Como el resto de los países latinoamericanos, Guatemala ha tenido muchos elementos de ese tipo de gobierno conocido como cleptocracia o corporativismo: un sistema de captura estatal en el que las redes dominantes y los socios comerciales secuestran las instituciones y mantienen la impunidad con el propósito de extraer recursos para asegurar el control del régimen.
Las redes que gobiernan utilizan diversos niveles de violencia para mantener el poder y reprimir las voces disidentes. Este sistema se verifica hoy, una vez más, con el intento del régimen actual de subvertir un gobierno democrático como cortina para mantener sus prácticas habituales de corrupción, corporativismo y expoliación. Acá el actor externo del apoyo internacional de la justicia ha sido el brazo que ha empezado a romper las estructuras, a veces con éxitos rápidos, pero en ocasiones con duros reveses a sus investigaciones por parte de los tentáculos de quienes no quieren que las cosas cambien en el país.
El presidente Jimmy Morales y sus asociados continúan beneficiándose de la corrupción, razón por la cual no la detienen en los distintos ministerios bajo su responsabilidad. Los diputados del Congreso continúan beneficiándose de la corrupción, razón por la cual no la detienen con las reformas legislativas necesarias para facilitar que la justicia llegue pronta y exitosamente a capturar a los corruptos. La corrupción continúa con la manipulación de licitaciones y de contratos de construcción, obras públicas, servicios electrónicos, extracción de minerales y generación de energía, así como con muchas estrategias para inflar presupuestos de cotizaciones y saquear así el erario público, para lo cual siguen las tendencias fijadas por las autoridades de la Colonia, cuando el poder y la riqueza eran controlados por unos en detrimento de los demás. Donde hay corrupción hay violencia, y este ha sido el compañero sistémico de regímenes como el nuestro. Los crímenes van desde violencia sexual, robos, asesinatos y secuestros hasta formas de violencia estructural y de represión como las practicadas por el gobierno de Otto Pérez Molina al liderar las fuerzas militares en contra del campesinado.
Para nuestra fortuna, las redes que controlan los sistemas corporativistas y cleptocráticos contienen a menudo las semillas de su propia muerte. El enfoque en el clientelismo siempre ha llevado a la ineficiencia económica y a la falta de competitividad. Siempre sobran inconformes con el sistema y líderes sin un pedazo del pastel que se convierten en opositores del sistema al no poder obtener su tajada. A medida que la red de aliados se deshace, empieza a colapsar, y es por eso que se reconfiguraron con el gobierno de Jimmy Morales y la captura del Gobierno por otros se ha hecho evidente.
La solución de estos problemas no es sencilla, y las acciones deben centrarse en generar consecuencias de cambios significativos para atacar a los principales responsables del sistema (quienes reciben el máximo de beneficios económicos). La participación de actores internacionales es vital, pues estos contribuirán a aislar a ciertos líderes guatemaltecos del sistema financiero internacional, lo que a su vez hará crecer el apoyo a las organizaciones de la sociedad civil y a los periodistas que investigan al Gobierno. De nuestra parte, nos toca pedirle a este que continúe investigando, capturando y juzgando a los responsables de crímenes que comenzaron como desfalcos de dinero, pero que luego se transformaron en crímenes de lesa humanidad al impedir que los recursos públicos fuesen utilizados para curar a los enfermos y alimentar a los hambrientos. Sin duda, nos queda una larga tarea como ciudadanos, pues debemos ser vigilantes de nuestros líderes y apoyar a quienes defienden derechos humanos cuando sea necesario.
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