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Tú, poblador de la tierra de bosques, tienes poder. Como persona, solo una quincemillonésima del poder del Estado. Como comunidad, red social o movimiento, ese poder salta de una magnitud a otra para recordar, a quienes lo ejercen en forma delegada, que están contratados bajo términos de referencia precisos. Que no solo la historia los juzgará. Que dónde están los productos entregables. Que los clientes ya pagaron y esperan impacientes.
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Tu presencia y tus fuerzas crecen y fermentan en comunidad. Las ideas, las evidencias y denuncias, los planes y acuerdos circulan instantáneamente en la red digital y se publican para todas las audiencias. Una comunidad compuesta por octetos pulsantes que conversan entre sí encuentra el objetivo estratégico y la acción común sin la barrera de los prejuicios de género, edad, etnicidad, religión o dogma político.
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Esos prejuicios ayudan a preservar un orden social organizado en torno a intereses de un pequeño grupo. Si el orden social no permite la supervivencia de los infantes, la educación de calidad de los escolares, el desarrollo sano y la preparación para la vida de los adolescentes, el trabajo decente y la remuneración justa de los adultos, la previsión social y el retiro con dignidad para los ancianos, los motores de la reproducción económica y social se mueven al ritmo del siglo XVII. Y las políticas en retroceso se adoptan en nombre de la competitividad.
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La violencia social y económica nos ha robado los dividendos de la paz. La más indolente de las estadísticas puede confirmarlo: 18 años de paz dejaron más víctimas que 30 años de guerra. Los asesinatos políticos y las políticas asesinas son igualmente efectivos para justificar el canibalismo con argumentos banuseabundos y desconectar al ciudadano de la promoción de los intereses colectivos y de la petición de cuentas sobre la cosa pública.
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A causa del enriquecimiento ilícito, el desempeño negligente y la cooptación criminal de las instituciones públicas por intereses corporativos, hemos perdido oportunidades, recursos estratégicos y vidas humanas. Programas exitosos en la vecindad, aquí fueron primero despojados y luego suspendidos a capricho sin que se atendieran las necesidades que los originaron.
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Pero la indignación finalmente rompió el umbral de estabilidad en las capas sociales. La denuncia, la organización, la manifestación, la sátira política y la resistencia ciudadana corrieron libres bajo nuevos recursos tecnológicos. Para el momento actual resulta crítico ejercer el poder ciudadano reuniendo evidencias. Podemos grabar conversaciones, tomar videos, reproducir y enviar documentos y publicarlos en redes de alta difusión. Si la falta de anonimato evita las denuncias, nos queda la publicación compartida, masiva y simultánea de evidencias. Es un buen momento para sentirse ciudadano y una gran oportunidad si estás dentro de la administración pública y te indignan las cosas que están ocurriendo.
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También es buen momento para la puesta al día de los movimientos rurales y campesinos, cuyas protestas y demandas han sido reprimidas con violencia por fuerzas públicas y privadas de seguridad. Existe una brecha tecnológica que se cierra poco a poco. Surgen alianzas con sectores estudiantiles y se amplía la articulación con redes de conversación urbanas. Falta la solidaridad urbana y metropolitana, más allá del like y el share, porque esos movimientos son la última defensa de la integridad y los recursos estratégicos de la que fuera tierra de bosques.
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Eleonora Pimentel Fonseca, ejecutada en 1799 por apoyar la declaración de Nápoles como República hermana de la Francia revolucionaria, compartía cadalso con el obispo de Vico, acusado de escribir un manual para la formación cívica del pueblo —indoctrinado por siglos para entender la servidumbre y sus penurias como parte del orden natural y sagrado—. Desde el cadalso, Eleonora se despidió con una cita de la Eneida: «Puede que un día hasta momentos como este los recordemos con regocijo».
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Puede que un día veamos el 2015 como el año en que reinventamos la democracia y la ciudadanía.
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