer plano y su peor ángulo se tratara). Y su proveedor educativo le dará varias opciones para evadir la vergüenza de no poder dar coherencia a su hipótesis, sus objetivos y su metodología (la primera media página de la tesis). Las excusas pueden ser cientos, pero la verdad está dicha.
Juntemos la realidad prepandémica con el nuevo escenario de calidad del aprendizaje. Adiós confianza y competencia. Ponga usted la profesión, da igual.
Tristemente, no queda sino apelar a los principios éticos, a la vergüenza y al deseo de no apestar a mediocridad. Al anhelo de contribuir al país, a la voluntad de servir.
Quienes no han conocido otra manera de hacer las cosas porque principiaron carreras en este período deben saber que se están haciendo un gran daño. Los grandes profesionales de hoy tuvieron que fajarse en serio cuando estudiaban, porque las cosas no eran tan fáciles.
Despertemos consciencia en nuestra juventud. Que el sistema no esté bien no significa que nosotros nos acomodemos. Hay que realizar un esfuerzo serio para merecer los títulos (vean cómo se les nota la incompetencia a los desentendidos y a los compracartones y encargatesis, y mejor ni me pidan ejemplos).
Jóvenes, no desperdicien el tiempo de estudiar. Pónganse alta la barra, construyamos patria y ciudadanía.
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