La letanía de retos que afronta el país ofusca cualquier intento de festejo nacional. Por un lado, la covid-19 y su variante delta, la más contagiosa y peligrosa, siguen haciendo estragos en un país sumido en escándalos de corrupción gubernamental. Por el otro, el sistema político a la deriva no responde a las necesidades vitales de la gente y cada vez más aflora la incapacidad de la actual administración para manejar debidamente la pandemia.
Tal panorama, sumado al hastío y a la indignación de la gente al quedar desamparada la FECI luego del cuestionado despido del fiscal Juan Francisco Sandoval o de las medidas drásticas del presidente de querer imponer un estado de calamidad pública, provoca en la mayoría si no un rechazo al bicentenario, sí al menos una total indiferencia a este. Otra efeméride que se observará sin mayor trascendencia.
La mejor metáfora del rechazo generalizado al estado del Estado guatemalteco 200 años después de firmada el acta de independencia es la foto que circula en las redes sociales de un aula en una escuela derruida y abandonada. Aparecen en ella varios pupitres y materiales inservibles, destruidos y amontonados bajo un techo a punto de sucumbir. Están todos arrinconados contra una pared donde irónicamente figura la bandera del país. En medio se ve la famosa acta de independencia, sobre la cual se posa el quetzal, ave mítica de nuestra libertad y de aquella gesta donde el llamado pueblo logró emanciparse de la Corona española. La foto habla por sí misma. O no. En realidad, grita. Y no necesariamente el grito de independencia.
Así las cosas, en algunos círculos urbanos, sobre todo académicos y culturales, se han llevado a cabo algunos conversatorios que giran alrededor del acontecimiento. Destaco una conversación dentro del marco de la Filgua 2021 entre el escritor Francisco Pérez de Antón y el periodista Gustavo Berganza alrededor del alegato del primero sobre la independencia titulado Y lograron sin choque sangriento: reflexiones sobre la independencia de Guatemala y la América española. Aquí el acento está puesto en que, según el autor, más que conmemorar, sí se debe celebrar este acontecimiento simplemente por el hecho de marcar el nacimiento de una nación independiente y autónoma, incluyendo el hecho de que se llevó a cabo sin violencia. Además, en opinión del escritor, esta no fue una hazaña criolla, como argumentan muchos, sino que fue básicamente fraguada por un grupo de militares. Obvia el autor que el contenido de la proclama fue en acuerdo con la flor y nata del sustrato criollo.
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Por otro lado, en la Universidad de San Carlos de Guatemala, el escritor y académico Mario Roberto Morales ha estado coordinando desde inicios de este año una serie de discusiones sobre el significado del bicentenario. A diferencia de Pérez de Antón, Morales argumenta que no debe celebrarse esta fecha, pues se trata de un proyecto político criollo excluyente, y que en su lugar debe hacerse una conmemoración crítica. Como refiere el mismo académico, la Comisión del Bicentenario de la Independencia de Centroamérica (CBI) de la USAC «adoptó la política de la conmemoración crítica del hecho histórico, entendiendo por eso la explicación científica de sus causas, desarrollos y consecuencias para nuestro país y la región».
La CBI ha propuesto una serie de conversaciones, videos y presentaciones sobre temas alrededor de la independencia que van desde el papel de la mujeres en el acontecimiento, pasando por el arte, la literatura, la educación, el cine y la arquitectura, hasta la presentación de libros sobre la historia independentista y de otros ensayos al respecto.
Conste que no llevo muy bien el conteo de otras iniciativas que impulsen diálogos críticos. En todo caso, es notorio que los estudios y perspectivas predominantes provienen de intelectuales usualmente ladinos o mestizos y en su mayoría hombres. Me parece que hacen falta espacios donde discutan y debatan pensadores diversos. En particular, estaría deseosa de escuchar debates con intelectuales, académicos o estudiosos indígenas. Visibilizar sus voces y reflexiones sobre el significado del bicentenario para los pueblos indígenas desmantelaría, como la llama Lu’k’at Pedro Us Soc, «la historia de un encubrimiento que continúa».
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