Le endosaron ese mote porque se vestía con ropa color caqui, usaba sombrero de safari y mantenía en la cintura una tremenda pistola cuya cacha acariciaba cuando se dirigía a alguien. No podía pasar un solo día sin intimidar a sus semejantes. Era miembro del Movimiento de Liberación Nacional de Guatemala y nunca se sabía cuándo estaba militando en aquel partido de ultraderecha o cuándo en su brazo armado paramilitar.
Una de sus malas costumbres era adueñarse de lo ajeno dándole al robo una forma legal. Cuando le gustaba un terreno ofrecía una bagatela como pago y si el dueño se rehusaba a vendérselo, este era acusado de comunista. Le quedaban entonces al pobre dueño dos opciones, el exilio o la cárcel. Casi siempre los afectados terminaban en la cárcel.
Más temprano que tarde sus acciones no gustaron a sus jefes y dejaron de protegerlo. Entonces la población se volvió más beligerante y ya no le fue tan fácil seguir con sus prácticas. Así, un día anocheció y no amaneció en el pueblo porque su seguridad menguó. Nunca se supo qué derrotero tomó, pero quedó a más de su triste recuerdo la mala práctica (en algunos de sus allegados), de acusar a quiénes se les ocurriera, de comunistas.
El tiempo transcurrió, llegó el conflicto armado interno con sus más de tres décadas de desangramiento fratricida, después la firma de los acuerdos de paz que solo quedaron en el silencio de los cementerios y la época de las garantías, protección y plena observancia de los derechos humanos que jamás se cumplieron a cabalidad. Para entonces Don pistolón ya era solo un recuerdo tragicómico en su poblado. Se hablaba de él en las sobremesas, en las pláticas durante los velorios y cuando alguien recordaba a un familiar desaparecido o un bien perdido a causa de la voracidad del nefasto personaje. Sin embargo, en algunos clanes familiares empoderados, el fantasma del comunismo seguía siendo utilizado cuando querían estigmatizar a un oponente empresarial, a un empleado que exigía el cumplimiento de sus derechos laborales o a cualquier persona que no era grata para ellos.
Creyeron (y creímos todos) que con el arribo del siglo XXI (que se hizo acompañar de la narcomplacencia) aquel fantasma sería sepultado, pero no fue así. A ratos más, a ratos menos, continuó apareciendo como lo que es, un espectro que puede transmutarse en un simple muñeco de ventrílocuo o en una grave amenaza contra la integridad física o psicológica de cualquier individuo.
El lunes 26 de junio recién pasado marcó su impronta otra vez en Guatemala. Después de la sorpresa electoral en que se constituyó el inesperado triunfo del partido Movimiento Semilla y de su líder Bernardo Arévalo, del seno de esos clanes empoderados comenzaron a surgir otra vez, en el tiempo y en el espacio de los pueblos, las falaces versiones de un fementido comunismo que supuestamente va a usurpar tierras, nacionalizar empresas y a convertir a Guatemala en un remedo de Cuba o de Venezuela. Pero en esta ocasión, semejantes noticias falsas provinieron de grupos ya no tan empoderados sino de camarillas en decadencia, sea esta por mala práctica de negocios, ineptitudes, incompetencias y otras tantas falencias de esas que agobian solo a los inútiles. También, como característica, procedían de aquel tipo de personas que creen tener hasta derecho de pernada por ostentar un apellido que se dice español o de cualquier otra nacionalidad europea. Es decir, el fantasma del comunismo se transmutó en una especie de adjudicador de estatus social y económico para quien lo invocase.
Así que, aunque usted no lo crea, Don pistolón está de vuelta, o nunca se fue. ¿Lo dejaremos hacer de las suyas? Mi respuesta es no. El diálogo es indispensable para desenmascararlo. Don pistolón está personificado ahora en quienes ven comunismo hasta debajo de su cama. Sea porque así lo creen o porque llamar al fantasma del comunismo los hace revestirse (según ellos) de un halo de superioridad socioeconómica.
Pero hay algo más, una amiga de infancia me advirtió hace unos pocos días: «La impronta del fantasma está siendo marcada no solo por personas de clase media con ínfulas de élite agroexportadora sino por nuevos ricos con nexos insanos como el crimen organizado. Necesitan negar lo suyo y distraer la atención para esconder su verdad».
Al entendido por señas.
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