Yo suelo usar lo que la tiranía del calendario gregoriano impone como vacaciones para desintoxicarme de las exigencias del día a día en la Guatemala City. Mientras la mayoría descifra las líneas rojas, azules y moradas de su Waze camino a la costa, al lago o a las ruinas, algunos nos quedamos atrás para hacer otro tipo de descanso. Otro tipo de reflexión.
Pues durante la parte más ociosa de la llamada Semana Santa, manejando de regreso a mi casa, allí estaba el payasito haciendo sus piruetas, sus trucos, su teatro. El semáforo, justo en su forma escarlata, me atrapó. Me encontré solo.
La luna llena, el payaso y yo. Sin más testigos.
Estaba desnudo. Entre él y yo, solo un polarizado mentiroso detrás del cual ya no sentía la seguridad del anonimato. La deseaba, pero no la tenía. Sin plata en la bolsa y, peor aún, sin una estrategia a largo plazo o una oportunidad digna que poder ofrecerle al compañero vestido de payaso, no supe qué hacer.
Bajar el vidrio.
Una sonrisa.
Ensayar una palabra de bien.
Un sonrojo inevitable.
Subir el vidrio.
Culpa. Desolación. Impotencia. Una bofetada al alma.
Pensé, un poco confundido por mi privilegio: «Claro. ¿Cómo podría un indigente tomarse un descanso? ¿Acaso los estados de injusticia se toman un respiro? ¿Dejan los corruptos de ser corruptos por unos días?».
Evidentemente, la respuesta a todas esas preocupaciones es la que todos sabemos, pero que pocos quieren afrontar. NO. Así en mayúsculas. NO. Y es que el hambre, el frío, la guerra y la enfermedad no se toman vacaciones. Para las fuerzas de la vida en la sociedad real, el calendario es un chiste. Tampoco descansan esos personajes oscuros que viven de la necesidad del prójimo. Juegan a las orgías y a los banquetes, pero su destrucción no para nunca.
Mientras tanto, los cómodos decimos con desprecio e ignorancia: «Que consiga trabajo».
Hemos hablado ampliamente de las estructuras de opresión y de los estados hegemónicos, por lo que hoy no voy a ahondar en la teoría crítica social. Hoy quiero hacer un llamado a pensar sobre estas cosas, cada cual en sus términos, a prestarles atención a esos fenómenos que se despliegan fuera de la certeza de nuestros vidrios, nuestras puertas y nuestras cuentas de banco.
¿Qué pensás cuando un indigente te pide plata? Pensalo. Pensalo con el corazón[1].
Claro, negar las redes de explotación y trata (bien establecidas, por cierto) es imposible. Es por eso, precisamente, que tenemos que unirnos e intentar comprender las luchas personales de quienes terminan así, viviendo en la calle.
Viviendo de la calle, en fin.
¿Quieren para un octavo de Indita? ¿Para entregarlo a sus proxenetas? ¿O para comer? ¿Y si es de verdad para comer, para vestir, para sanar?
Pensé yo que, si este hombre se sigue vistiendo de payaso y haciendo piruetas inexpertas con tres naranjas aun cuando no hay personas a quien poder, como se dice, manipular o extorsionar, es porque realmente lo necesita. Me deja una inquietud más profunda y permanente.
Quienes nacimos con suerte nos encontramos en la posición de diseñar un plan de vacaciones con tiempo, espacio y recurso suficiente. Pero tantas otras personas apenas pueden tomarse un respiro para seguir sobreviviendo o luchando por sus derechos más elementales.
Celebramos el despilfarro, la inconsciencia y el consumo. Nada más. Mientras no haya estados de inclusión y justicia social, no hay semanas santas. Ni una sola.
Disfrutemos, sí, pero más aún recordemos a los olvidados. No se vale. Rindo un tributo de remembranza a las personas que, a pesar de los supuestos regalos del calendario establecido, siguen buscando pan para su próxima cena.
Para ellos, lo único que resucita cada domingo es la injusticia, la muerte y la exclusión.
Honrémoslos al menos con un pensamiento. Al menos.
***
[1] Una de mis amigas del Feis lanzaba la excelente pregunta: «¿Qué pensás cuando ves a los chicos limpiavidrios?». Me pareció una manera perfecta, sin dejar de ser sutil, de romper la capa superficial del pensamiento hegemónico y la lógica mercantilista, una supuesta lógica que ha secuestrado todos los espacios sociales, incluso aquellos en los que el pensamiento de mercado simplemente no cabe.
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