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Vuelven los supervivientes y hay emoción en todos los rostros. Quienes pensaron que los barrerían el hambre, el frío, la suciedad y el abandono de la infancia hoy los ven con su nuevo vozarrón de muchacho crecido a empujones de vida. Quienes los soñaron machete en mano cultivando la tierra hoy los ven malabaristas en el estrepitoso escenario urbano. Llegó el futuro que los agoreros anunciaron y que los nuncios negaron. Y, como ocurriera años después del decreto asesino de Herodes, ¡alegraos!, ¡preocupaos!: los supervivientes están aquí.
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La receta es simple. El flujo básico de población se crea cuando convergen la tasa de natalidad más alta de América Latina y un descenso sostenido de la mortalidad infantil. Pones menos del 5 % del gasto público en educación inicial y preprimaria y dejas la cobertura de primaria debajo del 70 % y la de cualificación ocupacional media en 35 %. Obtienes una masa de jóvenes sin oportunidades, con embarazos prematuros, con trayectorias de vida en la pobreza. Si obstruyes la regulación y gestión de bosques y cuencas hasta desertificar medio país y cambias por centavos valiosos recursos públicos no renovables, lo lograste: esas nuevas cohortes carecen de futuro.
Agrega condimentos: podrías también flexibilizar el empleo evadiendo la seguridad social y encogiendo el trabajo decente a menos del 20 %. Así, los jóvenes trabajadores no tendrán protección financiera frente a la enfermedad, la discapacidad, el retiro o la muerte. Hemos consolidado esa tendencia por más de 20 años y, como en la fábula de Saramago, la roca chapina se desprendió del hemisferio occidental y se va al orto, al levante, al África Occidental, que más se le parece.
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Los jóvenes eran invisibles hasta que surgieron como síntomas: violencia juvenil, embarazo adolescente, baja empleabilidad, pobreza juvenil, emigración irregular, conflicto con la ley penal y pandillas en las principales ciudades del país. Así llegaron a los diagnósticos, a las políticas públicas, a secretarías y a presupuestos proyectos de cooperación y vitrinas mediáticas. Están en la plaza, en las ofertas políticas y hasta en las papeletas electorales.
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Vuelven los supervivientes, y ¿quién puede convencerlos de callarse y agradecer la letra muerta y los presupuestos millonarios concentrados? Ellos no esperan: cambian de aldea, de ciudad y de país. Inventan oficios, reciben ayuda, los timan, los golpean, los deportan, pero no los pueden parar. ¡Ah, la de sorpresas que traerá el censo! Dos décadas de migraciones han cambiado el mapa demográfico y sus fronteras étnicas y lingüísticas.
En 2018, más de 70,000 millones de quetzales por remesas excedieron la recaudación de la SAT, lo cual Forbes califica como «el peor resultado recaudatorio desde su puesta en marcha en 1999». Nada mal para ser marginados que, según algunos políticos, están condenados a ser pobres por su «baja cualificación y productividad». Las diferencias de salarios entre Guatemala y Estados Unidos son de 16 veces en términos nominales y de 8 veces luego de ajustar estos a la capacidad de compra. Atraídos por esa y otras diferencias de oportunidades, los supervivientes contribuyeron a recuperar la estabilidad macroeconómica en el país.
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No todas las historias terminan bien. Entre 2005 y 2009, miles de jóvenes murieron por la violencia, por accidentes de tráfico y por enfermedades infecciosas y crónicas [1]. Miles de jóvenes fueron institucionalizados, hacinados en una mezcla de procedencias, edades y delitos imputados. Hay una juventud enganchada al alcohol y a las drogas, viviendo en las calles o en conflicto con la ley penal. Hay jóvenes abusadas, jóvenes madres, con pocas opciones en la vida.
La organización comunitaria, el Gobierno local y las entidades públicas deben dar una respuesta coordinada y proporcional al desafío. Emitir un voto informado es solo un paso. La pregunta es: ¿cómo acordamos una plataforma de demandas ciudadanas insistente y persistente en los tribunales, el hemiciclo y el Ejecutivo? Es que volvieron los sobrevivientes y pronto serán seis millones viviendo en las ciudades principales del país. Aquella roca pumita desprendida del continente hacia las costas de África Occidental nos recuerda el verso final de Neruda en el El barco: «Después el mar es duro. Y llueve sangre».
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[1] Age Pattern Model/Guatemala (IMHE). En 2005-09 la violencia alcanzó tasas de 115 y 218 por cada 100,000 en jóvenes de entre 15 y 19 años y de entre 20 y 24, respectivamente.
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